“Pasó un año de estar allí y yo dije, no, yo ya voy a cumplir 33 años, ¿y entonces no voy a ser mamá? Yo quiero ser mamá, yo quiero saber qué es ser mamá”, dice Ángela. Los ojos le brillan cuando habla de su hija, una pequeña bebé de más de ocho meses, de piel morena y cabello oscuro,  que representa la independencia y libertad que Ángela ganó con el Acuerdo de Paz.

Ángela María Holguín dice que es “hija de Ituango”: nació en ese municipio del Norte de Antioquia y allí mismo se enfiló en las Farc cuando tenía 14 años. Sus manos gruesas, algunas arrugas en su cara y un cabello marchito dan cuenta de los años en las montañas. “No me arrepiento de haber estado en la guerrilla porque allí aprendí muchas cosas y a valorar otras. Uno ve la vida muy diferente”, dice.

Ella es una de las 2.608 mujeres activas en el proceso de reincorporación, de las que, según el Registro Nacional de Reincorporación, el 78.5% tenían menos de 40 años y 259 estaban embarazadas. De ese universo de embarazadas hizo parte Ángela

Y es que muchas mujeres encontraron en la reincorporación el momento y el lugar para ser madres, pues esta era una de las prohibiciones que tenían cuando estaban en armas. En el momento hay más de 2.200 niños y niñas registrados como hijos de excombatientes, de los cuales 900 aún viven en los antiguos Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR), según el informe presentado en marzo del 2020 por la Misión de Verificación de las Naciones Unidas en Colombia.

Ángela ganó libertad al tener a su hija. Pese a esto, para otras mujeres, casi todas más jóvenes que ella, ser madres les significó transformar esa libertad y las ató a un rol de mujeres cuidadoras, caseras y dependientes de las decisiones de su pareja.

Fancy Orrego tiene otra mirada de este proceso de maternidad. Sin querer juzgar a las nuevas madres, dice que estas mujeres parecen haber olvidado que la reincorporación también las llamaba a ser líderes, representantes políticas, estudiantes, académicas, trabajadoras, independientes.

Ella es exguerrillera e hizo su reincorporación en el ECTR Jacobo Arango de Dabeiba, en el Urabá. Cuando Fancy habla, mira directo a los ojos. Cada una de sus palabras refleja la sabiduría y experiencia que adquirió en la guerra. Repite una y otra vez que las mujeres deben continuar con su formación política, académica y laboral, no solo quedarse al cuidado de la familia, de los animales y del hogar. Es miembro de la Dirección Nacional del partido Farc e hizo parte de la Subcomisión de género que se creó en 2015 durante las negociaciones de paz en La Habana.

Estas palabras de Fancy son aprobadas por un sector de mujeres en reincorporación y rechazadas por otro. Para algunas, ser mamá implica dedicarse de lleno a la crianza de sus primeros hijos o estar presentes en el crecimiento y desarrollo de sus segundos hijos, pues los primeros, los que tuvieron cuando aún estaban en armas, fueron criados por familiares o vecinos de la región. “Somos madres, pero nunca ejercimos la maternidad”, dicen.

La maternidad

Ángela vive para su hija. Su casa lo demuestra: el olor a bebé se siente desde la entrada, y los juguetes, cobijas y pequeñas prendas de vestir están regados por cada rincón del lugar. La suya está  construida con material tipo drywall, que sería provisional. Tiene dos habitaciones, un pequeño baño y una cocina. La habitación de Ángela está adaptada para ella, su pareja, José Amado Agudelo, y la bebé. El cuarto está pintado en tonos rosados y tiene un toldillo que cobija la cama.

Dice que siempre quiso ser mamá, pero “no lo hice cuando estaba en armas porque no se me dio la oportunidad. De hecho, yo tuve un aborto de cuatro meses y después de eso pensaba que nunca iba a poder serlo. Yo quería saber si sí era tan duro como muchas decían. Ese fue el motor para yo ser mamá”.

Mira las flores rosadas, blancas y amarillas que están a la entrada de su casa, les quita la maleza, las riega con un poco de agua y luego toma a su hija en un fuerte abrazo. Para ella, ser mamá es estar presente en cada etapa del crecimiento, es enseñarle a caminar, es escucharle las primeras palabras, es inculcarle los valores y la responsabilidad con los que ella se crio en una pequeña finca en Ituango.

Ángela tuvo el privilegio que no tuvieron muchas otras mujeres: tener su hija después del desarme y el fin del conflicto.

