Fotos y texto: Róbinson Úsuga Henao

En el Jardín Hidrobotánico de Caucasia hay muchas de ellas. No nos pierden de vista, subidas en ramas y copas elevadas. Y ante cualquier movimiento nuestro se arrojan desde lo alto sobre los arbustos, creyendo que llegamos para cazarlas.

Acostumbradas a ellas, el profesor Jorge Eliécer y su ayudante, el campesino José Rivera, se internan entre la hojarasca, y apartan enredaderas y bejucos para revelar entre los rayos del sol a una planta que cuidan como a una niña consentida y de la cual conservan dos únicos ejemplares.

 –Se llama zamia y es un fósil viviente –explica el profesor en tono solemne.

Zamia

Zamia, fósil vegetal en vía de extinción
Zamia.

La zamia es una especie en vía de extinción. Sobrevivió millones de años refugiada en las selvas húmedas hasta que los humanos descubrimos el atractivo de sus hojas puntiagudas y brillantes. La empleamos para adornar oficinas, azoteas y patios, y pusimos en riesgo la supervivencia de su especie.

Esta y otras plantas que podrían desaparecer de la faz de la tierra, serán el orgullo del Jardín Hidrobotánico de Caucasia. Si antes el mismo jardín no desaparece.

“Descartaremos algunas especies comunes y traeremos otras de la región que están en vía de extinción. Comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes nos ayudarán en ello” es un sueño que el profesor Jorge Eliécer defiende e ilustra con palabras llenas de ciencia, filosofía y espiritualidad mientras damos un recorrido entre una constelación de hojas verdes, flores de colores, mosquitos que se nos prenden como si fuésemos platos suculentos e iguanas que saltan y se escabullen por el pánico de la presencia humana.

Jardín Hidrobotánico (198)Una cultura Anfibia

El profesor Jorge Eliécer abandonó la cómoda y amoblada casa que compartía con su esposa y su hija en las entrañas de Bogotá, cerca de la embajada norteamericana, para vivir en una habitación prestada del barrio Pueblo Nuevo en el caluroso municipio de Caucasia, Bajo Cauca antioqueño.

Es un hombre divorciado del sistema capitalista. No tiene auto porque le considera el mayor fetiche de la sociedad moderna. Hace años que clausuró su cuenta bancaria y aprendió a vivir con lo que las manos hallen en sus bolsillos. Tiene la inteligencia y el espíritu abosortos en compartir el mensaje de que la vida y el agua son sagrados.

En la región del Bajo Cauca ha entregado los últimos años de esfuerzo porque tiene una poderosa causa como director del primer Jardín Hidrobotánico de Colombia: que las comunidades reconozcan el inmenso valor que tiene pertenecer a esa “cultura anfibia” que mencionó el francés Luis Striffler y que documentó el sociólogo Orlando Fals Borda.

Pescadores en el río Man.

La “cultura anfibia” son esos característicos rasgos de las gentes que vivían en la región de La Mojana y sus humedales (y en las vertientes de los ríos Sinú, Magdalena, Cauca y San Jorge), caracterizados por su piel oscura, la escasez de vellos y el grosor de sus cabellos, y que han demostrado una extraordinaria capacidad de adaptarse a las inundaciones cíclicas y a la humedad del suelo y el aire.

En la región del Bajo Cauca la educación sobre el cuidado del agua se hace imprescindible, toda vez que los ríos de la zona están siendo contaminados por la explotación minera, en ocasiones ilegal y con la implicación de grupos armados.

La invasión

Cruzando por entre senderos de hormigas, nos dirigimos a la parte elevada de la reserva, donde nos esperaba el galimatías que hoy en día tiene estancado en el tiempo el nido de sueños del Jardín Hidrobotánico: dos mil ranchos de madera y techos de zinc, surgidos de una ola invasora de familias pobres que se apropiaron de gran parte de los terrenos.

