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La violencia en Medellín: un rompecabezas para armar

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Mal que bien alias don Berna tenía controlados y organizados a los combos; pero hoy no hay un patrón que ejerza autoridad sobre ellos”, afirma Luis*, un investigador judicial curtido en las guerras urbanas que se han librado en Medellín en los últimos quince años.

 

 

Su interpretación sobre lo que ha venido ocurriendo este año en la segunda ciudad en importancia del país, considerada ejemplo de transformación urbana en América Latina, la comparten viejos líderes comunales como Roberto*, quien asegura que la ciudad venía de “una calma relativa”, pues según él, “ocurrían algunos asesinatos y de pronto no se comunicaban. Uno preguntaba qué pasaba y respondían que no había que hacer bulla porque se espantaban los turistas”.

Los líderes Roberto no dudaban en ver esa “calma relativa”, que él estima se vivió entre los años 2003 y 2007, como una bomba de tiempo. Por su experiencia sabían que a los procesos de dejación de armas, desmovilización y reinserción de los bloques Cacique Nutibara y Héroes de Granada de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc), que operaron en Medellín y municipios cercanos, no acudieron los verdaderos paramilitares ni entregaron todas las armas.

Esos hombres continuaron delinquiendo alrededor de intereses económicos como el control de los expendios de sustancias alucinógenas, el cobro de extorsiones o “vacunas” a transportadores y comerciantes, y la prestación de servicios sicariales y de seguridad, pero esta vez sometidos a las órdenes de Diego Fernando Murillo Bejarano, alias don Berna, confeso narcotraficante y jefe paramilitar recluido en una cárcel de Estados Unidos, quien lideró la llamada Oficina de Envigado.

A ellos se articularon cerca de 4.200 reinsertados de diversos bloques de las Auc que se asentaron en Medellín, muchos de los cuales, empoderados de su nuevo rol social, comenzaron a representar un doble papel: de un lado, participar de los controles sociales y ejercer poder entre las comunidades en espacios de participación ciudadana como juntas de acción comunal y juntas administradoras locales; de otro, continuar con actividades criminales.

La situación cambió cuando fue extraditado alias don Berna a Estados Unidos en mayo del año pasado: “Desde ese momento, varios jefes de bandas y combos comenzaron a exhibir su fuerza”, dice Luis, el investigador judicial. El vacío dejado por alias don Berna y las luchas internas por la hegemonía criminal las aprovechó Daniel Rendón Herrera, alias don Mario, para hacerse al control de los territorios y negocios en buena parte del sur del Córdoba, Urabá, Bajo Cauca y el Nordeste antioqueños, y por supuesto, en Medellín.

Desde finales del año pasado se observó mucho movimiento entre los combos de la ciudad”, explica el funcionario judicial. “Notamos que se estaban aprovisionando de armas, explosivos y munición”.

Ese abastecimiento era inusual y se descartó que tuviera que ver con disputas entre los combos barriales. Estaba relacionado con algo más grande: con un nuevo actor armado que iba a llegar a la ciudad a disputarse el territorio. El anuncio llegó de manera contundente: vamos a ingresar y el que no se file se muere. Así había procedido nueve años atrás alias don Berna al iniciar su incursión en Medellín y en buena parte del Valle de Aburrá.

Según indicios de varios investigadores judiciales, a la capital antioqueña comenzaron a llegar desde finales del año pasado hombres de la estructura criminal liderada por alias don Mario con el propósito de “comprar” la lealtad de los combos para socavar el poder de la llamada Oficina de Envigado y quedarse con el control de los negocios legales e ilegales bajo su dominio.

Fue así como lograron penetrar las comunas 1, 5, 6 y 7, ubicadas en las laderas del nororiente y el noroccidente de la ciudad, donde se concentra la mayor actividad de grupos armados barriales. Y alcanzaron este propósito porque, como lo explica Marina*, una experimentada investigadora judicial, “hoy los pillos son mercenarios que se venden al mejor postor”. Los combos entonces se dividieron: de un lado quedaron los combos leales a la Oficina de Envigado; de otro, los que se “vendieron” a Rendón Herrera.

Quienes conocen a fondo el fenómeno criminal de la ciudad aseguran que esta nueva fase de confrontación urbana es muy desigual. Los jóvenes ligados a la llamada Oficina de Envigado son “gatilleros”, que hacen trabajos delincuenciales de diversa índole; muy apegados a las pistolas y los revólveres. “Pillos de barrio que se contratan para cualquier vuelta, como dicen”, comenta Luis, quien coincide con las dos investigadoras consultadas en señalar que, incluso, son considerados “desechables” dentro de la organización.

A su vez, la estructura de alias don Mario es caracterizada como una estructura integrada por hombres bien entrenados militarmente, varios de ellos provenientes del Ejército Popular de Liberación (Epl) y otros más experimentados combatientes de las Auc, algunos de los cuales no dejaron las armas ni se reinsertaron.

Quizás por ello las muertes no son indiscriminadas. “Hay un mayor grado de selectividad”, reconoce Marina, lo que significa que los asesinos van a la fija, evitando la muerte de civiles. Cifras de organismos de seguridad indican que por lo menos un 85% de los homicidios ocurridos en la ciudad en los últimos dos meses involucran a integrantes de combos armados.

Para contrarrestar la criminalidad, la Alcaldía de Medellín promueve la apropiación del espacio público a través de programas como Medellín Despierta, que pretende generar confianza entre las comunidades que habitan algunas de las comunas donde hay dificultades; también adelanta el programa Jóvenes en Alto Riesgo, que promueve una cultura de la legalidad entre la juventud vulnerable a los grupos armados ilegales; y ahora pagará con sus recursos la nómina de 500 policías, quienes reforzarán el pie de fuerza en los sectores más complejos de la ciudad.

Y para hacer más efectivos esos programas se han sumado las capturas de alias don Mario, quien lideraba por lo menos 1.000 hombres en buena parte del país, y de alias Douglas, el mando más representativo de la Oficina de Envigado. No obstante, en los barrios se preguntan qué podrá pasar en las próximas semanas. El Personero de Medellín, Jairo Herrán Vargas, plantea dos hipótesis: “De un lado, es previsible un reacomodo de fuerzas y mandos, que puede generar en el mediano plazo un aumento de homicidios; de otro, es posible que se surjan nuevas alianzas que fortalecería las economías ilícitas”.

Y es que según el Personero de Medellín el “portafolio de servicios” de estas estructuras criminales es diverso: redes de prostitución, contrabando de licor, tráfico de armas, lavado de activos y vigilancia privada, entre otros. “Y eso sigue, pese a las capturas de los capos”, dice.

Así lo reconoce un ex integrante de la estructura criminal de don Mario, quien en la década del 90 hizo parte de la Oficina de Envigado y hoy se oculta en un país vecino, quien explica que los combos están ahora con calculadora en mano tratando de hacer cuentas para ver de qué manera ganan en todo este asunto: “La gente en la calles sabe que las estructuras no se tocan. ¿Usted cree que las ollas de vicio dejaron de vender, que se dejaron de cobrar vacunas? No señor”.

(*) Los nombres fueron modificados y los apellidos omitidos a solicitud de las fuentes por razones de seguridad