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Recuperar la fuerza y la creatividad democrática de Medellín es posible

Artículo de opinión elaborado por Omar Urán A., investigador, docente y miembro de la junta directiva del Instituto Popular de Capacitación (IPC).

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En sentido estricto, Medellín no necesita un alcalde o alcaldesa, necesita un equipo, una amplia coalición social, política y económica. Aun así, bajo las actuales reglas, una o un alcalde se hace necesario para liderar y responder por este equipo y su gestión.

No podemos seguir escapando de nosotros mismos, tal como ha venido ocurriendo con las últimas dos administraciones. Se hace necesaria una coalición y una o un alcalde socialmente articulados y comprometidos con un proyecto de ciudad, con fuerza para incluir y capacidad para crear, respetando y garantizando vida:  sin miedo para enfrentar con serenidad, esperanza y valentía las fuerzas de muerte que subgobiernan el Valle de Aburrá; con decisión y apertura para construir las bases sociales, económicas y políticas que posibiliten la democracia y una paz duradera en la ciudad.

Hoy nos enfrentamos a la coyuntura de elegir alcalde para Medellín como miembros de una comunidad política, hacedores de un territorio en común. Tenemos una amplia y variada oferta ideológica, de clases sociales y capitales culturales puestos en juego. Se inscribieron 15 candidatos(as) y están en juego 13. Y eso es valioso y muy diciente del ánimo y potencia democrática que aún tenemos.

Pero de mantenerse una relativa igualdad en el potencial electoral de cada candidato, la capacidad representativa y la legitimidad final serían muy bajas y las posibilidades de un gobierno ineficaz (debido a bloqueos políticos) serían muy altas. Para construir las bases de un gobierno con legitimidad inicial, amplio reconocimiento y eficacia al final, se necesita un candidato o candidata que logre concitar por lo menos el 40 por ciento del potencial electoral de la ciudad.

Pero lograr la coalición no es un acto simple, de meramente juntar fotos y logos, titulares de programas o proyectos, o de lograr acuerdos burocráticos simples y personalistas. El balance, la ecualización entre egos, colectividades y grupos de interés se hace necesario.

Candidatos y candidatas no sólo deben obedecer a su ego, a su necesario ímpetu de competir y de ganar, de no ceder terreno. También deben tomar nota de la realidad, de comentarios, estados financieros, apoyo de voluntarios y estadísticas electorales. El proceso se va decantando y al final lo más probable es que de 15 sólo figuren públicamente cuatro o cinco personajes.

Las colectividades deben “darse la pela” y asumir que no todo el programa es posible si se quiere tener alguna incidencia y resultados políticos favorables al final del periodo, pero tampoco deben desconocer que tienen puntos a no vender y propuestas y alternativas concretas posibles de ser realizadas bajo el gobierno de un movimiento o partido diferente.

Los grupos de presión, que mueven intereses empresariales, burocráticos y corporativos, deben mirar el horizonte de la ciudad y reconocerse como parte de un territorio común, comprometerse con su sostenibilidad social y ambiental, superando la apuesta por retornos de corto plazo en camino de generar bucles mercado-individuo-naturaleza-sociedad mucho más dinámicos, con mayor capacidad de retroalimentación y resiliencia.

Consultando sus colectividades –en lo posible autorizados por ellas– candidatos y candidatas son en última instancia los que inhiben o facilitan un acuerdo o coalición alguna. Acuerdo que para ser efectivamente programático también debe ser burocrático, asumiendo que en últimas los programas y proyectos se encarnan en partidos, movimientos y personas que son quienes mejor conocen o han trabajado sobre determinado asunto o problema.

Para facilitar un gobierno más eficaz administrativamente y transparente hacia el ciudadano, en términos de responsabilidades políticas, la coalición debe superar la administración al detal de las famosas cuotas burocráticas, en las que el alcalde o su mayordomo distribuyen personas y cargos en diferentes secretarías o entes públicos, en acuerdo, principalmente con concejales (no con el colectivo), generando en muchas ocasiones frenos y obstáculos que se traducen en ineficiencia de la alcaldía misma. Ello sucede, sobre todo, cuando en un ente se nombran superiores (secretarios o directores) y subordinados ejecutivos (subsecretarios o subdirectores) de partidos o movimientos diferentes e incluso con ideologías contrarias: a lo que quiere hacer uno le pone frenos el otro, y lo que uno encuentra como necesario el otro lo desestima.

