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Ana Ligia Higinio: la poeta y líder de víctimas de Aquitania

Denunció los falsos positivos en su corregimiento, huyó desplazada y retornó sin permiso de los grupos armados, atendió a los enfermos y ayudó a crear la organización de víctimas de su pueblo. Hoy sigue luchando para recordarle a la gente el daño que les hizo la guerra y la amenaza que viven con los armados que están de vuelta en sus montañas.

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Soy Magdalena… escondo en lo profundo mil secretos / y no puedo llevarlos a la tumba / hoy son miles las madres que en mí piensan / cuando en las noches las desvela el insomnio / y piensan si sus hijos yo les guardo.

 Ana Ligia Higinio compuso el poema Mi río Magdalena en un viaje por el Sur de Bolívar, cuando escuchaba de las voces de muchas mujeres los relatos de cuerpos que eran arrojados al agua por grupos paramilitares. Ya en su casa, en Aquitania, un corregimiento de San Francisco, en el Oriente de Antioquia, escribió el poema, que es un grito y un llanto, un reclamo y un relato de dignidad del río, de la fosa común en la que lo convirtieron.

Desde su casa, Ana Ligia divisa el río Magdalena sinuoso que se ve a lo lejos en el valle, en las noches observa las lucecitas de pueblos y puertos que rodean al río, en las mañanas el sol se posa sobre el río y la niebla intenta esconderlo. Ella no solo es la poeta de su pueblo, sino la promotora de salud, la líder de las víctimas y una de las primeras personas que regresó a Aquitania, luego de que las guerrillas Farc y ELN le ordenaran a todo el pueblo que tenía que desplazarse. La noticia la recibieron el 20 de julio de 2003 y les dieron tres días para desocupar Aquitania.

Fue el éxodo de casi dos mil personas, la mayoría permaneció en San Luis, el municipio más cercano. Ana Ligia estuvo allí varios meses hasta que decidió regresarse a Aquitania, sin sus hijos, porque en el pueblo habían quedado algunos viejos y era necesario que alguien los atendiera. Entonces se embarcó de regreso, caminó durante una noche los 33 kilómetros que separan a la autopista Medellín-Bogotá de Aquitania, se encontró con los paramilitares, ya dueños de esas montañas, y llegó en la madrugada a su pueblo, en donde se encerró en el puesto de salud.

Atendió a los viejos Eloisa Soto, su hermana Belarmina y su hijo Jorge, el sepulturero del pueblo, pero en un pueblo fantasma él solo podría enterrar a su familia. A su regreso, Ana Ligia recibía a los campesinos de veredas alejadas que no se habían desplazado y a las cinco familias que no se fueron de Aquitania. Ese momento es crucial en su vida, pues si bien luego vivió de nuevo con sus hijos, con el tiempo ellos entendieron que el amor de la mamá por Aquitania estaba por encima de todo y que ella no podría vivir en otro lugar que no fueran esas montañas con la niebla que siempre la envuelve.

Ana Ligia denunció públicamente los primeros casos de falsos positivos en el corregimiento, cuando el Ejército tenía su base militar en el Cerro El Tabor, al lado del pueblo, y se les veía trabajar con los paramilitares en la región. El alcalde de San Francisco recibió una advertencia: debía sacar a Ana Ligia de Aquitania o la mataban. Y así fue, vivió de nuevo el desplazamiento, anduvo de pueblo en pueblo hasta que regresó, hasta que se hizo líder de las víctimas y creó junto a otros líderes comunitarios la asociación de víctimas, desde la que conmemoran cada año el desplazamiento que vivió su pueblo en julio de 2003.

En 2013, diez años después de ese suceso, Ana Ligia estaba vestida de blanco, descalza, con su cabello ensortijado al aire, declamando su poema dedicado al río Magdalena.

Soy Magdalena… ¡no soy culpable de ser un cementerio! / Y no es justo que guarde tantas penas. /Mis aguas eran claras y serenas, / y hoy sólo queda el dolor que corre por mis venas. /Son los muertos que llegan del Oriente Antioqueño… y de otras partes.

Junto a los líderes de Aquitania, Ana Ligia sistematizó los casos de violencia sexual, desaparición forzada, reclutamiento forzado y homicidio. Hicieron actos de reconciliación con la carretera, en la que tantos murieron y por la que huyó todo un pueblo, crearon un salón de la memoria en la casa de la líder y aún persisten en su labor.

Pero estos son años difíciles para seguir siendo líder de víctimas en su tierra. El Acuerdo de Paz les auguró un futuro distinto, pero los tiempos de paz cedieron a un nuevo grupo paramilitar que controla la zona, que promueve de nuevo el cultivo de coca y que le devolvió al pueblo una nueva época de “vacas gordas”, con campesinos que ahora tienen dinero para gastar, pero con un precio similar al de los viejos tiempos: volvieron los muertos y las pintas de AGC en las paredes de casas en el pueblo y las veredas.

Este año, el 20 de junio (adelantaron la conmemoración) volverán a recordar el desplazamiento que vivieron, a honrar a las víctimas, pero ya no es un tema que les importe mucho a los habitantes del pueblo ni a las instituciones que años atrás los apoyaron. Hoy hacen rifas, colectas, buscan recursos de algún lado que les permita recordarle al pueblo el precio que pagó por la guerra en tiempos en los que las armas están de nuevo controlando el pueblo de la niebla.

Juan Camilo Gallego Castro
Periodista de la Universidad de Antioquia. Autor de los libros "Aquitania. Siempre se vuelve al primer amor" (Sílaba Editores, 2016) y "Con el miedo esculpido en la piel" (Hombre Nuevo Editores, 2013). Algunas de sus crónicas han sido publicadas en Frontera D (España), El Espectador, Verdad Abierta, Pacifista!, Universo Centro y Hacemos Memoria.