El populismo de Gustavo Petro

La pregunta es que tanto un proyecto de poder ofrece las garantías de ampliar la democracia política, la democracia económica y, sobre todo, visibiliza a los innominados que reclaman un lugar en la sociedad.

Foto: Las Dos Orillas
Por: José Girón Sierra, socio del IPC

Investigador en residencia Observatorio de DDHH y Paz IPC

Ya en sus estertores finales, la campaña política que se lleva a cabo en Colombia ha mostrado, en los contenidos programáticos puestos a la consideración del lectorado, que efectivamente se ha comprendido por parte de los partidos, los movimientos sociales y en general la ciudadanía, el calado de la coyuntura y lo que ciertamente está en juego en ella. Dicho de otro modo, se ha dado una línea de continuidad de la movilización de ideas dada en el Plebiscito por la Paz, llevado a cabo el 2 de octubre de 2016, y la contienda electoral que se lleva a cabo en la actualidad.

La derecha con sus matices, el llamado centro y la izquierda, con su tradicional fragmentación, entraron en una aguda e interesante confrontación de propuestas cuyo telón de fondo fue el pacto firmado, para la terminación del conflicto armado, entre las FARC-EP y el Gobierno. Implementar dicho pacto, abrirle el camino a la llamada etapa del posconflicto y desmontar o volver inane lo allí pactado, fue sin duda la polaridad que se fue poniendo en evidencia a lo largo del debate público.
Ante la inesperada y tempranera irrupción, en los primeros lugares de las encuestas, de Gustavo Petro, desde el centro, la derecha y algunos sectores de izquierda, surgieron en la primera vuelta, la polarización política y el populismo, como argumentos con los cuales se pretendía cerrarle el paso a un proyecto que tenía como blanco el establecimiento, tradicionalmente beneficiario del poder.

Se olvida, con respecto a la polarización política, que la historia de Colombia ha estado atravesada por una permanente polarización social y política cuyo origen se remonta a nuestra dificultad para constituirnos como nación y la manera violenta como se han resuelto los intereses contrapuestos desde nuestro nacimiento como república.

Pero también es preciso señalar que, si la política es la actividad mediante la cual las sociedades tramitan sus intereses, lo cual hace inevitable la configuración de polaridades, no se trata propiamente de una aberración que en la sociedad dichos intereses, generalmente contrapuestos, se constituyan como polos en la confrontación política. Lo malo ha sido la manera como se han tramitado desde el Estado y desde la sociedad. Dichas polaridades no son siempre de la misma importancia, dependiendo del calado de los intereses en juego, valoración absolutamente indispensable cuando se trata de definir posiciones.

Es explicable que en un momento como el que vive Colombia, en donde se nos ha puesto en la tarea de resolver la guerra centenaria y abocar el desconocido camino de construir, se plantee el problema de imaginar el modelo de sociedad indispensable para ello. Entonces no sería posible construir una sociedad pacífica desde la lógica que justificó la aniquilación del contrario como manera de convivir, ni desde la pervivencia de todo tipo de inequidades y exclusiones. Acá la polarización no sólo es inevitable y necesaria,sino que reviste perfiles bastante agudos, y esto es lo que omiten, o pretenden desconocer, quienes satanizan dicha realidad, sugiriendo que el actual proceso electoral sólo es uno de los tantos que ha tenido el país.

De otro lado, el populismo como caracterización política ha estado en boca de muchos, en su sentido más negativo (1), utilizado para descalificar el programa político del opositor. Entendido como un estilo de liderazgo caudillista, que se hace vocero de necesidades sentidas, con las cuales manipula la voluntad popular. También se refiere a aquel discurso dirigido al sentimiento popular, utilizando lo que se ha denominado “la ideología del resentimiento” para confrontar un orden social calificado de injusto. Entraña también la connotación de propuestas, consideradas irresponsables, las cuales, afincadas en necesidades reales de la sociedad, no consideran las condiciones de contexto nacional e internacional de orden económico y político, que las harían inviables.

Desde las ciencias sociales el populismo, como concepto, es objeto de una rica elaboración teórica, a partir de la necesidad de interpretar las complejidades de las sociedades, expresadas en las salidas a sus problemáticas, siempre articuladas a las lógicas de poder. Por eso, el concepto, ha sufrido un proceso de expansión tal que, para algunos, por intentar decir mucho ha terminado por no decir nada, lo que ha resultado a la postre poco útil cuando dichos conceptos se colocan frente a realidades concretas.

