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La alianza entre fuerza pública y las Autodefensas de Córdoba y Urabá en el Oriente antioqueño (I)

En 1996 el grupo paramilitar se instaló en el municipio de La Ceja y construyó una red con policías y militares que les permitió cometer varias masacres, hacer “limpieza social” y asesinar a habitantes de esa región señalándolos de colaboradores de la guerrilla. El hoy comandante de policía Antioquia, Daniel Horacio Mazo, fue señalado por la Procuraduría de colaborar con ese actor armado.

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*Fragmento del libro Fin de semana negro (Sílaba editores, 2021).

El encuentro sucedió en Manantiales, una finca de Girardota, a pocos kilómetros de Medellín. Un grupo de comerciantes y finqueros del oriente de Antioquia buscaron o visitaron al paramilitar Vicente Castaño Gil. La Sala de Justicia y Paz del Tribunal Superior de Medellín dice en una sentencia del 6 de diciembre de 2014 que los visitantes “le solicitaron que creara estructuras similares con el fin de que les brindaran protección, comprometiéndose a contribuir a su mantenimiento. De allí se expandieron hacia los municipios de Copacabana, Girardota, Barbosa, Guarne, Concepción, San Vicente y luego hacia el oriente antioqueño, donde se conformó un grupo de 20 hombres que se denominó Frente Oriente Antioqueño”.

Lo que sucedió luego lo contó Ricardo López Lora en 2009 en una versión libre. En 1995 desertó del Frente Quinto de las Farc en el Urabá y se presentó en Montería donde los paramilitares Carlos y Vicente Castaño Gil. Desde ese momento fue un miembro más de las ACCU, una época en la que se expandían hacia otras regiones de Antioquia: occidente, suroeste y valle de Aburrá.

En los primeros meses de 1996, Vicente Castaño le pidió al paramilitar Hebert Veloza, conocido como HH, que le enseñara a Ricardo López Lora dos municipios del oriente de Antioquia: La Ceja y La Unión. El primero se ubica en un valle sin ondulaciones, a una hora de Medellín; el segundo está a 15 kilómetros de La Ceja, a donde se asciende por una vía que permite divisar algunos pueblos del valle de San Nicolás. Sería el amo de esta zona. “A usted lo van a mandar para acá, para el oriente. Yo voy a mostrarle dónde va a estar la sede de operaciones”, le dijo HH a Ricardo López Lora, que luego sería conocido en la región como La Marrana, Boris o Robert.

HH y La Marrana fueron a La Unión y luego regresaron. “Usted puede ubicar su centro de operaciones aquí en La Ceja”, dijo HH. Ante las inquietudes del que apenas llegaba a la zona, HH le explicó que La Ceja estaba cerca de Medellín, a 43 kilómetros, y desde allí podría moverse hacia los demás municipios. Los dos hombres regresaron a Medellín y se reunieron de nuevo con Vicente Castaño. Este sabía que La Marrana conocía a un comandante del EPL en el Urabá que quería desertar de ese grupo para unirse a las ACCU. Entonces La Marrana dirigió la operación, llevó al guerrillero y a algunos de sus hombres ante Carlos y Vicente Castaño. “Váyase que a usted lo voy a mandar para el oriente. Usted va a hacer un grupo manejado por nosotros”, le dijo Vicente a La Marrana. Le encargó un grupo de hombres, a los que llamaban “urbanos”, y le explicó que cuando no pudiera comunicarse con él, las órdenes las recibiría de alias Merchán.

“Al oriente llegué como a principios de julio de 1996. Llegué con Fernando, que era el segundo mío, también le decían Fercho o Culeco. Llegamos con un grupo de urbanos. Estaban Ballena, Guardiolo, Longaniza, Pitufo, Colepava, José, Uber, el Niche, Cancharina, Pedro, Germán, Manizales, Pavilo, Gonzalo y otros que no me acuerdo”, dice La Marrana.

El Tribunal Superior de Medellín asegura que La Marrana llegó al oriente en abril o mayo de 1996. Los paramilitares arrendaron varias casas en La Ceja y desde allá La Marrana dirigió el nuevo Frente Oriente Antioqueño de las ACCU. “Me dijeron: usted va a estar en todo el oriente en los municipios de La Ceja, La Unión, Abejorral, Carmen de Viboral, El Retiro, Sonsón, Rionegro, Guarne, Marinilla, Santuario, Cocorná, Granada, Guatapé, El Peñol, Montebello, San Rafael y Mesopotamia. San Luis, San Francisco, San Carlos”, dice La Marrana. Esto equivalía a estar en casi toda la región.

