Inicio Derechos Humanos Toneladas de olvido

Toneladas de olvido

 Más de cinco millones de toneladas de escombros ocultan los cuerpos de un centenar de personas desaparecidas en La Escombrera. Mientras los familiares buscan a sus víctimas, la ciudad sigue arrojando desechos sobre sus restos.

-

Por: Lina Martínez Mejía y Yhobán Camilo Hernández (Colombia). 

Fotos: Sandra Sebastián (Guatemala)

En medio de las laderas del occidente de Medellín se levanta una montaña de escombros. Una volqueta con el logo de la Alcaldía llega a la parte más alta, recula y comienza a volcar su carga: tierra, ladrillos rotos, pedazos de concreto, trozos de baldosas, sanitarios y lavamanos viejos.  

Las volquetas suben en parejas o tríos, por caminos pedregosos y polvorientos, cada tres minutos. Cualquiera pensaría que se trata de un simple depósito de residuos de construcción, pero la escombrera de la Comuna 13 oculta un secreto siniestro: bajo más de cinco millones de toneladas de desechos yace al menos un centenar de víctimas del conflicto armado.

En el lugar el ruido es constante. Viene de una arenera, en la colina cercana, donde todo el tiempo se oye el crujir de rocas en la máquina trituradora. Cada tanto se escuchan rechinar las volquetas trepando la carretera. Luego retumba el estruendo de la carga cuando es vaciada en la tierra. Se ahogan allí el canto de los pájaros y el cacareo de las gallinas de casas vecinas que deambulan por la zona; se sofoca el silencio de los muertos que reposan en lo profundo de esta montaña artificial; se calla el clamor de las víctimas para que cierren La Escombrera y puedan buscar a sus seres queridos.

Pero más que un sonido, el golpe seco de los escombros al caer refleja la indiferencia de una sociedad que día a día entierra más la posibilidad de encontrar a sus desaparecidos.

Cada vez que camina por este lugar, María Gloria Holguín Chavarría piensa que está parada sobre los restos de su hijo mayor, Carlos Torres Holguín, desaparecido el 29 de noviembre del 2002. En medio de la nube de polvo levantado, ella enseña el retrato de su muchacho. Nunca lo abandona. Lo lleva colgado en el pecho porque quiere que todos lo vean y sepan que su madre no se cansa de buscarlo.


Una volqueta cargada de escombros se dirige al lugar donde hay cuerpos sin exhumar

“Ahora sí van a sacar a Carlos”

Todos los días me levantó y prendo mi radiecito a la cinco y media de la mañana cuando empiezan las noticias. Si dicen algo sobre La Escombrera le pongo volumen. A veces escucho que la van a cerrar, que van a empezar a buscar los cuerpos de los desaparecidos. Y entonces muchos me dicen: “Ahora sí van a sacar a Carlos”.

Él era un muchacho muy organizado, juicioso. Estudió en el Colegio Militar. Ya jovencito le gustaba tomarse sus tragos, pero nunca llegó a amanecer en la calle. Así fuera borracho, volvía a la casa. Si se iba a quedar en algún lado, me llamaba. Aún conservo la última cuenta del celular, porque cuando la miro me doy cuenta de todas las veces que él me llamaba.

Tengo toda su ropa, no se la he querido ni regalar a los hermanos. Yo tengo la bandeja donde él comía, los cubiertos; nadie en la casa los puede usar. ¿Pueden creer que a Carlos le encantaba el sancocho de hueso? Duré años sin volver a prepararlo.

Un día soñé que me llamó la líder de las Madres de la Candelaria, la organización que reclama a los desaparecidos. Contesté y ella me dijo: “Gloria, oí”. Alguien cogió la bocina y era la voz de mi hijo. Él no me decía mamá, tampoco me decía Gloria, él me llamaba Loria. En el sueño yo lo escuchaba: “Loria, Loria, Loria”. A las tres veces me desperté. ¿Saben quién me estaba llamando? Era mi otro hijo, para que le abriera la puerta.

A Carlos lo espero desde el 29 de noviembre del 2002. Ese día fue a visitar a la novia que vivía en la Comuna 13. Nunca volvió.

En el 2012, alias “Aguilar” dijo en una entrevista que a Carlos lo habían enterrado en La Escombrera. ¿Que por qué? ¡Conchudo! Que porque era un informante, que llevaba y traía información.

