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Hay que invertir en los jóvenes, que la gente entienda que hay que reconciliarse

Desde 1985, dice la Unidad de Víctimas, en Zaragoza asesinaron a 1.398 personas, hubo 109 atentados y combates y desaparecieron 85 personas. Esta crónica hace parte del informe sobre el Bajo Cauca que el IPC le entregó a la Comisión de la Verdad.

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En Zaragoza el río Nechí todavía forma eses, como retorciéndose, tal vez negándose a desembocar en el río Cauca.

Las aguas ocres que bordean el pueblo a veces se multiplican y se meten en las calles e inundan los barrios. En sus vegas hay árboles que dejan sombras en el agua y más al fondo manchas amarillas gigantes de lo que ha sido la minería en este lugar desde su fundación en 1985. Desde hace quinientos años han explotado oro allí y parece que no se acaba.

Zaragoza es una especie anfibia: oro se busca en la tierra, oro se busca en el agua.

Allí vivían indígenas, luego llegaron los colonizadores españoles, que a su vez trajeron a los esclavos africanos, y siglos después empresas nacionales y extranjeras y gente de las montañas de Antioquia y de las sabanas de Córdoba y Sucre arribaron allí atraídas por el oro y la riqueza, por las tierras baldías, por una tierra próspera.

También emergieron cientos de conflictos: por la defensa del medio ambiente, los cultivos ilícitos, por el acceso a la tierra y entre actores armados.

Tres personajes, una historia

Zuleima*: Mi papá vino al Bajo Cauca por la minería cuando él tenía 7 años de edad. La actividad económica de mi familia siempre fue la extracción de oro, la que en este momento llaman minería ilegal. Tengo un hogar compuesto por tres hermanos y mi mamá y mi papá.

René*: Mi mamá y papá son de Zaragoza. Pero ellos vivieron por el río Man, en Caucasia, y de ahí se trasladaron para acá, en donde yo nací. Se fueron buscando tierra y encontraron un pedacito en la vereda El 50 y abrieron una finca. Ellos eran agricultores, cultivaban arroz, maíz, ajonjolí, yuca, plátano. Esas tierras eran benditas, daban mucha comida. Pero hoy no se siembra tanto, hay muchos potreros, los terratenientes agarraron ese sector. Todavía se cultiva, pero ya muy retirado de la vereda.

Elkin*: Yo nací en Sincelejo, Sucre, y llegué hace 17 años a Zaragoza como comerciante y docente a la vez. Este era un territorio de conflicto; Bajo Cauca siempre lo ha sido, y las causas son muy claras: la riqueza de sus tierras, la minería del oro, los cultivos ilícitos que se daban o se dan todavía, porque eso para nadie es un secreto: este es un territorio de oportunidad.

Los españoles venían por riquezas y los indígenas nativos fueron esclavizados; hoy en día pasa lo mismo, se cambió la norma para beneficiar a los extranjeros. Las riquezas no son de los nativos sino de las multinacionales, esto es un tema muy delicado. La estrategia es evacuar las riquezas de los países y que la gente viva en pobreza.

Entonces es un municipio muy rico, pero también es un municipio muy pobre. ¿Por qué? Porque no hay un desarrollo equilibrado. Zaragoza llegó a ser capital mundial del oro y a emitir billetes.

René: Además del oro, aquí también había mucha agricultura. Recuerdo que antes las familias almacenaban grandes cosechas, vendían arroz, vendían yuca, vendían plátano, y con eso conseguían el otro sustento, el aceite, aunque este se sacaba de los marranos.

En la antigüedad vivían así. Por ejemplo, mi papá cosechaba dos, tres hectáreas de ajonjolí, los trillaba, 20, 30 bultos; ordeñaba el ganadito y sacaba leche y suero. Todo lo vendía en el pueblo y allá compraba otras cositas. Así se sobrevivía.

Pero todo cambió un 95%. La agricultura cambió porque hoy hay puro potrero, todo es ganado, ya no hay hortalizas, ni tomateras ni habichuelas.

Cuando nos levantamos con mi papá y mi mamá todo era muy pasivo, chévere, o sea, en mi vereda usted podía andar a la hora que fuera, ahora no, ahora usted no puede salir después de las seis, no puede andar por ahí, el tiempo ha cambiado muchísimo.