Los hombres de La Marrana no eran ni grafiteros ni artistas ni mucho menos. Ellos solo tomaban pintura, brochas y spray para pintar las paredes: “Llegaron las Autodefensas de Córdoba y Urabá al oriente antioqueño”. Era el anuncio, la autobienvenida. Pueblo que visitaban, pueblo que marcaban.

¿Qué les interesaba a los financiadores del Frente Oriente antioqueño? En el 2001, el Juzgado Primero Penal del Circuito Especializado de Antioquia explicó que no solo tenían “la finalidad de combatir a los grupos insurgentes, sino también de llevar a cabo acciones de ‘limpieza social’ sobre personas consideradas por una parte de la población como individuos ‘indeseables’ (‘viciosos’, atracadores, cuatreros, violadores, entre otros)”.

¿Cómo podían lograrlo con tan pocos hombres? La historia y los testigos demostraron que La Marrana no estaba solo en la zona y que miembros de la fuerza pública fueron cómplices y coautores de crímenes que no debían cometer el ejército ni la policía.

Llegaron las Autodefensas.

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Los aliados de las ACCU

Montañas del Oriente antioqueño. Foto: IPC.

Farc, ELN, EPL, M-19, Quintín Lame, Carlos Castaño, paramilitares, autodefensas y Ramón Isaza son marcas, nombres imborrables que Colombia enseña desde temprano. Combate allí, atentado allá, muertos, secuestros, fueron y son alimento de las noticias y conversaciones diarias. Sabemos bastante de los actores armados, de los que disparan, insisto, pero no de quienes alientan la guerra –políticos, empresarios, ganaderos, comerciantes– ni de las causas de la guerra ni del daño a la sociedad y la cultura misma. La verdad es la sacrificada y la guerra se reproduce siempre con nombres distintos. ¿Por qué nos matamos? ¿Por qué es válido asesinar al distinto, al otro?

¿Por qué unos civiles del oriente antioqueño decidieron que lo mejor era financiar un grupo paramilitar? Las versiones de algunos protagonistas de esta guerra no permiten precisar los vínculos de los armados con empresarios y comerciantes, pero sí es posible conocer algunas de las alianzas con policía y ejército.

La Marrana hizo parte de una red en la que fueron involucrados policías y soldados de los municipios que le pidieron intervenir. Ello equivale a 18 de los 23 del oriente. Para matar guerrilleros y supuestos colaboradores, y supuestos ladrones, consumidores de droga y los etcéteras necesarios que debían “limpiar”, hizo alianzas con hombres de la fuerza pública en gran parte de los pueblos.

La Marrana no empezó esa relación. Fortaleció algunas e inició otras. Manizales, cuyo nombre es Jaime Montoya González, fue uno de sus hombres, incluso era de esa región. “Robert –le dijo Manizales– con este comandante de La Unión se puede para que haga los trabajos por la zona”, recuerda La Marrana. El nombre mencionado era el cabo primero Oswaldo Alfonso Beltrán León. Manizales organizó una cita y La Marrana se reunió con él en el Hotel Los Ponchos: “Entonces ya nos conocíamos el cabo Beltrán y yo. Y ya era él el que también me hablaba, me coordinaba”.

Con el cabo Beltrán también trabajaba el policía Carlos Mario Tejada Gallego. Muchos años después le contó a la Procuraduría General de la Nación que en una ocasión la guerrilla intentó tomarse La Unión,

[…] en ese momento en la estación de policía los de más experiencia y tiempo éramos el cabo Beltrán y yo. Él me dejó encargado de la estación con dos agentes más mientras que él y el resto de personal se fueron hacia el parque principal a contrarrestar la posible toma subversiva. Estando yo en la guardia o en la oficina de información sonó el teléfono, eran como las once y treinta de la noche. Contesté la llamada y era el señor Rober, quien preguntó por el cabo Beltrán. Le manifesté que no se encontraba ya que había problemas en el área urbana por una posible toma subversiva. Preguntó por mí y yo le dije que hablaba con él. Me dijo: “Póngale cuidado a lo que le voy a decir: para allá van los muchachos míos, van bien armados, van en el carro mío, infórmele al cabo para que no vayan a haber problemas con ellos, para ellos reforzar allá, por si de pronto ellos se van a meter al pueblo”. Le manifesté que cuál gente, que de qué me hablaba. Él me dijo: “Dígale al cabo lo que le dije y dígale que espere el vehículo con los muchachos, que uno de ellos va a hablar con él”. Procedí a informarle al cabo lo de la llamada, le pregunté quién había llamado y él me manifestó que se iba a quedar en el parque para esperar dicho vehículo, de esa forma vine yo a enterarme de que el señor Rober manejaba un grupo de paramilitares en la zona”.

