Que la verdad y la historia no sean una estampa de museo

Artículo de opinión por:

José Girón Sierra, analista del Observatorio de Derechos Humanos del IPC

Al incorporar a las víctimas en la agenda concebida por el Gobierno y la insurgencia para dar por terminado el conflicto armado, lo que de paso es una de las particularidades de este proceso, temas como la justicia, la historia y la búsqueda de la verdad han sido centrales en la movilización de opiniones con actores relevantes en todas las corrientes de pensamiento y en todas las vertientes ideo políticas. Una valoración juiciosa de esto exige considerarlo como un logro significativo dado por un proceso que, como el de La Habana, aún no termina.

A las tradicionales interpretaciones de lo acaecido, se suman nuevas preguntas con motivo de nuevos saberes pero también por la irrupción de nuevos hechos que han  hecho posible el advenimiento de nuevos enfoques y nuevas búsquedas. Fue dominante y aun lo sigue siendo la interpretación oficial, ahora bastante mejor fundamentada desde trabajos académicos afines al establecimiento que, en un afán de eludir la verdad y la complejidad que ella encarna, postulan que a esta guerra se  llegó sólo por las motivaciones ideológicas de un grupo  que decidió enfrentar al Estado, del cual,  sus  responsabilidades se sitúan en la debilidad cuando no en la omisión para enfrentar a este grupo, permitiendo una guerra que se hizo prolongada y que llegó a provocar un nivel de victimización como el sufrido por la sociedad colombiana. Bien útil les ha sido esta manera de ver las cosas para ocultar y eludir las responsabilidades de quienes, siendo beneficiarios del poder, no tuvieron escrúpulo alguno para promover y financiar esta guerra.

No es muy lejana esta lectura de la que fue invocada en Argentina con motivo de los desafueros de la dictadura y que fue consignada en el  Informe del NUNCA MÁS, esto es, la llamada teoría de los “Dos Demonios”. Con esta teoría se pretendió explicar lo ocurrido, eludiendo la historia y la verdad, para darle cabida a una concertación con sectores como los militares; que viabilizara el retorno de la democracia. Así, la insurgencia fue señalada  como la mayor responsable y a las fuerzas armadas se les inculpó por haber procedido con las mismas armas violentas de sus contrincantes.

Como bien lo señala María Beatriz Gentile en su trabajo El recuerdo del Mal: Historizar la memoria, “para no congelar el pasado reciente, para no des-historizar ese pasado, resulta necesario comprender que esos genocidios, esas muertes sociales han sido decisiones cabalmente humanas tomadas en determinadas coyunturas y en consonancia con las contradicciones inherentes a todo proceso de confrontación por el poder político, la hegemonía socio-cultural y la distribución de la riqueza. Y esa coyuntura no puede ser pensada sin lo que contiene: actores, clases, sujetos, ideologías, legados, tradiciones, instituciones, etc., en síntesis no puede ser pensada sin la vida histórica”.

Por ello, cuando se habla en La Habana de una Comisión de la Verdad y  cuando inclusive se ha anunciado un proyecto bastante ambicioso denominado el BASTA YA para Medellín, María Gentile suena reveladora una vez más, cuando señala lo siguiente:

 “Fuera de un contexto histórico que la explique, la experiencia de esos crímenes tiende a perder significado. Se los coloca en el museo, se los estampa en murales y se los muestra como si con ello bastara para espantar un posible retorno del pasado. En este “congelamiento” del pasado, las experiencias traumáticas sufren un proceso de des-historización al quitarles el entramado de relaciones y contradicciones que hicieron posible que sucedieran. Ya no resulta atractivo explicarlas ni comprenderlas, basta con mostrar los vestigios de crueldad para despertar una solidaridad con las víctimas y una condena sin fisuras para con los ya indicados victimarios.

 Esta operatoria suele ser contraproducente a lo pretendido; termina por ser más una estrategia de olvido que una política de recuerdo. Al des-historizar el acontecimiento lo que se logra es una imagen del pasado que solo admite ser contemplada –como las viejas historias del “bronce” con sus estatuas y mausoleos- sin posibilidad de ser interpelada”.

La conflictividad urbana vivida por Medellín desde  la década de los 80 expresada   en violencias de distinto origen de la que se reconocen entre 550.000 y 600.000 víctimas, como se ha indicado antes, ha sufrido transformaciones que  hoy exigen nuevas preguntas que deben ser resueltas, sobre todo cuando de lo que se trata es de que la ciudad se plantee un lugar destacado en un muy probable escenario de posacuerdo que podría darse una vez se firme y se ratifique por la sociedad el fin del conflicto armado que se negocia en La Habana. Las transformaciones sufridas por el paramilitarismo y el narcotráfico y sus relaciones con el poder económico y político, el desarrollo de las rentas en manos de las organizaciones ilegales y la cultura autoritaria dominante en este territorio exigen entre otras, ser consideradas. Mucho se sabe sobre el daño causado, aunque posiblemente falte saber mucho más, pero lo que no se puede esquivar es llegar a develar el entramado de relaciones y contradicciones en las lógicas de poder territorial que hicieron posible que ocurriera la tragedia humana que sólo avergüenza a unos pocos. Resulta difícil pensar que el proyecto de la Alcaldía tenga este alcance, pero sin él será bien difícil imaginar que  esto no vuelva a ocurrir y sobre todo que sea dable un escenario de reconciliación, pues al reclamarse, el móvil no es la demanda de castigo y mucho menos una postura vengativa, es la posibilidad de que la memoria, con mayúsculas, instale en la sociedad la intención concientizadora, moralizante y  pedagógica que  le es propia cuando no se le constriñe.

La ESCOMBRERA es en lo físico el reflejo de una vieja práctica  de ocultamiento  de la cual ha hecho gala la elite paisa. Acá  también funciona, y con corrientes de pensamiento social  que lo fundamentan, la aplicación de la teoría de los dos demonios, pues todo ha sucedido según parece a espaldas de la elite económica y política que posa de que “todo lo ocurrido no fue con nosotros”.

La verdad no la regalan. La lucha por la verdad y por la historia cuanto se trata de conflictos de larga duración es también un  campo de disputa y lo es así, porque de fondo lo que está de por medio son intereses contrapuestos en juego  pero sobre todo, una postura ética frente al ejercicio del poder y frente a la justicia. Bienvenido pues el debate constructivo y sin concesiones dada la coyuntura histórica por la cual atraviesa la sociedad  colombiana, en un momento en el cual se precisa un alineamiento de las fuerzas sociales y políticas democráticas para que la verdad y la historia no sean objeto de manipulaciones y avancemos en conocer y comprender para no repetir.

José Girón Sierra

Observatorio de DDHH-IPC

Agosto 18 de 2015