Vista del caserío

El arroyo Santa Elena, que con sus aguas frescas y cantos cristalinos sería el eje educativo para introducir a los visitantes en la valoración de la “cultura anfibia” del territorio, ahora es una quebrada sucia y maloliente, contaminada por los detergentes, grasas y heces fecales que arrojan los invasores asentados en la parte alta.

–Son 1.170 familias las que aquí habitan, más o menos 4.380 personas  –ilustra el profesor Jorge Eliécer.

Jardín Hidrobotánico (178)

Son dos los asentamientos humanos, conocidos como Villa Uribe y La Colombianita. Y los políticos locales no han enfrentado la problemática porque hacen parte de ella. Para situarse en ese lugar, las familias pobres contaron con la ayuda de políticos, quienes en pasados periodos electorales a la alcaldía y al Concejo Municipal feriaron los terrenos del Jardín Hidrobotánico a cambio de votos.

–Entregar terrenos de manera irresponsable es una de las formas de hacer política por aquí –explica el profesor Jorge Eliécer.

Jardín Hidrobotánico (157)

El exalcalde Jorge Iván Valencia, y el actual alcalde José Nadín Arabia, fueron dos de los funcionarios que se mostraron complacientes con la problemática. El primero se ofreció a remediarla cuando aún no se había agravado, y el segundo solo levantó una reja para separar el rancherío de la zona boscosa.

Las obras del enrejado terminaron en abril del presente año y se hicieron a petición del mismo profesor Jorge Eliécer, en un esfuerzo desesperado por conservar la parte del jardín que no ha sido invadida.

Jardín Hidrobotánico (110)

Al caminar por allí, da la impresión de que el enrejado es la nueva frontera irremediable e inexorable entre dos mundos: el de la preservación y el cuidado del medio ambiente, y el de la devastación y la brutal contaminación.

La cantidad de bolsas, envolturas, botellas y desperdicios de plástico que descienden por el arroyo y se acumulan en la maya que divide a ambos mundos, ofrecen una espantosa muestra del horror ambiental por el que atraviesa el Jardín Botánico de Caucasia, un lugar al que algunos han dejado de visitar porque en su atmósfera perfumada de plantas selváticas a veces se percibe el desagradable hedor a caño.

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Entre tanto, las gentes que viven al otro lado de la cerca parecen asociar al profesor Eliécer con la imagen del enemigo.

–En cierta ocasión me encontré en el camino a un señor que me acusó de querer desalojarlos, y que por eso me iba a dar bala. Le invité a que nos sentáramos en las bancas de una tienda para charlar, y nos levantamos una hora después, tratándonos como buenos amigos –cuenta el profesor Jorge Eliécer.

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Quince años de trabajo

La “Fundación Jardín Hidrobotánico Jorge Ignacio Hernández Camacho” tiene personería jurídica desde mayo de 2006. Un año después, el 13 de julio de 2007, adquirió Permiso Ambiental de CORANTIOQUIA y los reconocimientos de ley del Instituto Alexander Von Humboldt y de la Red Nacional de Jardines Botánicos.

Dispone de 8,5 hectáreas y es el dieciochoavo jardín botánico que se crea en Colombia del total de 21 que existen en el país. Fue bautizado Jorge Ignacio Hernández Camacho en memoria de un biólogo y científico que cumplió importantes papeles en la creación de instituciones ambientales en Colombia, como el Código Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente, y el Sistema Nacional de Parques Naturales.

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El concepto “hidrobotánico” surgió de un enfoque propuesto por la Fundación Pro-Agua, mediante una estrategia de educación ambiental llamada Círculos Pro-Cultura del Agua, cuyo proyecto piloto fue aplicado en 2001 en la Institución Educativa Liceo Concejo Municipal de Caucasia. De allí surgió la iniciativa de convertir en jardín botánico la Reserva Natural Cañafístula, aledaña al liceo, idea apoyada por Corantioquia.