Ahora dicen que van a cerrar La Escombrera y a exhumar los cuerpos. ¿Cuál cerrar? Mire todas las volquetas que suben y bajan todo el tiempo. Esto es una mentira. A nosotros nos engañan. Todo sigue igual.


Galería fotográfica de las víctimas del conflicto en la Comuna 13. Salón Tejiendo Memoria

Cifras enterradas

Gloria no es la única que piensa eso. La hermana Rosa Cadavid Carmona, directora de la Obra Social Madre Laura Montoya, quien escuchó muchas veces su historia y compartió su dolor, tampoco confía en la “buena voluntad” de las instituciones, porque llevan mucho tiempo diciéndoles a las familias que las van a reparar y que van a buscar a sus seres queridos, y eso todavía no ha ocurrido. Considera que por la responsabilidad del Estado en algunas desapariciones no hay un verdadero interés por buscar a las víctimas. 

Jorge Mejía Martínez, consejero para la Reconciliación, la Convivencia y la Vida de la Alcaldía, asegura que hay voluntad de llegar hasta el final con los recursos que sea necesario invertir para recuperar los restos de las víctimas. Pero resulta complejo. Mejía reconoce que es como buscar “una aguja en un pajar”.

Y explica que en el sector hay tres intervenciones comerciales: Agregados San Javier, una escombrera que cerró en 2010; Bioparques S.A., un depósito de desechos que terminaría su vida útil este año; y la Constructora El Cóndor, una arenera con títulos mineros vigentes por 50 años.

El funcionario dice que aunque se han hecho esfuerzos en administraciones anteriores, la principal acción es exhumar los cuerpos, por eso están apoyando a la Fiscalía, que es la encargada de encontrar e identificar a las víctimas.

Son tantas las desilusiones que Gloria ya no cree en los discursos oficiales. Lo último que le dijeron es que ya ubicaron cuatro zonas donde podría haber cuerpos de varios desaparecidos. La esperanza de encontrar allí a Carlos es la misma que alienta a otras 143 mujeres que también buscan a sus hijos, a sus esposos, a sus hermanos, a quienes nunca regresaron. 

El anterior alcalde de la ciudad, Alonso Salazar, contrató un estudio en el que participaron comisiones forenses de tres países. Cada una dio recomendaciones de cómo deberían buscarse los desaparecidos de La Escombrera, teniendo en cuenta que para el 2011 la cantidad de desechos sobre los cuerpos equivalía a un edificio de 25 pisos.

La de Argentina recomendó identificar y exhumar los cuerpos en dos puntos específicos, y advirtió que el trabajo implica altos riesgos para las comunidades vecinas.

El equipo de Guatemala también priorizó la búsqueda en estos dos sectores y propuso que los familiares tengan acceso al proceso, y estén presentes en la exhumación, en condiciones de seguridad.    

La comisión de Perú especificó que este caso reviste un alto nivel de incertidumbre, por lo que planteó investigar primero cuántas personas habría sepultadas y cuál es su identidad.

De todos los estudios se concluyó que para encontrar los cuerpos enterrados habría que remover por lo menos un millón y medio de metros cúbicos de tierra, lo que costaría entre 30 y 40 millones de dólares.

En realidad lo que se conoce como La Escombrera son tres hectáreas de botaderos de materiales de construcción, que fueron usadas por grupos al margen de la ley desde hace dos décadas para ocultar sus crímenes; esto significa que puede haber víctimas de otras partes de Medellín y de diferentes periodos y tipos de violencia.

El número de víctimas que podrían estar bajo las escombreras y una cantera de la Comuna 13 aún hoy, después de doce años de denuncias, no es un dato preciso. La Corporación Jurídica Libertad, que adelanta procesos judiciales de víctimas del conflicto, ha logrado identificar a 105 personas que estarían sepultadas en la zona.

Pero en las audiencias de Justicia y Paz, el ex jefe paramilitar Diego Fernando Murillo Bejarano, alias “Don Berna”, quien comandó el Bloque Cacique Nutibara, que operó en Medellín, reconoció y confesó que en este lugar habría más de 300 desaparecidos. Sin embargo, advirtió que no conoce con exactitud los sitios donde estarían las personas sepultadas, porque los crímenes fueron ejecutados por sus subalternos.


La familia de Gloria está incompleta. 

“Hasta ahí supe de mi hijo”

El 28 de noviembre de 2002 Carlos se fue a trabajar por la noche. El 29 llegó como a las siete de la mañana. A las ocho, me dijo que se iba para San Javier a visitar a unos tíos. Resulta que se fue para la casa de la novia que vivía en la Comuna 13, en el sector El Seis.

