Juan Valdes_Foto ClacsoLa única forma de equiparar el campo con la ciudad es a través de una política social que dote a los habitantes rurales de un conjunto de bienes públicos: salud, educación, cultura, deporte, empleo; “todo lo demás es una farsa de equiparación”.

Eso piensa el investigador cubano en temas agrarios, Juan Valdés Paz, quien habló con la Agencia de Prensa del Instituto Popular de Capacitación (IPC), durante su visita a la Escuela Campesina, realizada por el Grupo de Trabajo en Desarrollo Rural de Clacso con apoyo del IPC.

Entre otras cosas, el cubano habló sobre la inviabilidad del actual modelo de desarrollo agrario, la necesidad de fortalecer científica y tecnológicamente a la agro ecología, y la importancia de promover una identidad rural anclada a lo nacional.

 

Ha hablado usted en la Escuela Campesina de Clacso sobre la necesidad de implementar un desarrollo rural social diferente al capitalista ¿             En qué se diferencian?

Lo característico del desarrollo capitalista es siempre basarse en la propiedad privada y en el mercado, mientras más libre sea la propiedad de hacer lo que quiera y el mercado de desproteger a los menos competitivos, el capitalismo hace su propia marcha, desarrolla las fuerzas productivas y no le interesa el desarrollo social.

Una visión distinta consiste en considerar que el desarrollo implica tanto el desarrollo de la fuerza productiva como el desarrollo social. Ambas deben estar unidas.

En el caso del desarrollo agrícola, este debe acompañarse del desarrollo rural, al punto de que aún en los momentos en que el desarrollo agrario se vea detenido por cualquier circunstancia, el desarrollo social no se detenga y se mantenga de manera ininterrumpida.

El desarrollo agrario debe permitir que la agricultura haga su aporte al producto nacional, al desarrollo del país, y que el desarrollo del país tenga en cuenta el desarrollo agrario como uno de sus componentes fundamentales.

Y el desarrollo rural debe resolver el viejo problema de la diferencia entre campo y ciudad, debe equiparar las condiciones de vida de los ciudadanos rurales y de los urbanos. La experiencia histórica es que la única manera de zanjar esa diferencia es equiparando las condiciones de trabajo, protegiendo en el mercado a los productores primarios pero, sobre todo, resolviendo una política social que les dote a los habitantes de la sociedad rural de un conjunto de bienes públicos: salud, educación, cultura, deporte, ocupación, que los equipare a las condiciones de los habitantes de las ciudades.

Esa es la única manera de equiparar, todo lo demás es una farsa de equiparación, a lo mejor le hacen a un lugar del campo una carretera pero seguramente será para beneficiar a algún productor generalmente grande, porque para los chicos no hacen carretera. Entonces, de lo que se trata es de llevarle al propio espacio rural la salud, la educación, etc., en condiciones de universalidad y de gratuidad.

Hablando de alternativas para el mundo agrario y rural surgen propuestas como la agroecología, que en ocasiones es vista como un atraso, por ello usted hablaba de la necesidad de generar nuevos desarrollos en este campo ¿Cómo hacerlo?

El desarrollo agrario ha transitado, inducido por la experiencia de los países centrales, bajo un modelo tecnológico intensivista en recursos: maquinaria, agua, fertilizante, agro químicos. Ese modelo ha mostrado que es ecológicamente inviable y que detiene al desarrollo agrario en el mediano y largo plazo.

De lo que se trate entonces es de pasar a un modelo sustentable que establezca relaciones con la naturaleza. La esencia del problema está en que cuando vamos a sustituir ese modelo intensivista por un modelo agroecológico, de momento la única reserva de esa cultura agroecológica que tenemos es la de los campesinos. Pero también la cultura de los campesinos tiene sus limitaciones: es muy local, tiene que ver con sus prácticas tradicionales, está ligado a ciertas producciones y no a otras, etc.

El problema que se plantea entonces es cómo dotar a la agroecología de la base científico-tecnológica que produzca un nuevo modelo tecnológico sustentable. He aquí que hay que tratar de reorientar los recursos científico-técnicos que se disponen en los países y la formación de las nuevas generaciones de técnicos hacia la concepción de que la ciencia y la técnica siguen teniendo un horizonte de desarrollo, solo que ahora debe estar orientado a favorecer al modelo agroecológico y no al modelo intensivista. Eso no es fácil porque enfrenta los intereses de los agro-negocios y por la propia formación de muchos de nuestros profesionales que deberían hacer un cambio de sus saberes.

La idea es considerar que la agroecología no es solamente hija de la tradición campesina sino que puede ser potenciada científica y tecnológicamente y que por lo tanto los recursos de la Nación pueden ser reorientados a los fines de la agroecología y de la zooecología.

En países donde hay un menosprecio por lo campesino, ¿cómo crear una identidad rural pero anclada a lo nacional? Asunto que usted ha referido

Como la vida del campesino es una vida local, hemos insistido mucho en la necesidad de que el campesino se empodere en el espacio local, en el comunitario —ya sean campesinos tradicionales, indígenas, afrodescendientes—, a los fines de poder influir en su propio desarrollo y bienestar. De ahí se genera una cierta identidad con su espacio territorial y con sus costumbres.

Dicho eso, es importante ver esta meta como una contribución a la propia identidad nacional, pero sin establecer una contradicción entre la identidad local y tradicional de nuestros campesinos y su contribución a la identidad nacional que es una identidad que también los contiene. O sea, hay que lograr que la Nación  les reconozca también a los campesinos como parte de esa identidad nacional.

Aquí entran muchos símbolos o manejos, por ejemplo en Colombia está el símbolo de Juan Valdez, el caficultor; y en Cuba tenemos a Liborio. Son precisamente momentos en que la Nación se representa por un campesino y hay que tratar de repotenciar eso, que la Nación se reconozca en su campesinado y que a su vez el campesinado luche por su propia identidad como parte de la Nación a la cual pertenece.