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Buscar cuerpos en cementerios, siguiendo la ruta del río Cauca

En diez cementerios de tres regiones de Antioquia, un equipo de investigadores del IPC y la OIA, en alianza con la Unidad de Búsqueda, encontraron 120 cuerpos no identificados en los cementerios. Muchos de ellos fueron hallados en las playas del río Cauca, otros tantos eran excombatientes. Una historia sobre los cementerios y las dificultades para identificar a las personas desaparecidas.

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El río Cauca estaba oscuro, turbio bajo una tarde gris y lluviosa. En el Puente de Occidente, cerca de Santa Fe de Antioquia, tres gallinazos picoteaban el cuerpo de una vaca, hasta que llegaron a aguas revoltosas y broncas en las que el animal subía y bajaba y se retorcía de un lado para otro como si fuera una bolita de plastilina en las manos. Los gallinazos alzaron vuelo y cruzaron bajo la madera del puente colgante, siempre mirando hacia abajo, a la vaca muerta, hasta que volviera a aguas más tranquilas. 

En ese momento me pregunté qué sucedía con los cuerpos de seres humanos que eran lanzados a estas aguas. Si una vaca pesa en promedio más de 700 kilos y la estaban devorando aves y peces en ese viaje, no era distinta la suerte de hombres y mujeres asesinados por grupos armados, embarcados en un rumbo sin destino claro, hasta que encallaran en un remanso o una playa.  

Sobre esta escena hablé con dos compañeros de trabajo, con quienes viajé durante cuatro meses por diez municipios de Antioquia, cercanos al río Cauca, para saber cuántos cuerpos no identificados, conocidos como NN, había en los cementerios principales, si estaban en bóveda o en osario o en fosas, como parte de un convenio entre el Instituto Popular de Capacitación, la Organización Indígena de Antioquia y la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, para fortalecerla participación de las familias buscadoras y construir los Planes Regionales de Búsqueda. 

Muchos eran cuerpos que lanzaron al río, que estaban descompuestos cuando los encontraron, sobre los que los gallinazos alertaron; cuerpos con marcas de violencia, con proyectiles de arma de fuego, con heridas causadas por cuchillos, con marcas de golpes y de sogas; cuerpos de antiguos guerrilleros o paramilitares o de supuestos guerrilleros y paramilitares; cuerpos de niñas, adolescentes o viejos que hoy buscan sus familias, cuerpos que aguardan en los cementerios a la espera de que alguien pronuncie sus nombres.

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Empezamos en Venecia, un municipio a casi 60 kilómetros de distancia de Medellín, famoso por tener la pirámide natural más alta del mundo: el Cerro Tusa, a 1.925 metros de altitud. El pueblo tiene un corregimiento a orillas del río Cauca, Bolombolo, y desde allí enviaban los cuerpos que rescataban de las aguas. 

Los recibía el sepulturero de Venecia. Pocos lo conocen por su nombre. Él es “Tula”. Su mamá, como es obvio, les dio nombre a todos sus hijos, pero los llama por su apodo. En el día “Tula” exhuma un cuerpo o poda el césped o pinta las galerías del cementerio y en las tardes juega fútbol con sus amigos. Empezó a trabajar allí en 1987. Sabe la historia de los NN, si se los llevó la Fiscalía, si los encontró un familiar, si lo trasladaron al osario común. Pero la memoria no es infalible y muchos detalles ya no los recuerda. En los libros de la parroquia, como sucedió en la mayoría de los municipios, no hay registro de la ubicación de los cuerpos, de las exhumaciones, de los traslados. Así que, si alguien pregunta por un cuerpo, quienes más saben son los sepultureros, pero no hay garantía de que tengan presente cada detalle.

En el cementerio hay 21 cuerpos no identificados y un cuerpo identificado no reclamado por sus familiares. No sabemos cuántos están en el osario común, en donde arrojaron los cuerpos que llevaban más de cuatro años en bóveda. Allí están, entonces, cuerpos identificados con otros que no lo son, lo que hará más difícil su búsqueda. Pero no es exclusivo de Venecia, porque antes de la Ley 1410 de 2010, conocida como la ley de cementerios, o las resoluciones 1447 de 2009 y 1408 de 2010, en Colombia era común que los NN fueran arrojados a fosas y osarios comunes, que no se registraran en los libros de las parroquias, que fueran desechados como si no existiera una familia que los buscara. Hasta hace una década el conflicto armado había disminuido su intensidad en Colombia, y habían desaparecido la mayor cantidad de las casi 100 mil personas que hoy busca la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD). 