En cambio la de Fancy es una historia distinta. Ingresó a la guerrilla de las Farc a finales de 1978 en oposición al gobierno de Julio César Turbay. Se enfiló en la zona del Urabá antioqueño y estando en armas quedó en embarazo de su compañero Isaías Trujillo, uno de los exguerrilleros más antiguos de las Farc.

Entre risas y con una aromática de limoncillo en la mano, Fancy les cuenta a varias exguerrilleras en Ituango que el castigo que recibió por haber quedado en embarazo fue leer un libro de la cosmonauta rusa Valentina Tereshkova en el cual se hablaba del papel de la mujer en la historia de la humanidad.

La lluvia que golpea contra un plástico interrumpe sus palabras.

“Luego de leerlo, debía socializarlo y compartir toda la información con mis compañeros. Ese fue mi castigo”, dice. Cuando nació el bebé, debió entregarlo a su madre, quien se encargaría de la crianza.

A pesar de que las relaciones sentimentales estaban permitidas dentro de la guerrilla, y de que, según Ángela y Fancy,  hombres y mujeres tenían los mismos derechos , deberes y obligaciones, cuando se daba un caso de embarazo, era la mujer la que recibía el castigo.

Algunas excombatientes cuentan que las sanciones iban desde leer libros, como fue el caso de Fancy, hasta cargar ladrillos y leña durante varios meses para abastecer todo el campamento. Una vez embarazadas, podían decidir si abortaban o tenían al bebé. Si decidían esto último, debían entregarlo a un familiar o en una casa campesina de la zona, pues no estaba permitido que el niño creciera dentro del campamento.

Para cuando se dio la firma del Acuerdo de paz, los hijos de Fancy ya habían sido criados por otros familiares y ella tenía 55 años. A pesar de que no pudo ejercer la maternidad, tener otro hijo no estaba en sus planes. El proceso y la construcción de la paz eran el momento por el que tanto había luchado en las montañas de Colombia.

“Yo sigo en la lucha para que se implemente ese acuerdo que firmamos. Yo sigo en la lucha para que las mujeres no perdamos esos derechos que teníamos cuando estábamos en armas, de ser igual al hombre, que también seamos electas a puestos de representación, que tengamos voz, que tengamos voto, que podamos disentir, que podamos controvertir, que podamos decir ‘es así’ y por qué es así. Esa es la manera de uno reincoporarse”, dice Fancy.

Esta mujer habla de su experiencia mientras está de visita en el ETCR de Ituango. Antes de la reunión con las exguerrilleras, Fancy recorrió con otras mujeres el espacio e invitó al resto de reincorporadas a una reunión en la choza en la que se realizan las actividades comunes. Pero se encontró con que las mujeres estaban en función de  esperar a sus maridos para darles el almuerzo, de alimentar a sus hijos o de ‘arreglar la casa’.

Ángela es una de las quince mujeres que acudió al llamado de Fancy. Ya reunidas en un círculo, un termo con café comenzó a rodar de mano en mano y se dio inicio a la conversación. Frente a la negativa de las jóvenes madres, el tema del papel de la mujer en la reincorporación se tomó el escenario.

Ahora, unas opinan que aquellas mujeres son libres de elegir qué quieren hacer con sus vidas y su tiempo. Otras, como Fancy, reafirman que su lucha y la de otras exguerrilleras está direccionada a que las mujeres que están en proceso de reincorporación continúen trabajando por los ideales que se les inculcó durante los años que estuvieron en fila, que el hecho de tener un hijo no les imposibilite continuar con su lucha.

“Y eso no está malo. No está mal conformar la familia, no está mal amar a la familia, no está mal enamorarse y conseguirse una pareja –comenta Fancy frente a la poca participación de las reincorporadas–. Lo que está mal es olvidar que como mujeres y sujetas políticas tenemos el deber social de aportar y de incidir para que se mejoren las condiciones de vida”.

La reincorporación desde las mujeres

Reunión de mujeres en el ETCR Santa Lucía de Ituango. Para 2019, el Registro Nacional de Reincorporación reportó que 2.608 mujeres estaban activas en el proceso. Foto: cortesía Jenifer Mejía.

El caso de Ángela, que tuvo su hija durante la reincorporación, es la historia de muchas otras mujeres que encontraron en la paz el momento para ser madres. Pero Ángela no es solo ‘la mamá’.

En la reincorporación, Ángela pudo terminar su bachillerato y convertirse en Técnica en Programación en el Sena. Además, es una de las beneficiarias del proyecto productivo de fibra óptica que elaboraron los excombatientes en el municipio de Ituango y que otorgó ocho millones a cada uno de los integrantes. Ángela es la mujer que busca formar mujeres desde el Colectivo de Género Amaranta, en Ituango, del cual es su secretaria.