La fundación Pro-Agua fue creada por el sociólogo ambientalista y ex Director Nacional de Desarrollo Social del INDERENA, el profesor Jorge Eliécer Rivera, un hombre vigoroso, con barba blanca y lentes cuadrados que acentúan su aire de científico.

Aula Ambiental del Jardín Hidrobotánico.
Aula Ambiental del Jardín Hidrobotánico.

El plan B

–Él es un hombre sabio –dice Wilson Preciado, un señor que desde hace 15 años dejó su municipio de Sabaneta para crear un estadero en las afueras de Caucasia, a las orillas del río Man.

El estadero se llama La Gran Isla y tiene un hotel en el que pernoctan camioneros y conductores que van de paso por la región. También tiene un criadero de patos y pavos reales que conviven con las iguanas que descienden desde los árboles.

 Wilson Preciado junto a un humedal vecino de La Gran Isla.
Wilson Preciado junto a un humedal vecino de La Gran Isla.

Con el apoyo de Wilson, el profesor Eliécer desea crear en La Gran Isla un centro gastronómico, un salón de arte en el que puedan exponer los artistas de la región y una escuela de canotaje para que los jóvenes recuperen el valor del río mediante actividades deportivas. La iniciativa se llama Ríos para la Paz y la Asociación de Oficiales de la Infantería de Marina contemplaría su apoyo en aspectos de formación.

–Este proyecto surgió como otra alternativa ante la invasión del Jardín Hidrobotánico –comenta el profesor Jorge Eliécer.

Algunas personas del municipio de Caucasia creen que será imposible sacar al jardín de la catástrofe ecológica en la que se encuentra. Una de ellas es Sorel Reino, tecnóloga en Ecología y Turismo, habitante del lugar.

–El problema es muy grande y no se ve voluntad política para solucionarlo –dice Sorel.

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El profesor Jorge Eliécer confiesa que a veces lo llama su esposa desde Bogotá para pedirle que regrese. Y a decirle que qué necesidad tiene él de estar por allá, viviendo en habitación prestada y durmiendo en una hamaca que desenrolla en las noches y vuelve a enrollar en las mañanas.

Pero desde que él hizo una ruptura con los hábitos consumistas de la sociedad occidental, no es la comodidad lo que busca.

–La felicidad de la vida es hacer algo satisfactorio para usted y útil para los demás –anota el profesor.

Entre tanto, con la consabida combinación de método y paciencia que caracteriza a todo científico, el profesor Jorge Eliécer sigue formulado denuncias, elaborando cartas, organizando citaciones y celebrando reuniones con funcionarios de todas las tallas y calañas que tienen que ver con el asunto, como la Personería Municipal, la Procuraduría General de la Nación, la Alcaldía Municipal, Secretaría de Planeación Municipal, la Dirección Local de Salud, la Secretaría de Gobierno, el Hospital César Uribe Piedrahita, la empresa local de recolección de basuras, CORANTIOQUIA y el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar.

Pero la invasión multitudinaria continúa allí, expandiéndose.

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En nuestro recorrido por la franja divisora entre los dos mundos, vimos a señoras que se adormecían acostadas en sus hamacas y tres niños de unos 12 años que jugaban con un perro. Uno de esos niños saludó al profesor Jorge Eliécer:

–Señor, ¿usted es el dueño de todo eso? –le preguntó señalando la reserva ambiental.

–No, esto no es mío. Es de todos ustedes, para que descubran el valor que tienen las plantas, los árboles, los animales y el agua –le respondió.

–Ahh –el niño se quedó callado, sin saber qué más decir.

Luego me pidieron que les tomara algunas fotos.

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En Caucasia es común ver a niños de esa edad matando iguanas a pedradas. Quizá no muy consientes en que esos pacíficos animales tienen mucho en común con los ancestros de este territorio: también son seres anfibios para pasan la vida entre la tierra y el agua.

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