Un ejemplo diferente para tener en cuenta, de cómo la negociación programática incorpora de manera política y no personalista la burocracia, es la Große Koalition (Gran Coalición) en Alemania, encabezada por Angela Merkel, del CDU, y que integra en el gabinete de gobierno a los partidos del CSU y el PSD, de tal forma que los ministerios los dirigen de arriba-abajo y de modo autónomo los propios partidos: 8 el CDU, 3 el CSU y 7 el PSD. A modo de ilustración, el PSD tiene la responsabilidad política y la autonomía burocrática para dirigir en su integridad carteras como las de finanzas, justicia, relaciones exteriores, así como el CDU tiene a su cargo ministerios como las de Educación e Investigación, Defensa, Economía y energía, etc.

Pero no somos Alemania ni tenemos la solidez de sus partidos políticos, contamos con movimientos, procesos, individuos, experiencias y saberes acumulados que en las actuales elecciones se encuentran dispersos y que se hace necesario articular de manera creativa y sinérgica, no sólo para ganar las elecciones sino también para conformar un gabinete de gobierno que combine y garantice calidad técnica, participación ciudadana y gestión pública eficaz.

En esa dirección, sea quien sea que la pragmática electoral recomiende como persona a encabezar esta coalición, se debe procurar al máximo que el acumulado de la ciudad no se pierda y que la coyuntura sirva para actualizarlo y renovarlo de manera amigablemente crítica y propositiva. Acumulado que de una u otra forma representan varios candidatos, o que hasta hace poco lo eran como: César Hernández y su conocimiento de la planeación territorial de la ciudad, de sistemas de transporte, del urbanismo social, comunitario y participativo; Beatriz Rave en planeación metropolitana,  vivienda y suelo urbano; Víctor Correa y su experiencia en el sector salud, agropecuario y parlamentar; Juan David Valderrama y su acumulado en finanzas, gestión estratégica de proyectos, programas y cooperación internacional; Daniel Quintero y su experiencia en tecnologías de la información y la comunicación, así como en empresarismo digital; Jairo Herrán en ciudadanía y derechos humanos; y Jesús Ramírez y su conocimiento y experiencia en asuntos de convivencia y seguridad urbana. Todos ellos con una amplia red de ciudadanos activos y organizaciones que los respaldan y que son un valioso activo político voluntario para estos momentos ya casi últimos de la campaña que, sin duda, viendo una construcción colectiva amplia y clara en sus propósitos, movilizaría más y más ciudadanía.

Se trata de personas comprometidas con crear condiciones territoriales (políticas, sociales, y económicas) para que la paz, como proceso y construcción, sea posible en el país y la ciudad. Personas que se han arriesgado y han jugado su nombre al escrutinio colectivo, personas que representan experiencias y procesos ciudadanos que el nuevo gabinete debería integrar de cara a superar las múltiples manifestaciones de crisis cultural, económica y ambiental que hoy Medellín enfrenta y que la actual administración de modo narcisista evita reconocer, recreando una enorme brecha sociedad civil–estado que ya gobiernos anteriores habían avanzado en superar y  que algunas de sus consecuencias más visibles son el aumento en los índices de violencia y criminalidad, la persistente contaminación de nuestro aire y la falta de planeación estratégica a largo plazo de la urbe, sus comunas y corregimientos, con efectiva participación y control ciudadano.

Precisamente esta experiencia en lo público, esta manifiesta búsqueda y orientación hacia una paz y una ciudad posible deben ayudar a construir acuerdos políticos de largo plazo, a imaginar una gestión del Municipio  y una administración de lo público que supere apetitos burocráticos politiqueros, mezquinos y personalistas, avanzando hacia una gestión política integral de las diversas secretarías e instituciones del municipio, donde, tanto para el propio alcalde o alcadesa, como para la ciudadanía, sea claro qué partido, movimiento o sector coadyuva a dirigir un sector de lo público y rinde cuentas por ello, asumiendo los costos y los bonos de su gestión. Se trata de aprovechar el momento para dar un salto político de calidad en transparencia, gobierno abierto, responsabilidad política y corresponsabilidad ciudadana.

Recuperar el rumbo de la ciudad hace necesario superar egos, aislamientos partidistas, mezquindades politiqueras y miedos corporativos. Entre este grupo diverso de movimientos, candidatos y candidatas que representan esa otra Medellín posible, emerge hoy un momento más de diálogo y conversación que de canibalismos y debates sin sentido, es la oportunidad de explorar y construir objetivos compartidos de ciudad, de transformar y generar nuevas prácticas políticas, de innovar en aquello que realmente hace posible la existencia y sostenibilidad de la ciudad en cuanto comunidad política de seres autónomos y libres que se cuidan mutuamente.