Por Rodrigo Osorno Ospina, educador e investigador del IPC

El acuerdo de paz para Colombia firmado este lunes 26 de septiembre entre el Gobierno Nacional de Juan Manuel Santos y las FARC- EP concentró toda la atención pública nacional e internacional,acerca de las posibilidades de ponerle fin a la época aciaga vivida durante más de medio siglo, proponiendo un camino democrático y civilista para dirimir los  conflictos sociales y políticos, imaginando propuestas colectivas en la construcción de la paz, abriendo condiciones propicias para el desarrollo como sociedad y producir  maneras creativas de convivencia entre diferentes. Una apuesta por construir respecto, y otra que quiere persista la destrucción. Guerra es destrucción, paz es construcción.

Entre el miedo de algunos sectores de la sociedad que se oponen al acuerdo logrado en la Habana, especialmente el Centro Democrático, con Uribe y Ordóñez a la cabeza, y la esperanza de millones de colombianos de avanzar en la superación de la guerra, evitando más muertes, se mueve la campaña para la consulta democrática que definirá si lo ratifica o lo rechaza este domingo dos de octubre. Es un acontecimiento político y democrático de la mayor importancia, por lo que significa en sí mismo: de un lado, el voto entre ciudadanos y ciudadanas para que decidan políticamente si se continúa en el tratamiento militar del conflicto armado o se produce un salto en pro de la construcción de país y, del otro, lo pactado entre el Gobierno y la insurgencia, tanto en su ratificación como su implementación le otorga todo el papel al conjunto de la sociedad. Un proceso que cuenta con el respaldo de la mayoría de los partidos políticos, la ciudadanía organizada y la comunidad internacional y que, a no dudar, este plebiscito terminará respondiendo mayoritariamente a favor del sí.

Del contenido del acuerdo, tres campos de acción merecen toda la atención en el proceso de implementación, dado que son los que más escozor genera en los sectores más guerristas. El miedo a que se sepa la verdad de todo lo sucedido en el conflicto,  de los que directa o indirectamente tuvieron que ver con todo el horror y el dolor causado a las víctimas, no sólo por parte de las FARC; miedo a que se ponga en marcha un proceso de reforma rural integral que rompa con el latifundio, se democratice la propiedad de la tierra, a que haya mayor Estado para el campo y se dignifique la vida social, económica y política del mundo campesino; y miedo a una real apertura  democrática del sistema político actual que abra la participación a otros partidos y movimientos políticos, y a que la diversidad y las mayorías sean realmente incluidas. Es el miedo a una democracia más amplia y pluralista en el sentido que todos y todas quepamos en la sociedad.

La amplia y diversa literatura acerca del conflicto armado colombiano da cuenta que no solo estuvo presente las FARC y otros grupos insurgentes, también actuaron con mucha mayor decisión y sevicia otros sectores ligados al establecimiento y al paramilitarismo, propiciando el despojo de tierras y el desplazamiento de millones de campesinos, el asesinato y desaparición, así como la violación más amplia y descarada de los derechos humanos y con éstos, el derecho más preciado de la humanidad: el derecho a la vida. Las constantes denuncias y movilizaciones realizadas por el movimiento de derechos humanos y los movimientos sociales desde décadas atrás, vienen a constatar hoy vía investigaciones y documentación lo que ya antes se decía: la complicidad del Estado con todo lo que acontecía. El llamado a superar la impunidad es hija o herencia de las luchas sociales y en especial, del movimiento de derechos humanos, no es propiamente de la ultra derecha que, hoy para oponerse al acuerdo de paz termina por reclamar algo que no les pertenece, por que siempre negaron que en Colombia había víctimas, conflicto e impunidad.No hay algo más paradójico que quienes otrora propiciaron la impunidad, hoy sean los que critiquen la impunidad existente.

Pues bien, creo que si hay algo por que admirar y defender este acuerdo de paz, es que fue un proceso real de negociación, con un final cerrado tanto por parte del gobierno como por las FARC- EP. Se cedió por ambas partes y se situó en un punto muy alto precisamente el tema de justicia y de victimas,que supera la impunidad reinante, recurriendo para ello a la justicia transicional y restaurativa, creando para ello la Jurisdicción Especial de Paz para que cuenten la verdad, se esclarezca la responsabilidad de unos y otros en las atrocidades cometidas, las complicidades de lado y lado, el papel del Estado en todo ello, la indiferencia como sociedad, y definir acciones de reparación. Más allá de la venganza o castigo que hay en los que reclaman más justicia que paz, lo que más importa para Colombia es que se sepa toda la verdad acerca de que fue lo que pasó y por qué y que no puede volver a suceder. Es un acuerdo para superar los dramas vividos y proyectar el futuro a conciencia de nuestro pasado como sociedad.

Por ello, si algo convoca este acuerdo de paz es a que todos los actores armados que tuvieron responsabilidad directa en la violencia, cuenten la verdad y establezcan su responsabilidad; que haya tolerancia y pluralidad para escuchar y entender a otros, así sus posturas sean muy disímiles y controversiales, que permitan encontrar formas de entendimiento, avanzar decididamente en la aplicación de justicia a la medida de la complejidad y gravedad de lo sucedido.

Reforma rural integral, devolución de las tierras a millones de campesinos victimas del conflicto; la apertura democrática para que más partidos y movimientos entren al sistema político a disputarse el desarrollo y la conducción del Estado; y construir la verdad sobre lo vivido, superando la impunidad, aplicando justicia cierta y efectiva, así como medidas de reparación y de no repetición, son aspectos cruciales del acuerdo pactado en la Habana.

Es el momento preciso para que el constituyente primario, es decir, el ciudadano y ciudadana concurran a las urnas a votar por el Sí, para que sea aprobado el acuerdo de paz que le cierre las posibilidades a los que quieren continuar la guerra y le tienen miedo a la verdad y por tanto, a no superar la impunidad.

Enterrar la antidemocracia es votar sí en el plebiscito.