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Tras un proceso de paz: serio, digno, realista y eficaz

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Por: José Girón Sierra

Experto en temas de paz y conflicto, socio del Instituto Popular de Capacitación

En estas cuatro palabras: seriedad, dignidad, realismo y eficacia, parece sintetizarse la voluntad del Gobierno y de las FARC de iniciar un proceso de negociación para terminar con una confrontación armada, a la que en algún momento, de vieja, ni se le reconocía. Estas palabras, por el significado que encierra cada una, alientan el optimismo, reactivan la esperanza y presagian que se están sentando las bases para romper la cadena ininterrumpida de hechos, que sembraron la desconfianza y la incredulidad.

El péndulo parece moverse en el sentido contrario a la guerra, sobre todo por un hecho que es fundamental en la resolución de los conflictos armados: el aserto de las partes de que al triunfo no se llegará por la vía de la derrota militar y que la prolongación del mismo no traerá sino tragedias para todos.

Sin duda la posibilidad de que el Estado, las guerrillas y la sociedad, según se propone, puedan colocarse cara a cara para explicitar sus verdades, conocer las lecturas propias de sus realidades e intentar imaginar algo común, no obstante sus diferencias, configura el primer paso para la reconciliación de una sociedad que ha llegado a unos niveles de victimización tan altos.

Pero esto dicho así, no es tan simple. Los problemas a sortear son múltiples. Quizás el más relevante de todos radica en el poder político, económico y militar de quienes han sido beneficiarios de la guerra, de aquellos que no quieren renunciar a alguno de los privilegios que han defendido a sangre y fuego. Esos, no cejaran en sabotear el proceso y no renunciarán a atravesarle todos los palos que les sea posible, por ello su fragilidad. Allí, es donde, como bien lo indican la Presidencia y el Secretariado de las Farc, radica el papel de la sociedad civil organizada, convencida de la importancia de que este proceso sea exitoso, en la medida en que contribuya a neutralizar estas pretensiones.

Es el momento pues, para que el movimiento social por la paz tan diverso y tan fragmentado,  dedicado en los últimos diez años a los efectos de la guerra, recomponga su agenda y ajeno al afán de un equivocado protagonismo se convierta en un buen socio para que el proceso llegue a buen puerto. Este podría ser para sus comienzos el gran aporte de la llamada sociedad civil que, al ser considerada por las partes, le incorpora uno de los componentes más novedosos.

Un segundo problema se sitúa en las expectativas, que en un caso como éste se cuecen, y en cómo tramitarlas. Llamó la atención que con sólo conocer por parte del gobierno el desarrollo de las reuniones exploratorias, se abrió toda una avalancha de peticiones de quienes aspiraban estar en la mesa de negociaciones. Este afán protagónico es tan dañino como el volver realidad las expectativas,  como expresión de algo bastante arraigado en nuestra cultura; ensillar sin tener las bestias o repartir el Baloto sin habérselo ganado.

En la agenda acordada puede que no esté todo lo necesario para complacer a todo mundo, pero si del proceso se concretara sólo el 50% de dicha agenda, la sociedad colombiana daría un salto inimaginable. Basta con mirar sólo tres temas: el agrario, la democratización de la sociedad y el narcotráfico, para imaginar el calado de lo que  tienen entre manos los negociadores. Por lo tanto el llamado a la paciencia y a la mesura adquiere toda la importancia.

Finalmente, un tercer problema radica en que un proceso como el que se nos propone tiene sus costos. Entonces, en una sociedad que durante los últimos diez años no ha recibido más que mensajes de venganza y que ha sido formada en la validez del discurso de la fuerza, valdría la pena hacer dos preguntas: ¿Qué tan dispuesta está la sociedad a pasarles una cuenta de cobro, aceptable, a quienes provocaron victimizaciones de todo orden? y ¿En qué medida estarían igualmente dispuestos a pagar un impuesto, para cubrir los costos económicos de este proceso de negociación, quienes ya estuvieron prestos a pagar el impuesto de guerra?

Como dice el dicho popular: “del dicho al hecho hay mucho trecho.” De enunciar estas palabras, sin duda claves e indispensables, a convertirlas en hechos, hay una diferencia abismal pero no imposible. ¿Será que somos capaces de contribuir eficazmente a que este proceso de paz que inicia, sea lo menos tortuoso; y, sobre todo, de liberarlo de tanta piedra suelta, malas hierbas y alimañas?

José Girón Sierra

Septiembre 6 de 2012

 

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Yhoban Camilo Hernandez Cifuentes
Periodista egresado de la Universidad de Antioquia. Candidato a Magister en Ciencia de la Información con Énfasis en Memoria y Sociedad, Escuela Interamericana de Bibliotecología de la UdeA. Coordinador de la Agencia de Prensa IPC entre 2012 y 2018. Actualmente periodista en Hacemos Memoria. Trabajando por esa Colombia excluida y vulnerada, por aquellos que no son escuchados y por la anhelada paz. Aficionado a la literatura, al rock, a las huertas y a las buenas películas.