Según las cifras entregadas por las Naciones Unidas en marzo de 2020, 5.224 excombatientes están inscritos en programas de educación primaria y secundaria. Un 25% son mujeres. Además, 512 mujeres de 1.768 excombatientes han cursado formación profesional a través del Sena.

Para Ángela, muchas de las mujeres que hoy están en el ETCR de Ituango se han dedicado solamente a ser mamás y amas de casa, y eso se evidenció al momento de reunirlas. “No se han dedicado a estudiar, a prepararse, mirar qué hacer. Aquí la mayoría de las mujeres no pueden ir a una reunión del Colectivo Amaranta que porque no pueden dejar la casa sola o que tienen mucho qué hacer. Sabiendo que hoy en día tenemos nuestro espacio para ser tan libres, tan independientes”.

Angie Lorena Ruíz es psicóloga y magister en Políticas Públicas. Desde que comenzó el proceso de reincorporación ha elaborado artículos académicos sobre el papel de la mujer en la construcción de paz y en la implementación del acuerdo con enfoque de género.

Para ella, la situación que están viviendo decenas de mujeres dentro de los ETCR hace parte de las dinámicas naturales que deben sufrir ciertas comunidades que pretenden integrarse a otras. En el caso de las excomabatientes, comenzar a adoptar dinámicas de las mujeres de la vida civil que antes ellas no tenían.

“Hay que decir que, como todo, es algo muy heterogéneo. Algunas pensarán que ir a convivir en un ambiente con los civiles puede hacer que se desprendan de esos procesos políticos y agenciamientos sociales, pero también hay otras, y recuerdo una persona en particular con la cual hablé, que me decía que es precisamente ahí [con los civiles] donde se puede generar lo político, en medio de la cotidianidad”, comenta Angie.

Además de esto, Angie señala que son varias las necesidades, temores o miedos que expresan las excomabientes al momento de comenzar una convivencia con personas que no tienen sus dinámicas de vida. Necesidades y temores que van desde la participación en proyectos productivos, los problemas económicos y la estigmatización por ser exguerrilleras.

A esto, Johana Ortega Álvarez, Consejera Departamental de Mujer, Género y Diversidades del partido Farc, le suma las pocas condiciones para vivir dignamente, falencias en los procesos de educación, prevención de violencias basadas en género, cuidado y participación política y liderazgo.

“Elaboramos un informe a principios de este año en el que, además de dejar expresas las necesidades y riesgos que las reincorporadas identificaron en los diferentes encuentros, hacemos un llamado a que se haga efectiva la implementación con perspectiva de género según lo pactado en el Acuerdo de paz”, expresa Johana.

A pesar de esto, en los tres años de implementación del Acuerdo de Paz, “persiste una brecha entre la implementación de las disposiciones generales del Acuerdo Final y las que tienen un enfoque de género”, así lo evidenció el informe del Instituto Kroc de la Universidad de Notre Dame, que evalúa la implementación del Acuerdo de Paz entre diciembre de 2018 y noviembre de 2019.

Según el informe, el 50% de las disposiciones con enfoque de género son de mediano y largo plazo, lo que significa que puede tardar varios años en completarse. De las 130 disposiciones con enfoque de género, solo el 9% están completadas, un 42% están en estado mínimo y un 40% ni siquiera han iniciado.

El Instituto Kroc, además, reconoce la participación de las mujeres y su capacidad de liderazgo en los Planes de Acción para la Transformación Regional, pero señala que esta misma participación “ha generado nuevos riesgos para las mujeres. Entre febrero de 2018 y mayo de 2019, se registraron 447 amenazas, 13 atentados y 20 homicidios a lideresas sociales”.

Frente al tema de la maternidad, tanto Johana como Angie son claras en que no se trata de un bando o de otro, sino de una construcción social conjunta en la que se continúe trabajando por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, como se hacía cuando se estaba en armas, y evitar caer en los sistemas patriarcales que la sociedad civil tiene instalada.

A esta lucha y desde diferentes frentes, se suman Fancy y Ángela.

Ambas coinciden en que debe ser un trabajo consciente y comprometido desde las mujeres, pero también desde los hombres. “El mensaje es ese –dice Francy–,aunque nosotras continuamos teniendo la sobrecarga de hacer de todo, no se queden solo con el bebé porque el bebé necesita una mamita que termine el bachillerato para que le ayude a hacer las tareas, necesita una mamita emprendedora, una mamita que analice el porqué de la reforma a la educación, una mamita que entienda el por qué hay que luchar por la universidad pública. Eso lo necesita el bebé”.

Lea también: “Más que un desplazamiento de Ituango, es un desarraigo”: Manuel González