Sin embargo, al lado de las acepciones antes anotadas, caracterizadas por una importante carga negativa, autores como Ernesto Laclau, en su obra La razón populista, ha desarrollado una reflexión alrededor del concepto que lo exime de este fardo negativo. Para Laclau, la imprecisión y vaguedad, a la cual se ha llegado con el concepto, no es, en sentido exacto, un pecado que se le pueda imputar a sus autores, sino que más bien expresa la complejidad de las realidades sociales que se pretende comprender y explicar.

Pero el núcleo del trabajo reflexivo de Laclau se ubica en la afirmación de que el populismo “en primera instancia, es una forma de construir identidad social”. Las economías neoliberales centrales, pero mucho más las economías neoliberales que se han asentado en la periferia, por las condiciones de empobrecimiento y profundización de las inequidades, han llevado a cierta explosión de demandas sociales y políticas, expresadas en antagonismos, de radicalidad variable, que al no ser resueltas o por carecer de una representación en el bloque en el poder, reclaman un lugar. Como una forma de lógica política, el populismo construye un discurso de la realidad con elcual se llena un vacío y permite construir ese lugar de que se carece, llenando por lo tanto de significado las demandas causantes de los antagonismos y haciendo de sus actores, lo que en concreto definiría el pueblo o lo popular. El ejercicio discursivo y sus contenidos respectivos demarcaran los sentidos y las lógicas de poder a las que sirve. De allí que el populismo no sería exclusivo de las llamadas corrientes alternativas o progresistas, también lo podría ser de corrientes que, haciendo parte de la institucionalidad, pugnan por llevar atrás procesos sociales y políticos, apuntaladas en demandas concretas. En este sentido, América Latina ofrece un cúmulo de experiencias de gobierno que ocupan todo el espectro de posturas ideológicas y políticas.

La seguridad, por ejemplo, o demandas relacionadas con el empleo, son ejemplos de demandas que podrían, en circunstancias particulares, ser recogidas desde discursos dirigidos a reforzar la democracia y ampliar los mecanismos de representación o hacer un giro más bien hacia atrás e involucionar hacia regímenes y procesos autoritarios.

Desde esta perspectiva, bien pudiera afirmarse que no habría razón para sentir vergüenza porque se califique un proyecto de populista. De alguna manera todo proyecto político, independiente de la ideología desde la cual se construye, contendrá elementos propios de las elaboraciones amplificadas de los conceptos a las que nos hemos referido. Sin embargo, interpelarlo con respecto a los sujetos representados y si radicaliza o no la democracia, permitiría identificar sus sentidos, a que lógicas de poder son funcionales y, al fin de cuentas, a que tipo de sociedad soñada se pretende conducir.

Así pues, el proyecto político de la Colombia Humana de Gustavo Petro es sin duda un buen proyecto populista. Y lo es, no porque Petro sea un caudillo, no porque muchas de sus propuestas sean irrealizables en sus cuatro años de gobierno y sólo pretendería crear las bases de la nueva sociedad, no porque presente rasgos autoritarios en su estilo de gobierno, lo es porque ha demostrado y tiene la capacidad de confrontar al establecimiento responsable de las inequidades y exclusiones y que arrastra con el mayor prontuario de corrupción. Porque al ser uno de sus gestores, es creíble su compromiso con la defensa y la posibilidad de desarrollo del Estado de derecho, fundamento de la constitución actual. Porque en su gestión, como alcalde Bogotá, demostró que es posible imprimirle un rostro más humano al capitalismo y desarrollar una economía y sociedad amigables con su entorno, pero sobre todo, porque estos elementos son los elementos constitutivos de ese imaginario con un gran poder identitario, que ha puesto a soñar a aquellos sectores que, por décadas y centurias, reclaman un lugar en la sociedad y que han venido llenado las plazas de pueblos y ciudades a lo largo de todo el país.

El debate en nada resulta insulso con respecto a un término que se utiliza de manera ligera y con una carga negativa inmensa; sin embargo, el problema de fondo no se encuentra allí, la pregunta es que tanto un proyecto de poder ofrece las garantías de ampliar la democracia política, la democracia económica y, sobre todo, visibiliza a los innominados que reclaman un lugar en la sociedad. Hay esta el quid del asunto y lo que el próximo 17 de junio decidirán los colombianos.

 

 * Las ideas aquí expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y en nada comprometen al Instituto Popular de Capacitación (IPC)


[1] “Casi cualquier cosas puede ser llamada “populismo” en la prensa de hoy. “Populista” se ha vuelto una especie de acusación banal que se lanza simplemente para desacreditar a cualquier cosa o adversario, buscando asociarlo así con algo ilegal, corrupto, autoritario, demagógico, vulgar o peligroso”. http://www.revistaanfibia.com/ensayo/de-que-hablamos-cuando-hablamos-de-populismo-2/