Allá llegó y se acostó. A eso de las diez de la mañana llegaron tres hombres a preguntar por el muchacho de la moto. Ni siquiera le sabían el nombre. La novia les dijo que estaba dormido. Entonces le contestaron: “No importa. Llámelo que necesitamos hablar con él”. Lo despertaron y él se fue con ellos dizque a hablar. Han pasado doce años y todavía no han terminado la conversación.

Él salió en arrastraderas. Tenía la moto a menos de media cuadra de la casa, ese punto se llama El Reversadero. Algunos dicen que estuvieron ahí hasta las dos de la tarde. La novia de Carlos tenía dos hijas. Las muchachitas salieron de estudiar a mediodía y los encontraron ahí. Los hombres esos ya habían ido a la casa a traer los zapatos de Carlos, y él mandó las arrastraderas con las niñas.

A él se lo llevaron ese día con todo y moto. Como a las seis de la tarde los tres hombres volvieron. La novia de mi hijo les preguntó que qué había pasado con Carlos, que por qué no había vuelto. Ellos le contestaron: “Mi patrón le perdonó la vida, pero se lo llevó a trabajar a otra parte”.

La muchacha llamó a mi casa, pero no me contó nada.

—¿Carlos está ahí? —preguntó en un tono que no me gustó. Entonces quiso hablar con mi hija.

—Me pasa a Nidia.

—No, ella está estudiando.

Al momentico llegó Nidia. Yo le pedí que devolviera la llamada, y a ella sí le dijeron que a Carlos se lo habían llevado desde las diez de la mañana. A las seis de la tarde vine a darme cuenta de que mi hijo estaba desaparecido. Ahí mismo corrí a la pieza de él, me arrodillé en la cama frente al cuadro de la Virgen y dije: Virgencita, me mataron a Carlos.

Estuvimos averiguando. Como a las nueve de la noche me dijeron que él ya estaba muerto y enterrado. Que lo habían matado desde las cuatro de la tarde y que no podían entregar el cuerpo porque estaban en tregua navideña y no podían matar gente, por eso la desaparecían.

Una señora de Pastoral Social que iba mucho a la cárcel me hizo el favor de preguntar por él. Ella le mostró la foto de Carlos a un preso. El preso le dijo: “A ese muchacho lo recuerdo. A él lo enterraron en las lomas de San Javier con otros tres”.


Aferrada a los recuerdos de Carlos, la madre mantiene intacto el cuarto de su hijo.

 

Comuna 13, territorio en disputa

Carlos, el hijo que Gloria tanto espera, es una de las víctimas que ha dejado el conflicto armado en la Comuna 13 durante los últimos treinta años. Grupos armados legales e ilegales se han diputado este territorio a sangre y fuego, y la población civil ha estado en medio de estas confrontaciones.

Este sector, conformado por 23 barrios, habitados por más de 134 mil personas, es un corredor estratégico para el tráfico de armas, drogas, hurto de combustible y movilización de combatientes, dado que limita con corregimientos rurales de la ciudad y conecta a Medellín con varios polos de desarrollo en otras regiones de Antioquia.

A su vez, la Comuna 13 ha sido una zona de exclusión, en una ciudad donde las comunidades menos favorecidas son marginadas a la periferia y se privilegia un modelo económico basado en la prestación de servicios, el turismo y los grandes eventos de negocios. Así lo explica Adriana Arboleda, abogada de la Corporación Jurídica Libertad.

De acuerdo con los estudios adelantados por esta organización, los orígenes del conflicto en este territorio se remontan a la década de 1990, cuando Medellín vivió un proceso de creación de milicias urbanas, articuladas a movimientos insurgentes como las FARC y el ELN.

A mediados de los noventa, estos grupos participaron en un proceso de reinserción en Medellín. Sin embargo, después de esta desmovilización se consolidaron en la Comuna 13 los Comandos Armados del Pueblo (CAP), una milicia autónoma de las agrupaciones guerrilleras.

Al mismo tiempo en el país, los paramilitares, que surgieron en los ochenta como agrupaciones contrainsurgentes, intensificaron sus ataques en las zonas rurales. Para el año 1998, con el objetivo de controlar los centros urbanos, los paramilitares trasladaron el conflicto del campo a las ciudades. La guerrilla intentó lo mismo.

En Medellín los “paras” se unieron a las bandas de narcotráfico y se apoderaron de la mayor parte de la urbe, pero la Comuna 13 continuó bajo el dominio de los CAP.

