Inicio Derechos Humanos Estudiantes como informantes: más fuego para un conflicto incontrolable (*)

Estudiantes como informantes: más fuego para un conflicto incontrolable (*)

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La propuesta presidencial ha despertado toda una suerte de críticas provenientes de todos los estamentos.
La reciente propuesta del presidente Álvaro Uribe Vélez de vincular por lo menos 1.000 jóvenes estudiantes a la Red de Cooperantes para que suministren información eficaz y oportuna que ayude a desarticular las bandas de delincuencia organizada que vienen sembrando el terror en las comunas de Medellín, revive los fantasmas de la Directiva Ministerial 029 de 2005, tristemente recordada por su incidencia en el flagelo de las ejecuciones extrajudiciales. 

 


Como se recordará, el documento expedido el 17 de noviembre de 2005 por el entonces ministro de Defensa, Camilo Ospina, actualmente candidato a Fiscal General de la Nación, promovía el pago de dineros a aquellos miembros de la Fuerza Pública que diera cuenta de incautación de armamentos, elementos logísticos y cabecillas de grupos al margen de la ley.

Las consecuencias de dicho “estímulo” tienen hoy al Estado colombiano enfrentado a la opinión pública nacional e internacional por cuenta de esta grave infracción al Derecho Internacional Humanitario (DIH). Pero todo parece indicar que la lección no quedó aprendida.

Vincular, mediante estímulos económicos, a jóvenes escolarizados a los programas de informantes que maneja la Fuerza Pública va en contravía de las normas humanitarias, pues no sólo involucra a población escolar activamente en la problemática de orden público que azota a la capital antioqueña sino que además, traslada la responsabilidad de la seguridad ciudadana a un sector poblacional altamente afectado por el recrudecimiento de la violencia urbana.  

Basta detenerse en las estadísticas: según la Policía Metropolitana del Valle de Aburrá, en lo que va corrido del año han sido detenidos cerca de 90 menores de edad en comisión de graves delitos. Por lo menos 20 de ellos fueron aprendidos con sofisticadas armas de fuego en su poder. De los 3.165 hombres que integran los 128 grupos armados identificados por la Fuerza Pública, cifra que puede quedarse corta, cerca de un 70% son menores de edad.

De ahí que la iniciativa sea regresiva en cuanto recrudece los procesos de estigmatización que viven los jóvenes de Medellín (o son pillos o son sapos);  fortalece una lógica de amigo – enemigo con la que se regiría la vida cotidiana; debilitaría aún más el tejido social en la ciudad, ya bastante fracturado por la misma situación de inseguridad y en esa medida, afectaría aquellos procesos juveniles que propenden por alternativas de vida no violentas.

Y es que lo sucede actualmente en Medellín amerita la formulación de una política integral de seguridad ciudadana que trascienda el componente meramente militar que, como ha quedado demostrado, ha sido ineficaz a la hora de frenar la escalada de asesinatos, enfrentamientos armados, control armado, imposición de límites barriales, desplazamientos forzados, entre otras prácticas violatorias a los derechos humanos de las comunidades.

Una política que parta de diagnósticos acertados pues los que se han formulado hasta ahora han sido bastantes modestos. Medellín se enfrenta a disputas entre poderosas mafias cuyos tentáculos llegan a sectores de la legalidad que no han sido develados. En este escenario, el control por el micro-tráfico de estupefacientes que libran muchachos armados de fusiles en las empinadas laderas de la cuidad es sólo un eslabón de una larga cadena de actividades ilícitas que hoy están en juego.

Una política que vincule a todos los estamentos de la sociedad y que, además, recupera la confianza de la ciudadanía en las autoridades legítimamente constituidas. Claro está, para lograrlo se requiere de una Fuerza Pública sintonizada con los temores y necesidades de las comunidades y de una oferta estatal lo suficientemente atractiva, incluyente y sostenible pues aunque suene a viejo cliche, las condiciones de pobreza y exclusión que viven muchos barrios de Medellín han permitido la expansión de estas estructuras armadas gracias a sus falaces promesas de dinero y poder.

Por último, urge una política que tenga como eje la participación ciudadana y como horizonte el respeto por los derechos humanos. Los Estados democráticos se fortalecen cuando otorga garantías de respeto incluso para sus delincuentes. Lo contrario sería el reino de la arbitrariedad. Sólo así se logra la legitimidad de las autoridades ante sus ciudadanos, que a su vez incentiva la colaboración de la sociedad en la resolución de problemáticas tan complejas, como lo es ahora la violencia urbana.

(*) Tomado de Cambio.com