Las recientes medidas de seguridad adoptadas por
Así lo afirmó el Comité Municipal de Derechos Humanos de Medellín durante la realización de
En medio de la nutrida presencia de pobladores de diversos barrios de la ciudad, organizaciones no gubernamentales y organismos de control presentaron un diagnóstico sobre la situación de violencia que padece la capital antioqueña, que si bien tiene como característica principal una lucha intestina entre bandas criminales por control de actividades ilegales principalmente de narcotráfico, está generando graves afectaciones a los derechos de los ciudadanos.
El análisis presentado por el Comité identificó por lo menos 166 grupos armados ilegales que operan en 15 de las 16 comunas. La mayor presencia de estos grupos se concentra en la comuna 6, con 25; le siguen la 4, con 22 organizaciones criminales, y la 5 con 16 grupos. En ellas estarían involucrados cerca de 5.000 hombres, en su mayoría jóvenes menores de edad, quienes vienen siendo vinculados y reclutados forzosamente en muchos sectores de la ciudad.
Pero lo que más inquieta a las organizaciones del Comité es que las determinaciones tomadas por las autoridades, principalmente por el Alcalde de Medellín, sólo están interviniendo delitos puntuales y no apuntan a desvertebrar a los grupos que están ejerciendo el control armado en los barrios ni está cortando los vínculos con las estructuras que los financian.
“La historia muestra que hay bandas que tienen hasta 20 años de existencia. Primero estuvieron al servicio de Pablo Escobar; luego, fueron punta de lanza del paramilitarismo; ahora están al servicio de nuevos capos, antiguos paramilitares que hoy tienen otros intereses. Lo que vemos es que estas medidas no están enfocadas a romper estos vínculos”, señaló la abogada Adriana Arboleda, integrante del Colectivo de Derechos Humanos Semillas de Libertad (Codhesel).
Max Yuri Gil, investigador de
“Lo que viene impulsando
Al respecto, las organizaciones que integran el Comité Municipal de Derechos Humanos fueron enfáticas en cuestionar la decisión de incrementar el pie de fuerza en la ciudad para contrarrestar los efectos de la violencia. “Nosotros creemos que las medidas son ineficaces por dos motivos: primero, porque restringe derechos ciudadanos, y segundo, porque se parte de creer que la fuerza pública es neutral en este asunto cuando hay evidencias que en varios barrios,
Dicha postura es compartida por Luis Mosquera, miembro de
“Tenemos información de que la estación de Policía de San Blas sirve como centro de operaciones para que los ‘pillos’ se repartan las armas y para coordinar sus operativos contra sus enemigos. Por eso decimos que antes que incrementar los efectivos, se deben sancionar y retirar a algunos policías que están inmersos en actos de corrupción”, manifestó Mosquera.
El activista también criticó los toques de queda impuestos por
Si bien todos los diagnósticos sobre lo que sucede hoy en Medellín apuntan a una guerra entre bandas en los barrios de la cuidad, promovida en varios de ellos por mandos medios de la llamada Oficina de Envigado, lo que también queda claro es que quienes están padeciendo todas las consecuencias de esta nueva confrontación son las comunidades.
Restricciones a la libre movilidad, desplazamientos forzados intraurbanos, amenazas de reclutamiento forzado de menores de edad y vinculación de los mismos a las bandas armadas; limitaciones a los líderes comunitarios para ejercer su labor y una creciente sensación de miedo en muchos barrios figuran como las principales vulneraciones a los derechos humanos derivadas de este conflicto.
“Hay barrios donde el trabajo comunitario se ha visto limitado porque la gente siente temor de reunirse, de transitar por determinados barrios o, simplemente, hay miedo de que al salir de las casas queden en medio de una balacera. Eso está rompiendo el tejido social y está acabando con los espacios de participación que se habían construido en los últimos cinco años”, afirmó Elkin Pérez, miembro de
El incremento de la criminalidad en algunos sectores ha comenzado a generar estigmatizaciones contra las poblaciones residentes allí, en ocasiones, proferidas por la misma fuerza pública. “Hay agentes de Policía que creen que porque un joven o una persona vive en un barrio determinado, entonces es miembro de una banda. Eso se traduce en maltratos, torturas y abusos por parte de las autoridades militares”, declaró Max Yuri Gil.
Por último, el investigador recordó que a lo largo de las últimas décadas las administraciones de la ciudad no combatieron consistentemente todas las formas de criminalidad, cometiendo diversos errores en la formulación de políticas públicas en materia de seguridad. “Eso dio origen a dos cosas: a la idea de que los homicidios se reducen si se negocia con los ‘muchachos’, y la otra, a que ante la ausencia de Estado, la comunidad termina armándose para enfrentar a los violentos y ahí está la historia de las milicias y los paramilitares”, aseveró.