Elkin: Acá había nativos, dueños de tierra, pero hoy en día podemos ver los grandes terratenientes con mil, dos mil hectáreas de tierra, que no la viven, ni la disfrutan, pero usted tampoco puede ir allá y sembrar una mata de ñame, de yuca, de nada, porque no es suya, eso ya tiene un dueño.

Por otro lado, uno ve esas empresas mineras que degradan un territorio con maquinaria pesada y de igual manera no reactivan nuevamente la restauración de la tierra y los grupos armados también se lucran de todo eso.

Esto es algo que no es oculto para nadie, la gente cuando puede trabajar la minería, la trabaja, otros trabajan la parte agrícola, a muy baja escala, aunque las tierras del Bajo Cauca son excelentes para el cultivo. La ganadería, podríamos decirlo, se trabaja a muy baja escala, que serían alternativas precisamente para el sostenimiento del desarrollo socio económico de la región.

Zuleima: A esto se le suma el conflicto armado, porque en Zaragoza siempre han estado esos grupos, con diferentes nombres. Mi mamá me cuenta que la guerrilla y los paramilitares se crearon para corregir lo malo que el otro grupo había hecho. Además, este es un corredor muy importante para los narcotraficantes, por eso se pelean tanto esta subregión del Bajo Cauca.

René: Yo era muy joven, a la edad de seis, siete años, me acuerdo de la guerrilla. Como a los 12 años hubo un enfrentamiento en mi vereda, La 50, entre la guerrilla y el Ejército. Se oían los disparos cerca de mi casa, pero hace muchos años. Gracias a Dios no hubo muertos ni heridos. De ahí para adelante, cuando yo ya estaba más grandecito, ahí sí escuchaba varios grupos, que salía un grupo, que salía el otro.

Uno antes vivía sin zozobra, relajado, trabajaba hasta tarde de la noche, podía llegar a la hora que fuera. Pero eso fue muchos años atrás, hace aproximadamente unos 20 años más o menos, porque de ahí para acá, el orden público se puso tenaz, tenaz y tenaz.

Zuleima: Les había dicho que mi papá es minero. Resulta también que hace 20 años dejó de trabajar ¿Por qué? Porque vivimos en un territorio en donde se le paga a la guerrilla o se le paga a los paracos, o te matan.

Mi familia fue desplazada en el año 1997 porque decían que mi papá era el comandante de una banda de atracadores. Él estaba en un velorio cuando una gente que lo conocía le dijo: ‘¿Qué estás haciendo aquí, si ya estas fichado por la guerrilla para matarte?’. Eso fue muy traumático para nosotros, nos cambió la economía de un día para otro, nosotros no éramos
ricos pero mi papá era un minero, tenía retro y teníamos una estabilidad y un lote en el bolsillo; eso ayudó para que mi papá nos trajera a vivir a Caucasia. Se fue a ensayar mina a Cáceres, luego al Chocó y todo se fue perdiendo, se fue acabando. A Dios gracias tenía bienes raíces y pues de los arriendos que pudo producir. Pero tuvimos que dejar el pueblo por el conflicto.

Elkin: Por eso, preocupado por la situación que veía, inicié un proyecto para niños y jóvenes, porque era muy visible el tema de la inclinación de los niños hacia el conflicto y más cuando veíamos a los niños jugando al pistolero, con armas de plástico que regalaban los mismos alzados en armas, entonces era una preocupación.

Con profesores y un sacerdote empezamos el proyecto Sembradores de Paz, que consistía en bajar el nivel de violencia en una institución educativa, dado el caso de que los niños presentaban altos índices de violencia y, además, también eran niños de mal comportamiento, agresivos, por falta de afecto, más que todo por la vulnerabilidad que tenían, de que los padres
se iban a trabajar a las minas y los niños quedaban solos.

Entonces creamos un grupo de teatro con esos niños que tenían problemas de comportamiento y los convertimos en actores. Me acuerdo que era una obra que se llama: “Buscando la Felicidad”, enfocada en el hombre, en el ser humano. ¡Los aplausos que recibieron esos niños fue el pago a esa afectividad, a sentirse amados, a sentirse personas! Esos niños hoy en día son abogados, profesores, comerciantes, pero ninguno, puedo decirlo, hoy en día es delincuente.

