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Que no regrese la guerra a Santa Ana

En este corregimiento de Granada, en el Oriente de Antioquia, sus habitantes dicen que viven en paz luego de una guerra que obligó a casi todos sus habitantes a desplazarse. Hoy no saben si son ciertos los rumores de que las disidencias de las Farc quieren retomar el control de este lugar.

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Santa Ana fue un “Caguancito”, dice Alberto Giraldo*, con voz baja, como para que no lo escuchen. Luego dice que la gente tiene miedo, que tiene zozobra de que las disidencias de las Farc se tomen este corregimiento de Granada y que regresen los años dos mil, cuando la guerrilla reclutó jóvenes y expulsó familias bajo la amenaza de que si no está conmigo está contra mí. Fue la huida de un pequeño pueblo que tuvo 4.500 habitantes, que contaba con banco, un comercio importante y transporte directo hacia Medellín. La guerra es un rumor (o un recuerdo) demasiado fuerte para dejarlo pasar.

Alberto tiene ojos claros y sus cejas son tan rubias que pasan desapercibidas entre su piel blanquecina. Dice que, si se buscara cuerpos entre las montañas del corregimiento que bajan hasta el cañón del río Calderas, se confirmaría que su pueblo está bañado en sangre, porque hasta “en los solares de Santa Ana enterraban gente”.

En la narración del conflicto en Colombia ha sido común esa expresión de que un pueblo o una vereda son lugares estratégicos para los grupos armados. Lo cierto es que Santa Ana tuvo sus razones: desde sus montañas se aprecia la autopista Medellín-Bogotá que cruza municipios famosos en la narrativa de la guerra como Cocorná, San Francisco y San Luis, y que el ELN controló por muchos años. Santa Ana también se conecta con San Carlos y el complejo hidroeléctrico que genera cerca de un tercio de la energía del país.

Santa Ana, ubicada a 22 kilómetros de Granada, fue primero, base de la guerrilla del ELN y luego de las Farc. No es extraño, como si habláramos de La Violencia de los años cincuenta cuando los pueblos se distinguían entre conservadores y liberales, que Santa Ana y toda su gente fuera tildada automáticamente de guerrillera, así como fueran supuestos paramilitares los habitantes de otros corregimientos de la región como El Prodigio o La Danta.

Sentado al lado de Alberto, Ramón Ramírez* dice que si la gente fuera guerrillera no se hubiera ido desplazada para Granada. Incluso, cuando salía de Santa Ana y le preguntaban de dónde era, al escuchar su respuesta siempre lo señalaban de guerrillero. “¿Dígame dónde no hay para ir?”, preguntó alguna vez. Porque convivieron con ellos por décadas, porque fueron el mismo Estado, porque fueron los que pusieron las reglas.

Elena Hernández* tiene 36 años y es líder veredal. Dice que la guerrilla “fue la Ley” y se ganaron a los jóvenes y a la población; incluso regalaban mercados. El ELN controlaba la autopista que conecta las dos principales ciudades del país, se robaban la carga de los camiones, quemaban vehículos e incluso secuestraban personas que internaban en los bosques que circundan el río Calderas. Solo en 2006 se habilitó el flujo del transporte durante las 24 horas, cuando finalizaba la desmovilización paramilitar y las guerrillas habían sido expulsadas de parte del Oriente antioqueño durante las operaciones Marcial y Meteoro.

Elena recuerda los combates en el año 2000 entre el frente Carlos Alirio Buitrago del ELN y el frente 47 de las Farc. Desde 1998 se hizo más fuerte la confrontación entre las guerrillas contra el Ejército y los paramilitares. Incluso, ese año fueron arrojados volantes desde un helicóptero que anunciaban la estrategia paramilitar de entrar a la zona. Los primeros desplazamientos masivos iniciaron ese año ante la amenaza del ingreso de los paramilitares.

A su vez, las guerrillas hicieron más fuertes sus campañas para vincular más personas a sus grupos y obligaron al desplazamiento de todo un pueblo. Solo al final de 2002 allí quedaban unas nueve personas, incluyendo al sacerdote. En su vereda permaneció Elena. En casa, su papá dijo “si no nos dicen ‘váyanse’, nos quedamos”. Y lo hicieron. Iban al casco urbano, a lo que era un pueblo fantasma, a escuchar la misa. No más. No había música ni cantinas, ni niños corriendo ni mercado. Dice que era “esa desolación llegar al corregimiento, sentir ese olor a muerte, ese olor a miedo”. Diez años después, a Santa Ana solo la habitaban 562 personas.

Una vez el Ejército y los paramilitares controlaron el territorio, la población fue señalada de guerrillera o colaboradora de estos grupos. A la par, empezaron las ejecuciones extrajudiciales o falsos positivos. En 2007 la Coordinación Colombia-Europa-Estados Unidos alertó sobre 110 casos en el Oriente antioqueño, 30 de ellos en Granada, en su mayoría en Santa Ana y el cañón del río Calderas.

No es casualidad que hasta 2008, según el Laboratorio de Paz del Oriente antioqueño, en Granada hubiera 338 casos de cuerpos no identificados en su cementerio, mientras que, en Santa Ana, según el informe Oriente: memoria desterrada, hubiera 187 bóvedas sin nombre, en las cuales estarían los cuerpos de exguerrilleros, secuestrados y otras personas desaparecidas en el conflicto. A esto se suma, según la Unidad de Víctimas, que Granada tiene 37.396 victimas. Un pueblo entero.

En la mayoría de los municipios del Oriente antioqueño votaron No en el plebiscito por la paz, mientras que en Santa Ana sus habitantes le apostaron al Sí. Elena dice que su voto negativo no quiere decir que se opusiera, sino que siempre le generó desconfianza el diálogo entre el gobierno y la guerrilla en otro país, que si ellos se hubieran acercado al pueblo y conocido las víctimas la realidad habría sido diferente.

En 2017 el expresidente Juan Manuel Santos visitó Santa Ana e inauguró el primer Bosque de paz del país, el cual contaba con dos murales, un sendero ecológico y un parque infantil en lo que fue un campo minado. Pero ese lugar, dice Elena, no es frecuentado por los habitantes de Santa Ana. “Nosotros nos hemos preguntado, ¿ese bosque para qué?”, agrega. También insiste en que disminuyeron los liderazgos en el pueblo. En el informe Granada: memorias de guerra, resistencia y reconstrucción, el Centro Nacional de Memoria Histórica señala que fueron asesinados nueve líderes, entre los cuales estaban presidentes de Juntas de Acción Comunal.

Alberto dice que ojalá no se repitiera la violencia en Santa Ana, “hoy somos un territorio de paz”. Pero, y lo dicen más personas, hoy no saben si la guerra volverá, si son ciertos los rumores, protagonistas en las conversaciones, de que las disidencias de las Farc quieren retomar el pueblo.

Juan Camilo Gallego Castro
Periodista de la Universidad de Antioquia. Autor de los libros "Aquitania. Siempre se vuelve al primer amor" (Sílaba Editores, 2016) y "Con el miedo esculpido en la piel" (Hombre Nuevo Editores, 2013). Algunas de sus crónicas han sido publicadas en Frontera D (España), El Espectador, Verdad Abierta, Pacifista!, Universo Centro y Hacemos Memoria.