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El Barrio Kenedy vive un drama aparte por cuenta de las balas perdidas

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  • Las balas perdidas están dejando decenas de personas lisiadas y discapacitadas
  • Las huellas del conflicto se pueden apreciar en los cuerpos de los pobladores

Entre los habitantes del barrio Kenedy, noroccidente de Medellín, se ha vuelto un tema tristemente “anecdótico” hablar de las personas que han sido alcanzados por balas perdidas, de los que han tenido que huirle a los disparos de fusil que salen disparados de terrazas y balcones desconocidos y, peor aún, de los que han fallecido de manera trágica por cuenta de estos.

 

Nadie tiene un dato exacto de cuántas víctimas han dejado las balas perdidas ni cuántos hombres, mujeres y niños han terminado lisiados por los impactos de los proyectiles de fusil que llueven en este barrio de la comuna 6 producto del enfrentamiento que sostienen bandas delincuenciales como “La Matecaña” y “Los Bananeros”.

Carlos Arcila, coordinador de la Mesa de Derechos Humanos de la Comuna 6, dice que la situación es preocupante, principalmente entre la población joven. “Kenedy es unos de los sectores de la comuna más afectados por esta problemática. Hay un número importante de jóvenes que han quedado discapacitados por cuenta de las balas perdidas. De hecho, en este barrio han muerto varios niños por esta causa”, señala.

En un rápido conteo que hace Marta, líder comunitaria del sector, encuentra que sólo en su cuadra, la calle 92 entre la carrera 74b y 73, unas ocho personas, todas ajenas al conflicto armado, han sido impactadas en el último año por balas perdidas. Y es probable que las cuentas de Marta se hayan quedado cortas. Todo porque esta cuadra ha sido históricamente “territorio” de la “Matecaña” y sus enconados enemigos, “Los Bananeros”, realizan sus hostigamientos desde la calle contigua: la calle 93 con carrera 73.

Las condiciones topográficas le otorgan ciertas ventajas a estos últimos, pues su “trinchera” está en lo más alto de la encumbrada calle que atraviesa este barrio. Precisamente una bala disparada indiscriminadamente desde ese punto impactó en el pie de una joven de no más de 16 años la noche del pasado miércoles 13 de abril, en momentos en que ésta visitaba a una vecina.    

Para los habitantes de este sector, se trata de una situación más que angustiante. Hombres, mujeres y niños de todas las edades han quedado en medio del fuego cruzado de los “francotiradores” de ambas bandas que no se miden en consideraciones a la hora de cumplir con su cometido: defender (dicen unos) o apoderarse (dicen los otros) del territorio.

Cuentan los pobladores de la calle 92 que hace por lo menos un año atrás era común que a cualquier hora del día se “prendiera una balacera”. “Los de allá disparaban y los de aquí respondían”, resume cada uno en su versión. Fue así como a doña Gisela la impactó un proyectil de fusil Galil en su pierna derecha. Los hechos ocurrieron el 3 de julio de 2010. Doña Gisela estaba barriendo el andén de su negocio, un depósito de materiales del que deriva su sustento, cuando a eso de las 3:00 de la tarde comenzó “la plomacera”. Según sus recuerdos, no fue la única herida ese día. Junto a ella había una mujer que bordeaba los ochenta años que fue alcanzada por dos disparos en su brazo.

Ambas sobrevivieron, pero no son las mismas desde entonces. Doña Gisela tiene que acudir una vez por semana a fisioterapia para recuperar la movilidad en su pierna. El disparo le fracturó el fémur y, para soldarlo nuevamente, los médicos debieron utilizar una platina ajustada con ocho tornillos. “A la señora que resultó herida conmigo ese día sólo le pudieron sacar una bala del brazo. La otra todavía la tiene incrustada”, agrega doña Gisela.

Marielén también una historia para contar. Su hijo Jefersón ha sido sometido a seis delicadas intervenciones quirúrgicas y, posiblemente, necesite otras más. Lo paradójico es que seis son los años de vida que tiene este pequeño que el 26 de julio de 2010, mientras jugaba en el balcón de su casa, fue alcanzado por una bala perdida en momentos en que se registraba un fuerte enfrentamiento entre las bandas.

Pese a lo delicado –y lo costoso- que resulta el tratamiento que debe recibir, Marielén agradece al cielo que el proyectil que le traspasó el cuerpo a su hijo, produciéndole problemas respiratorios y gastrointestinales, por lo menos no lo mató. Sin embargo, mientras el niño debe frecuentar quirófanos y consultorios constantemente, a veces de forma urgente, ella incrementa sus visitas a juzgados y a entidades como la Personería, a ver si una acción de tutela le ampara el derecho de atención que su nivel de Sisbén hasta ahora le niega. 

A John Alexander, un joven de la calle 92 que dice no ser un santo pero tampoco un criminal, también le duelen estas historias. Al fin y al cabo son sus vecinos, personas que han crecido en este sector al igual que él. Sufrió tanto como la familia de Paulo Mauricio, un padre de familia que todos admiraban, cuando los violentos le ocasionaron semejante mal.

En julio del año pasado, Paulo Mauricio se encontraba en la puerta de su casa, cargando a su pequeño hijo. Al frente de su residencia habían varios oficiales de Policía realizando controles de rutina. Sonaron varios disparos. Uno de los tiros pegó en la pared, rebotó y se incrustó en la cabeza del padre de familia y dejando sin un rasguño al niño. Los otros tiros impactaron en el cuerpo de uno de los uniformados que falleció casi de manera instantánea. Paulo Mauricio quedó condenado a vivir postrado en una silla de ruedas de por vida.   

Quizás por casos como este fue que John Alexander y otros jóvenes del sector accedieron a ingresar al programa Fuerza Joven de la Alcaldía de Medellín, en octubre del año anterior. Varios integrantes de “Los Bananeros” también aceptaron la oferta institucional. El compromiso, que tuvo como testigos a funcionarios de la Administración Municipal, era sencillo: “ni ustedes se meten con nosotros ni nosotros nos metemos con ustedes”.

“Y así fue por un buen tiempo. La cuadra estaba muy sabrosa, vacana para vivir. Yo tenía comunicación con alguien de los Bananeros y ellos con alguien de nosotros”, dice John. Pero todo cambió nuevamente desde hace unos meses. A “Los Bananeros” llegó un joven al que le apodan “sansón”. Su nombre: Edison Herrera. “Desde que llegó ese pelado esto se daño mucho. Porque él y otros peladitos, bien jovencitos, se paran en todo lo alto de la calle y empiezan a disparar para acá. Al que sea. No respetan a la gente”, cuenta doña Paula, pobladora de la calle 92.

“Yo he intentado comunicarme con el contacto que nosotros teníamos, pero no nos contestan. Y los pelados de aquí ya ni responden esas provocaciones. Pero todo tiene un límite y la gente se va cansando”, refuta John. La zozobra ha vuelto a apoderarse de la comunidad. “Ya los niños no pueden jugar en la calle. Cuando uno sale a la tienda sale con miedo de que de pronto lo alcance una bala. Realmente es una situación bastante desesperante”, agrega a su vez doña Nancy.

El pasado miércoles 13 de abril, una bala disparada desde la calle 93 con carrera 73 impactó en el pie de una joven de 16 años en momentos en que esta visitaba a una vecina. Lo que se preguntan los habitantes del barrio Kenedy, ubicado en la comuna 6 de la ciudad, es quien será la próxima víctima de una bala perdida, a qué tratamiento tendrá que someterse o si vivirá para contar su historia.