En esa disputa, de acuerdo con la evidencia presentada a la Sala de Justicia y Paz del Tribunal Superior de Medellín, en los procesos contra el Bloque Cacique Nutibara, la Comuna 13 fue el último lugar que los paramilitares controlaron. Según el magistrado Rubén Darío Pinilla, es en ese contexto donde se presentaron las distintas operaciones militares concertadas entre paramilitares y Fuerza Pública, lo que simboliza una alianza entre lo legal y lo ilegal.       

Información de la Corporación Jurídica Libertad indica que en el año 2002 se desarrollaron alrededor de 24 operaciones militares. Las más conocidas fueron: Mariscal en mayo, Antorcha en agosto y Orión en octubre. En medio de estas intervenciones, hubo acciones encubiertas con grupos paramilitares.

Datos de esta organización dan cuenta de 105 víctimas de desapariciones forzadas entre los años 2000 y 2004, cerca de dos mil personas privadas arbitrariamente de la libertad, casi cien personas asesinadas, cientos de heridos, miles de personas desplazadas y viviendas arrasadas.

En la Operación Orión, que comenzó el 16 de octubre de 2002, participaron alrededor de mil quinientos hombres de la Policía y el Ejército, siete batallones, fuerza élite, fuerza aérea. La comuna estuvo confinada, no pudo entrar ni el Ministerio Público.

Eso coincide con la llegada a la presidencia de Álvaro Uribe Vélez, quien declaró el estado de excepción, expidió decretos que le dieron facultades especiales a la Fuerza Pública e inauguró la política de Seguridad Democrática. La Comuna 13 fue uno de los primeros lugares del país donde se empezó a implementar esta estrategia.

Desde ese momento, la Corporación Jurídica Libertad denunció los homicidios, desplazamientos y detenciones arbitrarias, y priorizó los casos de desaparición porque había indicios de que muchas de las víctimas estaban siendo enterradas en las escombreras.

Para Adriana Arboleda, quien ha documentado y apoyado los procesos de movilización y memoria de las víctimas de la Comuna 13, el acompañamiento a las familias en la búsqueda de los desaparecidos es primordial, porque son personas que perdieron su humanidad, y hay mamás, hermanas e hijas buscándolos.


Gloria en su balcón. Al fondo, la Escombrera.

“Me estaba muriendo ahí encerrada”

Después de la desaparición de Carlos estuve dos años encerrada. En ese tiempo me enfermé tantísimo, tantísimo que no podía ni caminar. Ahora, a pesar de la artrosis, estoy aliviada. Yo me la pasaba encerrada. ¡Que no me visitara nadie! Ni mi familia. Podían tocar la puerta, pero yo no abría.

¡Dios mío bendito! Ese primer 31 de diciembre cuando dijeron feliz año… Nunca volví a poner alumbrados en la casa.

Yo vivo en la Comuna 7, en el barrio Civitón. Mi casa da derechito a la Comuna 13. La vida mía era salir al balcón y mirar para La Escombrera. Hasta sabía cuántas casitas nuevas habían hecho. Me decía: aquella lucecita no estaba cuando Carlos se desapareció, aquella otra, tampoco. Así me la pasaba hasta que mi hija me sacó de ese encierro.

Al verme tan mal, me llevó a las Madres de la Candelaria. Fui allá a uno de los plantones que hacen en el Parque Berrío. La primera vez que participé fue en el 2004, y seguí yendo todos los miércoles.

Estando ahí llegó doña Adriana Arboleda a decir que había una ida a La Escombrera, que tenían buses disponibles para las que quisieran ir.

La primera vez que fui subieron tres buses. Llegamos a la iglesia que hay en La Escombrera. Eso fue en el 2008. En ese momento las volquetas solo llegaban hasta ese punto, y mire que ahora llegan hasta más arriba. Estando allá pensaba ¡Ay, Dios mío bendito!, por aquí trajeron a mi hijo. No averigüé nada. No quería que nadie me preguntara nada. Imaginaba cómo sería de horrible para Carlos, subiendo todo aporreado por esa Escombrera.

Dicen que lo aporrearon, esos eran los comentarios. Cuando yo iba al anfiteatro encontraba gente preguntando por los desaparecidos de la Comuna 13, y eso comentaban: “Es que yo vi a un muchacho que lo cogieron, lo aporrearon y se lo llevaron con una moto de tal y tal manera”. Eso se me metió en la cabeza: lo aporrearon y lo metieron en un taxi.

