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Unas elecciones que no animan y una negociación que no convence

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Editorial por José Girón Sierra

Analista de paz del Observatorio de Derechos Humanos del IPC

La confluencia de un proceso de negociación en el cual se dirime de manera negociada el conflicto entre el Estado Colombiano y la organización insurgente FARC y unas elecciones en las cuales se eligen parlamento y Presidente de la República, los cuales deberán ocuparse de una importante tarea en el postconflicto en cualquier sociedad sometida a un conflicto armado de larga duración, debería mover las mejores pasiones y las mejores intencionalidades, toda vez que están puestos los componentes, bastante escasos por cierto, que darían lugar a una coyuntura particularmente especial. La especialidad no es otra que la gran oportunidad de remover uno de los conflictos que más ha afectado la vida y el desarrollo  de los colombianos(as) y la posibilidad de colocar la lucha por el poder no en el campo de las armas sino en la confrontación civilista que desbrozaría el camino hacia una democracia más robusta.

Sin embargo esto no es así, por lo menos hasta el momento, lo cual concita interrogantes y preocupaciones. Las más recientes encuestas (Caracol y Cifras y Conceptos) indican que el voto en blanco es el que puntea con un 30%, que el 61% de la población electoral no cree en el actual proceso de negociación y que el 31% considera que la derrota militar es la mejor opción. Unas ideas iniciales explicativas de ello pudieran ser las siguientes:

1. Negociar en medio del conflicto. La permanencia de acciones armadas ha permitido que los logros en el proceso de negociación, así su conocimiento sea  bastante general,  se vean  significativamente opacados. El manejo de los hechos de guerra por parte de los medios y  la utilización que de ellos han hecho los opositores del proceso, han sido más contundentes que los esfuerzos  de los negociadores por socializar sus avances. Los esfuerzos comunicativos han estado más del lado de la guerra que de la paz.

2. El lenguaje disociado del gobierno, o más bien, un candidato-presidente que se presenta con dos rostros: uno que se mantiene con el discurso camorrero, guerrerista y autoritario que emula al  expresidente Uribe y otro, que quiere mostrar un talante liberal, negociador, dispuesto a imprimirle un empujón modernizador a la sociedad colombiana. Esta doble faz para quien debe ocupar un lugar de liderazgo de primera línea en la sociedad no ha dejado de confundir, en un momento en el cual crear confianza sobre lo nuevo por venir resultaría capital. Una postura como ésta en un presidente a quien se le endilga una personalidad proclive a cambios propios de la marrulla, que se mueve por las conveniencias, ha creado un ambiente de incredulidad y de no pocas dudas sobre cuál es su real talante frente a la paz.   

3. La lucha política,  en el marco de la elección al congreso, no hace visibles los temas centrales de la coyuntura. Desde la izquierda, el centro  y la derecha no se cristalizan las diferencias y para el elector de base,  todos hablan de lo mismo cuando no es que priman las mismas prácticas clientelistas de la compra abierta y encubierta de las conciencias. En resumen es una lucha política insulsa e insípida en donde los partidos políticos, profundamente fragmentados, no logran a su interior identidades programáticas que movilicen intereses en torno a problemáticas concretas. Esto es más grave en una izquierda que maneja el mismo libreto fragmentador de la derecha y no logra diferenciarse.

4. Hay en el proceso electoral, incluida la reelección presidencial, una escasez marcada de renovación. Es notoria la ausencia de nuevos  liderazgos y lo que ha primado en la ultraderecha es el reciclaje de la parapolítica y en la derecha, la primacía de los  delfines que aspiran a heredar el acumulado político y electoral de empresas electorales que tienen nombre propio. En la izquierda es igualmente notoria no sólo en la falta de renovación sino, lo que es más grave,  que  carezca de una agenda política propia e insinúe que ha sido presa  del despojo de sus propias banderas.

En la lucha por la presidencia, no aparece un contradictor que active lo suficientemente la confrontación política en torno a los temas que están hoy en la agenda política como la paz, el modelo de desarrollo y la política internacional. La realidad es que todos los candidatos acusan de manera importante un bajo perfil y la carencia de ideas movilizadoras.

El desfase histórico entre lo que tenemos entre manos y las realidades sociales y políticas no es menor. Los tiempos cada vez se hacen más estrechos como para imaginar un giro inesperado y todo parece indicar que nos encontraremos, en primer lugar,  con un congreso poco renovado y cuyo único cambio, que merezca ser referenciado, será el ingreso de una fuerza política cuyo única razón de existir será oponerse a la negociación  con la insurgencia  y, en segundo lugar, una reelección sin enemigos a la vista. No sabemos si el llamado de Santos de “Unidos por la paz” es que, dados los reagrupamientos y fragmentaciones de los partidos en la coyuntura, se esté replanteando una nueva unidad nacional de cara a un posible escenario de postnegociación o período de transición.

¿Qué camino tomará al respecto la izquierda y la centro-izquierda? ¿Le harán coro  al Centro democrático de Uribe adelantando una oposición cerrada e irracional o contribuirán, desde un pacto político implícito o explícito, a la viabilidad de la negociación que tenga como horizonte hacer creíbles y posibles los acuerdos que eventualmente se pacten?

 

José Girón Sierra

Observatorio de DDHH-IPC

Febrero de 2014.