Carlos Mario Tejada Gallego intentó convencer al Juzgado Primero Penal del Circuito Especializado de Antioquia de que no tuvo ninguna relación con La Marrana, sin embargo, fue uno de los testigos clave para demostrar la colaboración entre policías, soldados y paramilitares. Fue inútil, los mensajes de beeper que el cabo Beltrán y el policía Tejada Gallego se enviaban con La Marrana fueron pruebas que permitieron confirmar esa connivencia.

El 14 de mayo de 2002, el Juzgado Segundo Penal Especializado de Antioquia condenó a Tejada Valencia y al policía Juan Carlos Valencia por concierto para delinquir, como promotores de grupos al margen de la ley en el oriente antioqueño. En principio también fue condenado el policía Luis Alfredo Castillo Suárez, pero fue absuelto por la sala de decisión penal del Tribunal Especializado de Antioquia.

La red de policías al servicio del grupo liderado por La Marrana se extendió a Cocorná, El Santuario, La Unión, a Ceja, El Carmen, Rionegro y Guarne. De acuerdo con la Procuraduría, se suman los nombres de Daniel Horacio Mazo, Luis Alfredo Berrocal Moreno, Carlos Alberto Rentería Lemus. Los tres, investigados por dos masacres en La Ceja el 28 de septiembre de 1996 y el 25 de noviembre de 1997; Hernán Cubides Rodríguez, Manuel Antonio Viaña Díaz, Luis Ariel Fernández, Olimpo Rivera, Manfred Milton Ahuyón Marín, Jesús Antonio Patiño López, Norbey Naranjo García, Orlando Lozada Meñaca y Eloy Vaca Arévalo, “quienes al parecer no informaron a sus superiores de la existencia y operaciones de grupos paramilitares, no registraron en los libros y documentos los hechos y las novedades a que estaban obligados, violaron la reserva de la Policía Nacional al coordinar con López Lora y sus hombres desplazamientos, citas, reuniones, operaciones y permitieron que este particular conociera información clasificada, usaron los bienes y equipos pertenecientes a la entidad para concretar citas, asistir a reuniones o actos de coordinación con López Lora”.

Sin embargo, y pese a la magnitud de esa red, el 7 de mayo de 2003 la Comisión Especial de la Procuraduría General de la Nación declaró prescrita la investigación contra estos policías, pues habían pasado cinco años desde que ocurrieran los hechos investigados.

El testigo protegido Marino I también señala a algunos de esos policías por sus relaciones con los paramilitares: “Estaba el coronel Carrillo Vanegas, el coronel Lozada Meñaca, el capitán Castillo, el teniente Mazo, el sargento Mora, el cabo Beltrán, el agente Tejada, el agente Patiño, el agente Valencia”. Y agrega que Lozada Meñaca se reunió con López Lora en el municipio de La Ceja.

¿Qué hacían los policías? Para la Fiscalía, “la principal labor que ejercían era encargarse, por el conocimiento que tenían de las personas de la región, de identificar a las personas que posteriormente serían asesinadas”. Uno de los hombres clave para condenar a algunos miembros del ejército y la policía fue el testigo protegido conocido como Marino I. Él asegura que las muertes selectivas aumentaron en el oriente antioqueño cuando el mayor de policía Cubides Rodríguez fue comandante del distrito en 1995 y 1996: “Este mayor Cubides controlaba todo el oriente a nivel de la policía y al nivel del ejército la manejaba el mayor Clavijo”.

