La paz y el futuro deseado

Artículo de opinión por Diego Herrera Duque, presidente del IPC

En su último libro “Diplomacias de Paz. Negociar con grupos armados”, publicado a finales del año 2015, del profesor catalán Vicenc Fisas, Director de la Escuela de Cultura de Paz de la Universidad Autónoma de Barcelona, nos muestra una realidad objetiva: El conflicto armado en Colombia, por regiones, es el conflicto de más duración en el mundo con 50 años, según la media de los conflictos existentes a principios de 2015. Así mismo, nos hace evidente otra realidad objetiva: La finalización de los conflictos armados en el mundo, en su mayoría (alrededor del 74,6% en los últimos 30 años) se logra su finalización bajo modelos de negociación para alcanzar acuerdos de paz.

Quizás estos dos datos serían suficientes para explicar, en parte, porque diversos sectores de la sociedad colombiana han recibido con beneplácito la decisión de la Corte Constitucional de aprobar el mecanismo plebiscitario para votar lo pactado entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC en La Habana (Cuba), lo que social y políticamente será la vía para legitimar los acuerdos alcanzados entre las partes. Dicha decisión, favorece el camino para la promesa de una sociedad más democrática e incluyente fruto del acuerdo de paz, que resuelve sus conflictividades por la vía civilista y no por las armas. En esta promesa se vuelve fundamental la voluntad, actitud, compromiso y decisión política del ciudadano de a pie, sobre el destino del país, pues serán los ciudadanos quienes tendrán la opción de alargar por muchos años más la historia de confrontación armada que hemos vivido, o atreverse a soñar y a construir un país que camina en la vía de la paz y la reconciliación.

El momento histórico nos pone frente al sentido de la afirmación de la vida ante el sentido de la negación que trae la muerte, que es la expresión a la cual hemos asistido por más de 52 años de conflicto armado interno. Tenemos todos y cada uno, la opción de cambiar la gramática de la guerra por una gramática de la paz, ante la posibilidad de expresar afirmativamente un futuro deseado como opción personal que se vuelve proyecto colectivo de sociedad. El SÍ o el No, tienen un ámbito subjetivo, del fuero íntimo donde cada ciudadano puede orientar su elección.

Precisamente es este uno de los mayores retos, transformar la subjetividad política de gran parte de la ciudadanía que, en medio de la confrontación armada y la polarización política, ha naturalizado la muerte por encima de la vida, se ha habituado  a la guerra y le cuesta creer en un país sin violencia, ha hecho del odio y el rencor la base de la relación social con el Otro diferente, ha estigmatizado y perseguido la crítica en vez de reconocerle su valor para robustecer el debate amplio y constructivo, ha mirado para otro lado ante los hechos de muerte y se niega a imaginar otro futuro atado al respeto por la vida, y ha edificado un pensamiento binario que busca el bien en unos y el mal en otros. Bien decía con mucha inteligencia Eduardo Galeano, escritor uruguayo muerto hace poco, que  “este es un mundo que te domestica para que desconfíes del prójimo, para que sea una amenaza y nunca una promesa”. Estamos ante la posibilidad de que cada uno y cada una de los colombianos busquen en sí mismo, y en la valoración de su relación con el Otro distinto, el significado de esa promesa, que pasa por elegir un destino colectivo donde prevalezca el valor y el derecho a la vida digna.

Asumir este cambio implica transformar paradigmas, mentalidades, creencias y prácticas que se articulan en torno al ser humano y la pluralidad de formas de pensar, sentir y actuar. La pluralidad afirma, la homogeneización niega. La paz prometida requiere una subjetividad plural. Su profundo significado está en construir una relación de cada uno con el Otro, quien por ser distinto no necesariamente debe ser eliminado, agraviado o excluido. Somos iguales y distintos a la vez, hacer consciente y respetar esta condición es fundamental para la convivencia democrática en el presente y el futuro de Colombia.

Este giro en la forma de pensar y sentir, pero también de nombrar la posibilidad de un país en paz, implica comprender que la paz no es de los gobiernos, ni de los partidos, ni de dirigentes. La paz es también una construcción subjetiva y social de la gente que la vive y la experimenta cotidianamente en la ciudad, la vereda, el pueblo, su organización, su vecindario, su barrio, su familia. Sentir que se puede vivir la paz como experiencia cotidiana es un propósito que hace emerger emociones y sentimientos nuevos más cercanos al amor, la alegría, la solidaridad y  la esperanza, que permiten superar el odio, la rabia, el rencor, el miedo y el dolor, que son sentires que han estado encadenados por las lógicas de la guerra durante tantos años y que han invadido nuestra vida diaria. Esa dimensión experiencial, afectiva y emocional, no es menor a la hora de convocar una expresión plural, social y política que imagine un horizonte de paz y reconciliación.

El lenguaje de la paz nos rescata como seres políticos y conversacionales, que van transitando del singular al plural sobre la esperanza de cambio, comprometidos con la posibilidad de construir una generación para la paz y no para la guerra, y articulados en torno a una expresión afirmativa ante la refrendación ciudadana por la vía del Plebiscito, que equivaldría a un rotundo SÍ.