Esa subida a La Escombrera fue muy dura. Hasta llegué a pensar: ¿Estaré parada encima de él? Después de eso seguí yendo a donde doña Adriana. Me volví muy de allá. Me uní a la organización de víctimas Mujeres Caminando por la Verdad. Mujeres, porque somos nosotras las que buscamos a nuestros familiares. Y caminamos, porque así nos movilizamos: una caminata, un plantón, vaya a esta oficina, a esta otra; nosotras estamos en todas partes. Queremos que se sepa qué pasó con nuestros familiares, reclamamos justicia y que no se repitan estas cosas.


El comedor, un lugar de memoria.

El renacer de una esperanza

Estirando sus brazos morenos y arrugados, Gloria se apoya contra la cruz que hay junto al camino que conduce a la capilla de La Escombrera. Con su mano izquierda se sostiene en el tronco vertical, mientras con su otra mano va limpiando las hojas verdes que empiezan brotar en el madero. La cruz, de palos de sauce, ha comenzado a retoñar desde la base hasta lo más alto. Como si se tratara de una metáfora, Luz Elena Galeano y Yulieth Ramírez, compañeras del movimiento de víctimas, improvisan una frase, la escriben en un papel y la pegan en la cruz: “Aquí renace nuestra esperanza”.

La organización de víctimas Mujeres Caminando por la Verdad, que surgió en el 2002, acoge a 143 madres, esposas, hermanas e hijas que exigen la búsqueda y exhumación de sus familiares desaparecidos. Ellas tienen entre 35 y 78 años. Quince de sus compañeras han muerto esperando a sus seres queridos.

Luz Elena Galeano, líder de este colectivo de víctimas, busca a su esposo Luis Javier Laverde Salazar, quien desapareció el 9 de diciembre del 2008. Para ella, La Escombrera simboliza un lugar de memoria donde las mujeres van a recordar a sus familiares, pero a la vez representa rabia e impotencia, porque, luego de seis años de lucha, su mayor frustración es que allí continúen arrojando escombros.

En medio de las desilusiones han construido espacios de memoria y sanación colectiva que llenan a estas mujeres de nuevas fuerzas para continuar caminando hacia la verdad. Uno de ellos es el Salón Tejiendo Memoria, inaugurado en marzo del 2013, en la sede del convento de la Madre Laura Montoya.

Allí se reúnen cada quince días, y el último jueves del mes hacen un acto en memoria de las víctimas de la Operación Orión. En medio de esta intervención militar, Yulieth Ramírez perdió a su hermano Elkin de Jesús Ramírez, asesinado por la policía en el solar de su casa.

Aunque ella no tiene desaparecidos, en un gesto de solidaridad, siempre participa en las marchas, plantones, reuniones y actividades simbólicas que hacen las compañeras en busca de sus seres queridos.

Yulieth es una de las encargadas de dirigir los recorridos por el salón de la memoria. Mientras enseña las fotografías de un centenar de víctimas, exhibidas sobre un tejido de tela, relata la historia de algunas de esas personas como si se tratara de sus propios familiares.

En el lugar también hay una representación de La Escombrera hecha en una caja de acrílico que contiene arena, grava y piedras. A un costado, pintado en una pared, está el mapa de la Comuna 13 que señala las zonas más afectadas por el conflicto. Y afuera, cerca de la entrada, en una vitrina de madera, reposan camisas, gorras, zapatos, correas, pañuelos, billeteras y otras pertenencias de los desaparecidos.

Además de los espacios de memoria, Mujeres Caminando por la Verdad ha logrado que sus reclamos sean escuchados en diferentes sectores de la sociedad. Su persistencia llevó a la creación de una mesa interinstitucional coordinada por la Alcaldía, donde participan todas las instituciones que deben asumir responsabilidades y adelantar acciones que permitan encontrar a Carlos, a Luis Javier y a los demás que hoy faltan.

A mediados del 2014 la Fiscalía anunció que se podrían realizar las primeras exhumaciones en La Escombrera de la Comuna 13. La noticia llenó de esperanza a las víctimas, pero la postergación de las fechas ha ido diluyendo esas ilusiones.

 

Julieth, Gloria y Luz Elena visitan La Escombrera cada que tienen oportunidad para dar a conocer la historia de los desaparecidos. Y así, con unas flores o con un papel dejan el rastro de su memoria.