Los cuerpos que recibió “Tula”, fueron rescatados en varias ocasiones por Albeiro* en Bolombolo. Recuerda la época de dominio paramilitar en el corregimiento, de los cuerpos que lanzaban desde el puente que cruza el río Cauca, de los cuerpos que buscaron por más de 150 kilómetros hasta que los encontraron en el municipio de Sabanalarga, otro pueblo ribereño de Antioquia, en donde era común que sus barequeros y pescadores enterraran los cuerpos en las playas del río. Hasta que un día renunció a su labor de bombero, de hombre que rescataba cuerpos del río porque su mamá no soportaba el miedo de que a su hijo los grupos armados lo convirtieran en una víctima más. 

El río Cauca sigue siendo una fosa común, un río convertido en embalse en el que aún permanecen cuerpos en su lecho.

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Juan Felipe* es un hombre fornido, de cabeza rapada y mirada cautelosa. Es técnico forense en el hospital de Santa Fe de Antioquia. Nadie se lo dijo, nadie se lo pidió: desde 1993 practicó y documentó los protocolos de necropsia que hizo en ese municipio. Su archivo, de casi tres décadas, es una especie de tesoro, el que funcionarios de Fiscalía y Medicina Legal le piden consultar cada tanto. Entre 1993 y 2021 documentó 55 casos de cuerpos no identificados. Tiene un documento al que llama índice radicador de necropsias, en el que escribió la fecha y número de necropsia y la ubicación del cuerpo en el cementerio. Pero la realidad con la que se ha encontrado es la desarticulación institucional. Tiempo después se entera de cuerpos que fueron identificados o que fueron trasladados. En la parroquia Santa Bárbara de Santa Fe no existe registro de los CNI inhumados en el cementerio, solo es posible saberlo por el sepulturero, quien lleva 40 años trabajando allí y quien tiene parte de la documentación que Fiscalía y Medicina Legal le ha entregado cuando ayuda en la exhumación de un cadáver. 

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Como los actores relacionados con los cementerios no se han articulado, la información es dispersa, incompleta y desactualizada.  Aun así, en Santa Fe el sepulturero conoce cada rincón del cementerio y la ubicación de cada cuerpo no identificado. Incluso, allí hay otra dificultad que es común en otros municipios: las bóvedas no están marcadas, no hay fechas de muerte e inhumación, incluso reutilizan tapas de bóvedas que tienen inscritos los nombres de otras personas, lo que puede despistar a cualquiera que busque un cuerpo. 

Juan Felipe, por ejemplo, le hizo la necropsia a un cuerpo de sexo masculino recuperado en el vecino municipio de Olaya el 16 de mayo de 2014. Allí encontramos ese cuerpo, ubicado en una bóveda marcada con una vara sobre el cemento fresco. La mayoría de las bóvedas no tienen marca, así que es difícil saber cuántos son identificados y cuántos no. 

Olaya es uno de los municipios más pequeños de Antioquia, con poco más de tres mil habitantes. El párroco Francisco Oquendo dice que las muertes son escasas en ese municipio. Es el pueblo donde no muere nadie, pero donde encallan muchos de los cuerpos que bajan por el río. Mientras en los cementerios de Olaya y sus corregimientos Sucre y Llanadas hay seis cuerpos no identificados, en la Registraduría municipal existe 46 registros civiles de defunción de NN, la mayoría con la anotación de que fueron encontrados en el río. 

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En Liborina, Ciudad Bolívar, Betulia, Peque, Toledo y Buriticá encontramos registros de cuerpos de antiguos combatientes de grupos armados. En algunos casos los libros de las parroquias arrojaban datos mínimos: la fecha de inhumación y anotaciones sobre los alias en la guerrilla o los paramilitares: así es como encontramos los alias de Sonia o de Morroco. 

Cuando revisamos los protocolos de necropsia en los hospitales o las actas de levantamiento hallamos la descripción fría y frustrante de lo que hicieron con los cuerpos en el conflicto: cuerpos sin extremidades, partidos en pedacitos, decenas de balazos, múltiples marcas de puñales y machetes.

Lo que hicimos fue juntar los fragmentos de información disponibles: identificar las bóvedas con cuerpos no identificados en los cementerios, revisar los libros de las parroquias, las necropsias en hospitales, las actas de levantamiento en inspecciones de Policía y los registros de defunción en Notaría y Registraduría. Encontramos 120 cuerpos no identificados en diez cementerios de Antioquia cercanos al río Cauca.