Se refería también a Jesús María Clavijo Clavijo, mayor del Batallón Granaderos de Contraguerrilla y personaje central de este relato. Clavijo estuvo al frente de ese batallón entre el primero de julio de 1995 y el 31 de mayo de 1997. Tenía a cargo los municipios de La Unión, El Carmen de Viboral, Sonsón, Abejorral y Argelia. La Marrana se reunió con él en La Unión, donde ya tenía una alianza sólida con el Cabo Beltrán. “Me entrevisté con el mayor Clavijo en La Unión. Me le presenté como comandante del grupo de Autodefensas de Córdoba y Urabá, que estábamos en la zona para hacer operaciones contra la guerrilla, el ELN, el EPL y las Farc, y para darle muerte a los auxiliadores y abastecedores de la guerrilla. Él dijo que bueno, que quedaba todo coordinado y que íbamos a trabajar”.

Varios soldados subordinados de Clavijo fueron testigos de esa alianza. Marino I expresa que “el mayor Clavijo, siendo comandante en la base de La Unión, patrullaba con ellos, o sea los paramilitares, los uniformaba con camuflado del Ejército y salía a las veredas a realizar sus patrullajes, operaciones oficiales y a recoger información que se la pasaba directamente al Jefe de la Zona que era el Marrano. A mucha gente como a mí nos consta que él salía a patrullar con los paramilitares en los vehículos del ejército”.

En ese sentido, el también soldado Ferney Alberto Cardona Acevedo declara: “Sé de casos en donde él [Clavijo] prestaba a soldados como [Carlos Mario] Escudero para servir de seguridad de jefes paramilitares en la ciudad de Medellín”.

Óscar Alfredo Madrid fue por varios años el operador de radio del mayor Clavijo y su batallón Granaderos. En febrero del 2000 le dijo a la Fiscalía que Clavijo se reunió en varias ocasiones con La Marrana. Que cuando el mayor necesitaba al paramilitar, recibía la orden de escribirle mensajes en el beeper para que se comunicara. “A veces [La Marrana] llamaba al número telefónico que se le daba y se comunicaba al mayor”, dice el soldado.

“Al existir esta relación entre los dos oficiales de la policía [Cubides] y el oficial del ejército [Clavijo] –agrega el testigo protegido Marino I–, se empezó a escuchar en el oriente que no eran homicidios aislados sino que eran coordinados por los oficiales con los diferentes comandos de policía de los municipios en donde se llevaban a cabo. Y había un grupo organizado de paramilitares o autodefensas. Fue así como empezaron a pintar las paredes del oriente como ACCU, y se dieron a conocer bien cuando cometieron la masacre del municipio La Ceja en la zona de tolerancia llamada Palenque, donde quedó evidenciada la colaboración”.

El mayor Jesús María Clavijo Clavijo, el soldado Carlos Mario Escudero Cano y el sargento de la policía William Mora López también fueron condenados a 136 meses de prisión el 9 de enero de 2003, por el Juzgado Primero Penal del Circuito Especializado de Antioquia, por el delito de concierto para delinquir, al confirmarse su relación con La Marrana y las ACCU; el 17 de julio de ese mismo año, la Sala de Decisión Penal del Tribunal Superior de Antioquia confirmó la sentencia; y el 30 de junio de 2004 la Corte Suprema de Justicia inadmitió la demanda de casación penal interpuesta por Clavijo.

La Marrana lideró el grupo de paramilitares de las ACCU durante tres años en el oriente de Antioquia, entre 1996 y 1998. No eran el único actor armado en la región, es cierto, sin embargo, en esos tres años se registraron 1.267 asesinatos selectivos, el 14.8 % de los casos. Y las cifras del Observatorio de Memoria y Conflicto indican que algo sucedió entre 1995 y 1996, el año en el que arribó La Marrana y sus hombres a la región, pues este tipo de hechos aumentaron en un 30 %. Sin embargo, si se mira con lupa algunos de los municipios en los que hicieron presencia permanente los paramilitares, se evidencia que solo en esos años los asesinatos selectivos aumentaron en La Ceja (173 %), El Carmen de Viboral (218 %) y La Unión (750 %).

Juan Camilo Gallego Castro
Periodista de la Universidad de Antioquia. Autor de los libros "Aquitania. Siempre se vuelve al primer amor" (Sílaba Editores, 2016) y "Con el miedo esculpido en la piel" (Hombre Nuevo Editores, 2013). Algunas de sus crónicas han sido publicadas en Frontera D (España), El Espectador, Verdad Abierta, Pacifista!, Universo Centro y Hacemos Memoria.