“Perdónalos, no saben lo que hacen”

Lo más duro de este proceso es que hemos luchado mucho para que cierren La Escombrera y mire que no la han cerrado. En cuanto a la Fiscalía, hace mucho tiempo dijeron que iban a empezar a buscar allá, que iban a hacer exhumaciones, que había plata. Eso no se vio.

Cuando hablaron de las exhumaciones, será cruel decir que me dio alegría, pero es la verdad. Dije: ¡Dios mío! Si mi hijo está allá voy a tener la forma de sacarlo, de poderlo enterrar, de tener dónde ir a llevarle unas flores y de decir vamos para el cementerio a visitar a Carlos.

Después, viendo que no exhumaban, uno se vuelve pa’ atrás, se siente decaído. Ahora, cuando la gente le dice a uno: “¿Usted es que es bobita? Ya qué van a poderlo identificar, si buscan allá qué van a encontrar”. Pero yo no pierdo la esperanza de encontrarlo y de saber que ese es mi hijo.

Cuando la gente dice eso yo no digo nada, me trago las cosas, pero pienso: pobrecitos, no saben lo que uno está sintiendo. Como dice el Señor: “Perdónalos porque no saben lo que hacen”. Y es la verdad, ellos no saben lo que uno siente.

Y una palabrita que choca es cuando le dicen a uno: “Ve, ¿ya te pagaron a Carlos?”. Eso duele, y yo les digo: ve y es que yo fie a mi hijo, a mi hijo no me lo pagan con ningún dinero. La mejor reparación para mí es que lo saquen de allá, me lo entreguen y yo saber que ese es mi hijo.

Flores en la Escombrera.

La esperanza de las exhumaciones

Con base en los testimonios de los exparamilitares Juan Carlos Villada, alias “Móvil 8”, y Jorge Enrique Aguilar Rodríguez, alias “Aguilar”, quienes pertenecían a los bloques Cacique Nutibara y Héroes de Granada, la Fiscalía ubicó cuatro puntos en los cuales podría haber cerca de 45 cuerpos.

El fiscal Gustavo Duque dice que todo está listo para comenzar las exhumaciones y que solo falta que el Departamento Administrativo de Gestión del Riesgo de Desastres (Dagred), apruebe un estudio que realizó una comisión técnica de la Alcaldía de Medellín para evaluar las condiciones del terreno.

Al respecto, Jorge Mejía, consejero para la Reconciliación, la Convivencia y la Vida, explica que antes de iniciar las exhumaciones es necesario evaluar si las excavaciones podrían generar deslizamientos que afecten a los barrios aledaños, para así tomar medidas preventivas.

El vocero de la Alcaldía para este tema agrega que los puntos georreferenciados presentan condiciones diferentes, porque algunos tienen mayor concentración de materiales de construcción. Esto hace que en unos lugares las exhumaciones puedan tener éxito a una profundidad de cinco metros, mientras en otros sea necesario cavar hasta 25 metros para encontrar cuerpos.

Adriana Arboleda advirtió que de acuerdo con los estudios hechos por las comisiones forenses de Guatemala, Perú y Argentina, en el mundo no hay precedentes sobre cómo buscar víctimas en una escombrera. Por eso cree que estos procesos no deben ser apresurados porque terminarían generando falsas expectativas y revictimizando a los familiares de los desaparecidos.

De iniciarse las exhumaciones, Arboleda considera necesaria la creación de una veeduría que permita la vinculación de las víctimas en el proceso, para que mujeres como doña Gloria hagan realidad su sueño de reencontrarse con sus seres queridos.


“Uno se muere cuando lo olvidan”

Cuando me llaman para ir a La Escombrera, yo digo: ¡Claro, ahí mismo! Yo no me niego a ir. Cuando me doy cuenta de que mis compañeras van y no me llevan les hago el reclamo. Yo siempre doy a conocer la historia de mi hijo, porque si me quedo metida en mi casa y no la repito, todo el mundo se va a olvidar de que Carlos está desaparecido. Yo no lo puedo dejar en el olvido, para mí él está vivo porque creo que uno se muere cuando lo olvidan.

* Este relato fue escrito en desarrollo del taller «Periodismo Sensible a los Conflictos. Memoria en Vivo.» Realizado por la DW Akademie y la Universidad de Antioquia, entre el 17 y el 28 de noviembre de 2014 en Rionegro y Medellín (Colombia).

El coordinador de la Agencia de Prensa del IPC fue invitado a participar en este proceso formativo cuyo producto final consistió en una revista.

Vea aquí la revista El Retrovisor