A veces de un cuerpo sabíamos más que su fecha de muerte, encontrábamos su sexo, la descripción de las prendas que vestía, la causa de su muerte, el lugar en el cual fue encontrado, la posible edad. Al final, cuando se busca a una persona desaparecida, cada dato, aunque parezca pequeño, es importante.

Las bóvedas no están marcadas, no hay fechas de muerte e inhumación, incluso reutilizan tapas de bóvedas que tienen inscritos los nombres de otras personas, lo que puede despistar a cualquiera que busque un cuerpo.

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Esperábamos encontrar muchos cuerpos no identificados en los cementerios de Sabanalarga y Peque, cercanos al río Cauca. La sorpresa es que los cuerpos no eran llevados a ambos pueblos porque los barequeros y pescadores preferían enterrarlos en las playas del río Cauca, para evitarse subir las montañas. 

Javier* fue minero antes de ser el sepulturero en Sabanalarga. Sentado en la capilla del cementerio recordó el día en el que un compañero le dijo que bajo un arbusto que le señalaba estaba el cuerpo de un “ahogado”, como denominan los cuerpos recuperados del río. El hombre le contó que lo recogió y lo enterró y marcó el lugar con un palo, el cual retoñó en el lugar. Curioso, Javier decidió abrir un hueco días después para confirmar si era cierto. Así fue: al ver el cráneo encontró que este tenía dientes de oro. Su decisión fue tomarlos y llevarlos en sus pantaloncillos, luego se fue en bus hasta Santa Fe de Antioquia en donde vendió el oro. Regresó a su pueblo y con la plata compró la casa en la que vive con su familia. 

No sabe qué pasó con el cuerpo, si fue uno de los 207 que exhumó la Fiscalía en los doce municipios de influencia del proyecto Hidroituango, antes de que inundaran el cañón del río Cauca. 

En la otra orilla del río está Peque, el cual tenía el corregimiento Barbacoas, también inundado por la hidroeléctrica. Allí tenían un cementerio comunitario en el cual varios barequeros contaron que inhumaron cuerpos recuperados del río y víctimas del conflicto armado. En 2015 la Fiscalía exhumó los cuerpos de dos personas asesinadas por las Farc en 1995, pero no identificó los posibles cuerpos no identificados rescatados del río. La Universidad de Antioquia se encargó del denominado traslado administrativo de 142 cuerpos hasta el cementerio de Peque, pero la Universidad solo pudo reconocer a 22, es decir, no existe certeza de a quiénes corresponden los cuerpos enterrados en el cementerio de Peque. 

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El río Cauca sigue cargando cuerpos de víctimas violentas del conflicto armado en Colombia. Alejandro Úsuga Martínez es bombero en Sabanalarga y trabaja con una de las funerarias del municipio. Dijo que su municipio es zona roja, por eso el levantamiento de los cuerpos lo hacen ellos. Le digo que son una especie de Cruz Roja Internacional en el pueblo, un actor neutral. Me contó que cada año subían uno o dos cuerpos desde el Cauca hasta Sabanalarga, porque la gente prefería enterrarlos en las orillas.

Solo desde 2018 decidieron documentar los casos. En 2018 los bomberos recuperaron siete cuerpos, tres en 2019. Hasta octubre de 2021 habían recuperado 14 cuerpos. Aquí recuperamos por cosechas los cuerpos del río, me dijo, porque había meses en los que eran varios los que encontraban. Hoy, a diferencia de años atrás, recuperan los cuerpos en los buchones de agua, en la barrera que Hidroituango atravesó a lado y lado del río para que no pasaran troncos ni basura. La sorpresa es que, sin pensarlo, también fue diseñado para que en ella se detuvieran los cuerpos a la deriva. Y eso en sí le recuerda a la gente que vive cerca del río y a la empresa que explota el río, que el Cauca sigue siendo una fosa común, un río convertido en embalse en el que aún permanecen cuerpos en su lecho. 

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Juan Camilo Gallego Castro
Periodista de la Universidad de Antioquia. Autor de los libros "Aquitania. Siempre se vuelve al primer amor" (Sílaba Editores, 2016) y "Con el miedo esculpido en la piel" (Hombre Nuevo Editores, 2013). Algunas de sus crónicas han sido publicadas en Frontera D (España), El Espectador, Verdad Abierta, Pacifista!, Universo Centro y Hacemos Memoria.