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Entre la Corte y las movilizaciones: ahí va la paz

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Editorial por José Girón Sierra

Analista de paz del Observatorio de Derechos Humanos del IPC

Así por momentos el Gobierno pretenda demeritar la confluencia de los  inconformes en movilizaciones que comprometen a varios departamentos, la realidad es que dichas movilizaciones son la expresión auténtica de un movimiento social que por años había estado adormecido y que había soportado en forma estoica toda una batería de políticas: unas diseñadas dentro del marco de los TLC firmados y, otras, promovidas desde sectores de una elite mezquina e indolente responsable inequívoca de las tasas de inequidad y de exclusión que nos ha colocado en deshonrosos primeros lugares. Pero eso no debería sorprender a nadie.

“La tormenta”, como bien caracteriza el presidente Santos el momento, se desenvuelve en una coyuntura especialmente significativa. El agro en todas sus facetas se ha vuelto el tema del momento: lo ha puesto las negociaciones en la Habana y lo ha puesto la protesta social. Esta coincidencia plantea indudables retos. La manera como el Gobierno afronte la tormenta tendrá sus indudables consecuencias. En primer lugar, podría ser el punto de partida para que Estado y campesinado, desde la civilidad, inicien la tarea de resolver la deuda social pendiente y aclimaten la tan indispensable confianza, resquebrajada por décadas en las que el lenguaje no ha sido otro que el olvido y la violencia. Una posibilidad como ésta, abriría ciertamente los espacios a la construcción de la paz.

En segundo lugar, podría tratarse de una gran oportunidad para las aspiraciones reeleccionistas de Santos. En la “tormenta” Santos podría eventualmente ser uno de sus beneficiarios si logra, desde la oferta del diálogo que ofrece pero que aún no convence, llegar a un acuerdo eficaz que desactive la bomba de tiempo que se cocina. Un mal manejo de la situación ahondaría el desprestigio de un Presidente que no ha podido despejar las dudas que desde hace rato se ciernen sobre él, y cuyas ejecutorias en cuanto a la prosperidad se refiere- eslogan central de su gobierno-, no son en nada convincentes.

Pero a la paz también le interesa que al Gobierno le vaya bien en la coyuntura aludida. Un Gobierno debilitado en extremo en nada beneficia el proceso de La Habana y menos el que se anuncia con el ELN.  El desgate al cual llegan los gobiernos al final de sus mandatos, ha sido en parte el causante de las soledades a las cuales se han visto abocados los gobiernos. Esto ha tenido sus  repercusiones en la capacidad  de maniobra política y de liderazgo cuando hay procesos de paz en curso. El riesgo es evidente.

En un escenario tormentoso como al que se alude, la Corte Constitucional le acaba de dar  vía libre al Marco Jurídico para la Paz  acogiendo de manera importante las observaciones que desde las organizaciones sociales y de DDHH se le hicieron. Desde la izquierda y desde la derecha este marco jurídico ha sido cuestionado de manera importante, pues se ha advertido sobre la omisión que este hace de tratados  internacionales, en materia de DDHH, y sobre las altas posibilidades de crear no un marco para la paz si no para la impunidad. Las FARC han reiterado su rechazo a este marco jurídico y su postura al parecer inamovible, de no aceptar ningún tipo de castigo a sus dirigentes y por lo tanto su no acogimiento a ninguna norma internacional.

El paso dado por la Corte Constitucional crea un hecho jurídico y político que Gobierno y guerrilla deberán tomar en consideración con la debida atención. El Gobierno debe proceder a legislar sobre la base de las condicionantes establecidos y la Guerrilla debe bajarse de la nube en que parece a veces situarse. No estamos en la época del perdón y olvido y en el campo de los DDHH en conflictos armados internos las cosas han cambiado de manera sustancial. No se puede, pues, de manera olímpica, negar la injerencia que en la actualidad tiene la justicia internacional en una guerra en donde se han cometido tantos delitos degradantes y se han herido tan hondo a la humanidad.

Pero la esperanza no debe sufrir menoscabo cuando aún, bajo obstáculos y tropezones de todo orden, las partes mantengan la voluntad de no levantarse de la mesa de negociaciones. Ahí va la Paz, mostrando que llegar a ella no es un regalo, que  hay que sufrirla y que tiene su costo. Después de todo, no hay otro camino, para que al final  valoremos a donde hemos llegado.

 

José Girón Sierra

Agosto 2013