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El fin de la guerra o la guerra como fin

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Editorial por José Girón Sierra

Analista del Observatorio de Derechos Humanos del IPC

He ahí la disyuntiva bastante bien traída a cuento por el presidente candidato, Juan Manuel Santos. Los resultados  de la primera vuelta, que dieron como ganador al candidato del Centro Democrático, Oscar Iván Zuluaga, han colocado a la sociedad colombiana ante la opción de adentrarnos en un proceso que nos permita resolver una guerra fratricida, consecuencia de una larga historia de exclusiones e inequidades o, como si nada hubiera pasado, de prolongarla bajo la bandera de una derrota militar a la insurgencia, largamente acariciada por una parte de la elite que ha hecho lo posible por lograrlo, pero cuyos resultados demuestran que su deseo no está a la vuelta de la esquina. Tres cosas preocupan de estos resultados.

1. La desconfianza y el escepticismo. Cuando estamos muy cerca de llegar a un feliz término en la negociación de paz en La Habana, Cuba, habiéndose negociado tres puntos, la mayoría de la sociedad colombiana mantiene una alta dosis de desconfianza frente al futuro de la misma y cuestiona que se lleguen a hacer concesiones a la insurgencia en materia de justicia y en prerrogativas políticas. Este sentimiento no pudo ser modificado y fue hábilmente utilizado por quienes consideran la guerra como fin. Ello explica, en buena medida, los resultados de unas elecciones que, aparte de sus escándalos, poco motivaron al electorado.

Este sentimiento no fue modificado por una razón sustancial: El Gobierno no sólo le restó importancia sino que fue víctima de su propio invento al mantenerse tercamente en la idea de negociar en medio del conflicto cuando, por la lógica de la guerra y la dinámica de la negociación, los hechos de guerra se comportaban como una fuerza que arrasaba el menor impacto positivo que pudiera generar  el anuncio de los avances publicitados desde La Habana. Esta ventaja, fue útil en grado extremo para los opositores  al proceso que desde el mismo Gobierno, como el Ministerio de defensa, y desde fuerzas políticas, como el Centro Democrático, se valieron de todos los mecanismos de que dispusieron para alimentar este sentimiento de desconfianza y escepticismo, que a la postre  fue lo que se expresó en  las  urnas.

2. La guerra como fin. La guerra como fin no es en nada una exageración y, al respecto, no puede olvidarse la adscripción del Uribismo a la guerra infinita declarada por Bush. Aparte de anunciar el candidato Zuluaga que, una vez gane la segunda vuelta, decretará la suspensión de las negociaciones y cuya continuación dependería de si las FARC aceptan sus condiciones de rendición, inaceptables para una fuerza insurgente golpeada militarmente, más no vencida. Significa, en términos reales, la continuidad de la guerra interna. También ha anunciado que exigirá a Venezuela que entreguen a los dirigentes de las FARC y ELN que supuestamente están en su territorio y de no ser así, se supone que Colombia, como lo hizo Uribe en el Ecuador, irá por ellos, lo cual conduciría a una confrontación  con éste país ya considerada en el mandato Uribista. Finalmente, se ha anunciado que, no sólo se desconocerá el fallo de la Haya, sino que, en el primer día de gobierno, el candidato Zuluaga dormirá en una fragata en el paralelo 89, ejerciendo soberanía sobre “las millas de mar arrebatadas”, lo cual no es otra cosa que una provocación para que Nicaragua actúe también militarmente defendiendo lo que le fue concedido por un laudo internacional.

¿Tiene claro el país que podríamos encontrarnos en un escenario de tres conflictos armados, aislados regional y mundialmente y con una profundización de las problemáticas sociales al vernos obligados a dedicar vidas y recursos de todo orden?

3. La abstención un problema para la democracia. Las altas tasas de abstención, agravadas por un caudal importante de votos en blanco y nulos, no parecen  preocupar al Gobierno ni a los partidos. Si en algún momento el llamado a la abstención tuvo sentido como expresión de la inconformidad, no lo es en un contexto en el cual es abiertamente funcional al poder plutocrático. No es problema que cada cuatro años se registre en las  urnas que la mayoría, por razones diversas, se margine de este espacio de participación y que en un alto grado los electos arrastren el estigma de la ilegitimidad. Pareciera que esto ya es parte del paisaje y que no hay mucho interés en que nuestra democracia,  de la cual tanto se vanaglorian, se mantenga en las ya históricas condiciones de restricción y precariedad.   Al fin de cuentas la impronta que se nos ha impuesto es que los conflictos se tramitan  desde la guerra y toda la gama de violencias, más no desde la civilidad, desde el poder de la palabra y el argumento. Tremendo reto si es que nos encontramos eventualmente ante un escenario de postconflicto.

Quedan pues tres semanas para modificar esta tendencia. Ya las campañas y sus candidatos  enfilaron sus coqueteos a las fuerzas políticas, que salieron de la contienda presidencial, para asegurar su elección. Preocupan, al respecto, las posturas dogmáticas  y poco políticas, de líderes del Polo y del Partido Verde, que parecen fungir, por acción o por omisión,  como caja de resonancia del  Uribismo. Si bien  el logro de alianzas es parte  del problema, no lo es todo. El problema para Santos, por ejemplo, está en que debe seguir insistiendo en que el centro de su propuesta es la paz, pero para ello, se precisa una creativa estrategia que  incida  en transformar el sentimiento de desconfianza  en un sentimiento de esperanza. Para ello debe ser más audaz y proponer no un acuerdo electoral a fuerzas como el Polo y los Verdes, sino un gran pacto programático por la reconstrucción del país, que no sólo garantice el éxito de La Habana sino, sobre todo, que se coloque de frente al  complejo escenario del postconflicto y de la reconciliación. En el mismo sentido, las FARC deberían, en esta compleja coyuntura, aprobar una tregua unilateral indefinida.

Finalmente, el movimiento social no se puede cruzar de brazos, la paz como bien supremo de una sociedad no es un cuento de Santos. Es indispensable que, desde los propios espacios de que se disponga, se contribuya a crear una opinión favorable y se ayude a remover la desconfianza y el escepticismo. Por ello se debe, a través de las redes,  presionar para que las alianzas caminen en la dirección de aislar al Uribismo y su propuesta guerrerista y, sobre todo, en la concreción de un pacto por la reconstrucción del país.

 

José Girón Sierra

Observatorio de DDHH-IPC

Mayo 27 de 2014