El alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, presentó recientemente en rueda de prensa un nuevo cartel de los más buscados. La lista muestra los alias de las cabecillas y las estructuras criminales a las que pertenecen. Pero el nombre y rostro de aquellos criminales continúa siendo desconocido para la opinión pública; son un misterio mediático, una silueta. Tras preguntarle por este “ocultamiento”, el mandatario respondió que se debía a que la comunidad sabía quiénes son estas personas y porque se encontraban en proceso de judicialización. Federico arguyó, además, que hasta que no se tuvieran órdenes para su detención no se podía publicar el rostro, y complementó diciendo que “todos ellos están señalados por ser responsables de homicidios, extorsiones y desplazamientos en la ciudad y la región”.

Los cuestionamientos a este hecho no se hicieron esperar, en particular por quienes desde diversos sectores sociales hacen seguimiento a la seguridad y convivencia en la ciudad. Es innecesaria, por tanto, otra crítica al respecto; más aún cuando se cuenta con una Administración que se ha hecho frecuentemente la sorda con ciertas recomendaciones, exigencias y necesidades en torno a esta problemática. Y, más aún, cuando ya ha pasado el tiempo y el foco de atención está centrado ahora en otras intervenciones mediatizadas del Alcalde.

Sin embargo, lo que sí evidenció la presentación de este “nuevo cartel” es que la lucha de Federico es fundamentalmente una lucha contra un poder sin rostros y nombres definidos, contra siluetas construidas que adquieren hoy una identidad y mañana otra. Es una forma de confrontación de nunca acabar porque ataca los efectos temporales y no las causas reales y estructurales.

En función de mostrar resultados y validar indicadores, el enfoque de seguridad implementado por la actual administración se ha entrampado en la dinámica de “a cabecilla capturado, cabecilla remplazado”. A la par, este ha estado aunado a un discurso reiterativo en afirmar que esa dinámica permanecerá en tanto los criminales o “bandidos” no entiendan que ese no es el camino. Con este enfoque y discurso, se ha terminado soslayando el hecho de que las personas –en particular los jóvenes– son un recurso para las estructuras criminales de la ciudad, fácilmente adquirible y remplazable dados los contextos tan complejos de las comunas y los barrios. Como recurso, estas personas no tienen rostro ni nombre; son tan solo cuerpos ocupando una posición en un mundo criminal que hace tiempo se ha corporativizado.

No en vano, desde hace mucho, la ciudad está ante una criminalidad que puede prescindir de sus miembros rasos e, incluso, con cierta autonomía, de sus cabecillas. Las disputas territoriales por los vacíos temporales de poder son ponderables en sus costos, permitidas y controladas hasta cierto grado porque no rompen el techo de cristal de la criminalidad, aunque eventualmente lo permean. Quienes están en lo más alto de la estructura, por encima de este techo, permanecen impunes y sin judicializar. Ellos representan muchas veces el vínculo entre la ilegalidad y legalidad, los que se lucran de la muerte y lavan los capitales mal habidos. Pero, principalmente, son quienes usan y administran a los jóvenes como un recurso, como mano de obra barata y desechable.

Federico ha mostrado, sin querer, que su forma de lucha y acción es cíclica. Su apuesta en seguridad y convivencia depende mucho de personalizar el crimen, es decir, de darle una identidad (un alias, un rostro, un nombre); mientras que el crimen en cuanto tal no necesita exclusivamente de esta personalización para operar y funcionar. El proceder del Alcalde es más un golpe de opinión que un golpe a la criminalidad. Afecta, con ello, más la percepción de la ciudadanía que el funcionamiento del mundo criminal. Los alias, nombres y rostros cambian; igualmente los artículos y noticias que aluden a ellos; el crimen organizado, no obstante, sigue operando: extorsiona, desplaza, amenaza, asesina. Se trata de estructuras que se han alzado por encima de sus miembros, quienes a la vez le dan una identidad y autonomía.

Las siluetas y los alias son de este modo la metáfora de una estructura que se mantiene estable y funcional, por más que se capture a sus cabecillas y demás miembros. La presentación del nuevo cartel de los más buscados muestra una forma despersonalizada, que el Alcalde debe personalizar para mostrar avances en un modelo securitista y populista punitivo. Este ataca los elementos temporales de la estructura criminal, dejándola intacta en su forma y silueta. La apuesta de la actual Administración, como enfoque, está condenada al fracaso y la inercia social.

Justificar esta inercia y fracaso con el discurso reiterativo de que se continuará así hasta que los “bandidos” asuman que este no es el camino constituye, asimismo, como apuesta, un desacierto. En primer lugar, porque no se especifica detalladamente y se construyen intencionalmente los otros caminos (estrategias y programas) para desmotivar la participación de la población en el crimen organizado o, bien, se fortalecen los existentes para una intervención integral en los territorios donde hay fenómenos de criminalidad. En segundo lugar, porque aborda unilateralmente el problema y desconoce que, para algunas personas, la criminalidad ha dejado de ser únicamente una opción y se ha convertido en un estilo de vida. El desmonte de las dinámicas y lógicas de criminalidad establecidas en un territorio exige esfuerzos más allá de la captura y la judicialización constante de las personas inmersas en estas.

Son especialmente los jóvenes los que se ven más susceptibles a estas lógicas y dinámicas. También son sobre los que ha recaído con mayor intensidad las consecuencias del conflicto existente en la ciudad. Y, además, los que más se han estigmatizado, asesinado, judicializado y condenado. No continuar sino con la estrategia de judicializarlos y encarcelarlos es reafirmarlos en la idea de que el crimen es el único camino, principalmente con un sistema carcelario colapsado donde se les excluye en vez de resocializárseles. Fuera de eso, es abrir el espacio para que otros jóvenes hagan parte del mundo criminal en tanto no se desmonten y destruyan las estructuras sociales y culturales que dan fundamento al propio crimen, al igual que se generan otros “caminos” sólidos y permanentes para ellos.

En ese sentido, darles rostro y nombre a esas siluetas pasa por el ejercicio social previo de ver esos rostros en su propio pasado, para entender que en algún momento fueron jóvenes, adolescentes y niños. Con ello, se entiende que hubo un instante en el que no estuvieron inmersos en el mundo por el que ahora son señalados y acusados. Se buscaría así los medios para contrarrestar esa inserción en la criminalidad y crear una generación incluida, para la que el crimen ya no sea más una opción o un camino. Eso sí sería remar para el mismo lado, tal como Federico sentenció tras la liberación de unos fleteros.

* Las ideas aquí expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y en nada comprometen al Instituto Popular de Capacitación (IPC).