René: También han sido importantes las organizaciones, como las juntas de acción comunal, las organizaciones de mujeres, de adulto mayor, de niños, pero debido a la pandemia y a la guerra que vivimos de años pasados para acá a todos nos da miedo participar de ellas.

Elkin: También conocí la Asociación de Mujeres de Zaragoza, el Hogar Juvenil de Zaragoza, que era una casa en donde recibían a los jóvenes de las veredas para que estudiaran, pero eso es inoperante, ya no existe. Ahora se vienen gestando colectivos de jóvenes y otras organizaciones, pero vaya que funcionen y duren.

René: Yo fui líder comunitario en mi vereda por tres periodos y hace poco estuve en una asociación de cacaoteros a la que apoyó Naciones Unidas con un proyecto para erradicar cultivos ilícitos; apoyaron a muchas comunidades, a muchas asociaciones, llevaron hortalizas, dieron utensilios como bombas, maquinitas, turbinas para fumigar, y ellos hicieron un proceso muy bueno, pero luego se fueron.

Porque la coca llegó aquí hace como 20 años atrás. La gente empezó a vivir de esa cuestión en todo el Bajo Cauca. Gracias a ese proyecto que les conté en mi vereda no hay de esos cultivos, pero todavía está en las partes lejos, por allá arriba.

Zuleima: Para nadie es un secreto que en este momento se está viviendo una guerra de intereses en el Bajo Cauca para ver qué grupo toma el poder, porque como ya no podemos practicar minería, volvió la coca. Si a usted le queman su motor, le queman su sustento, ¿entonces qué va a hacer para cuidar a su familia? Y hay otra cosa, la cultura minera nunca tiene un proyecto de vida establecido. En ese orden de ideas no tenemos qué hacer. No sabemos sembrar, no tenemos una empresa productiva.

Con todo esto, yo soy feliz donde están los míos, donde está mi familia, a pesar de que digan que el Bajo Cauca es malo, uno es resiliente, pero esa resiliencia nos ha llevado a normalizar la violencia y considero que es lo peor que hemos hecho, que todo nos dé igual.

René: Son muchos los impactos de toda esa violencia. Primordialmente el temor, porque tememos salir; segundo, el dolor, estamos dolidos todos. Hoy vivo con la zozobra de que le pase algo a nuestros hijos, a nuestra familia.

Zuleima: Por eso para que haya paz o reparación, creo que hay que conocer la historia. Es necesario conocerla para no repetirla. Hay que generar espacios donde los jóvenes reflexionen sobre las causas y consecuencias de cada acto que tomen, no podemos echarle la culpa al Estado de que los pelados no tomen buenas decisiones.

Al menos garantizar al ciudadano sus necesidades básicas. Si tengo a los jóvenes estudiando, a los adultos trabajando, ellos están cumpliendo con sus necesidades y de pronto eso evita la prostitución, la drogadicción, pero si tengo a todo el mundo vagando, lo peor es que buscan hacer lo malo.

René: Nosotros tenemos mucho miedo. Nos gustaría que las comunidades y los líderes comunitarios puedan ejercer sus cargos, afrontar las situaciones, gestionar, sin miedo al conflicto.

Elkin: Para que todo esto cambie tiene que haber inversión social, donde el Estado visione las organizaciones que trabajan desinteresadamente por la cultura, la educación y el deporte. Sin esto los pueblos no tienen desarrollo. Hay que invertir en los jóvenes, que la gente entienda que hay que reconciliarse, olvidar lo que pasó, porque el que se pone a pensar en el
pasado queda atado al pasado y no prospera. Y, por último, hacer la paz verdadera, ¿desde dónde?, desde la comunidad, desde donde vivo, desde mi aceptación por el otro, de saber que yo no tengo la verdad absoluta, sino que la verdad absoluta la podemos conseguir entre varios.

Juan Camilo Gallego Castro
Periodista de la Universidad de Antioquia. Autor de los libros "Aquitania. Siempre se vuelve al primer amor" (Sílaba Editores, 2016) y "Con el miedo esculpido en la piel" (Hombre Nuevo Editores, 2013). Algunas de sus crónicas han sido publicadas en Frontera D (España), El Espectador, Verdad Abierta, Pacifista!, Universo Centro y Hacemos Memoria.