Educar para la paz implica transformar las instituciones

«Lo más importante es que la paz no se convierta en una asignatura porque sería igual que química o que física.» Eso piensa la educadora Marieta Quintero, coordinadora del Colectivo Nacional de Educación para la Paz y docente de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.

La profesora piensa que educar para la paz implica transformar las prácticas autoritarias en las instituciones educativas y buscar otras formas de impartir conocimiento. El reto es establecer saberes y prácticas que sean incluyentes y democráticas. Es enseñar a convivir con el otro.

Marieta Quintero participó en la cátedra abierta “La educación ante los desafíos de la paz en Colombia”, realizada el 29 de mayo de 2015 en Medellín. Allí fue entrevistada por la Agencia de Prensa del IPC para hablar sobre los retos que tiene la cátedra de la paz en Colombia y sobre cómo se ha posicionado el discurso de la paz en el país.

El evento fue organizado por la Universidad Autónoma Latinoamericana (Unaula) y el Instituto Popular de Capacitación (IPC); con el apoyo del Colectivo Nacional de Educación para la Paz, el Museo Casa de la Memoria de Medellín, la mesa interinstitucional Voces de Paz, la Corporación Pasolini en Medellín, el grupo de investigación Diverser y la Licenciatura en Pedagogía de la Madre Tierra.

Profesora Marieta, usted afirmó que Colombia era un país donde no se podía hablar de paz, refiriéndose a épocas anteriores del conflicto ¿Cómo fue posible que se empezara a hablar de paz?

El discurso de la paz por parte de las élites o de aquellos que toman las decisiones, que definen qué enseñar, cómo, por qué y para qué, es un discurso que aparece con la ley de víctimas —ley 1448 de 2011—.

Habría que reconocer que los movimientos u organizaciones de la sociedad civil sí han hecho siempre una defensa por los derechos humanos, pero el discurso, como un relato nacional, apenas aparece con la ley de víctimas.

¿Cómo ve la propuesta de la cátedra de la paz que se viene promoviendo a raíz del proceso en La Habana?

La cátedra de la paz es una iniciativa que nació en 1962. La primera persona que la propuso fue el general Matallana. Eso muestra que esta idea de la paz tiene un escenario político, ese fue un momento de las guerras partidistas donde el doctor Ariel Armel, junto con el general Matallana, empezaron a hacer las primeras propuestas de educación para la paz en el país, más centradas en la idea del disciplinamiento, del orden, del amor a la patria. Y él fue quien, en medio de este proceso de negociación en La Habana, promovió que Mauricio Lizcano, el senador, propusiera una cátedra para la paz.

Esa es una iniciativa de senadores y no del Ministerio de Educación. A la Ministra Educación le toca legislarla, pero es una propuesta del Senado que se ha ido llenando de contenido. Esto lo que demuestra es que hay un lenguaje acerca de la paz que ha estado instalado más en el orden de las élites y es un lenguaje que baja, pero me hubiera gustado más que fuera al contrario: que los maestros en consonancia con la comunidad educativa hubiéramos dicho: es necesaria una educación para la paz.

¿Cuáles son los desafíos y riesgos que tiene esa propuesta de cátedra de la paz?

En este momento no conocemos el documento final de la cátedra. Hay unos riesgos, es que la paz se puede volver: la izada a la bandera, la semana del amor, la semana del respeto… Otro riesgo es que se cree un currículo de la paz y creamos que con eso es suficiente, mientras que las prácticas y saberes en las instituciones educativas siguen anclados a prácticas autoritarias.

La propuesta que hicimos como Colectivo de Educación para la Paz es que esto tiene que pasar por un asunto de formación de maestros que permita que sus saberes y sus prácticas sean incluyentes y democráticas. Y eso debe ir en consonancia con esa idea de cómo construir otro país donde el autoritarismo y esos modos de evaluación de la vida de los otros empiecen por ser acciones que permitan la acogida del otro y la construcción de modos de paz.

Es que el asunto de la paz no es un relato, es una convivencia y creo que lo que más está fracturado en la sociedad colombiana es esa idea de cómo relacionarnos con el otro. En la escuela particularmente las jerarquías han llevado a que una sola voz sea escuchada; y uno pensaría que es necesario cambiar esos modos de relacionarnos. Esto no quiere decir que no vaya acompañado de contenidos, pero lo más importante es que la paz no se convierta en una asignatura porque sería igual que química o que física.