En el evento confluyeron el Relator del Grupo de Trabajo sobre Desaparición Forzada e Involuntaria de Naciones Unidas, Santiago Corcuera Cabezut, y especialistas en el tema venidos de Guatemala, Perú, Argentina y diversas regiones del país.
Si bien el espacio tenía tintes académicos, las familias de los desaparecidos forzados tuvieron amplios espacios de intervención donde evidenciaron sus dolores, desesperanzas y aspiraciones acerca de la situación que, como afectadas por este crimen de lesa humanidad, las abruma día tras día. Ellas reclaman no sólo justicia, sino la verdad sobre el destino que tuvieron sus padres y madres, hijos e hijas, hermanos y hermanas.
A continuación,
A Jorge Mario lo retuvo
Gladys Guarín lleva seis años, nueve meses y 29 días preguntándole al Ejército de Colombia donde está su hijo Jorge Mario, retenido el 14 de noviembre de 2002 por miembros de
“Mi historia es muy triste”, me anunció Gladys segundos después de abordarla en un pasillo aledaño al teatro Camilo Torres de
“Después de
“Mi hijo llevaba allá como seis días”, continúa Gladys. “Cuando fue retenido mientras presenciaba, junto a una prima, un partido de fútbol en la cancha del corregimiento. Se le acercaron dos tipos de civil y le dijeron que necesitaban hablar con él. Jorge Mario les preguntó que para qué lo necesitaban y le respondieron que le querían hacer unas preguntas. Él se resistió, pero los hombres se le enojaron e insistieron que debía hablar con ellos, que sólo le iban a hacer dos preguntas sobre la situación de la comuna 13 porque, supuestamente, él sabía mucho”.
A Gladys se le quiebra la voz y hace una pausa. Me mira con los ojos llorosos, impotente, y hace silencio. Tras un largo suspiro, vuelve a su historia.
“Esos hombres le decían que él sabía mucho de lo que estaba pasando en el barrio El Salado, donde nosotros vivíamos y quería que les contara cosas de allá. Le prometieron que le hacían dos preguntas y lo dejaban ir. Mi hijo se paró, temeroso, y fue conducido a un vehículo particular. Desde ese momento comenzó el drama para nuestra
Al saber de la retención por boca de su sobrina, Gladys se trasladó a San Antonio de Prado para enterarse de los detalles y, de pasó, colocó el denuncio. Las horas comenzaron a transcurrir lentas, sin noticias de su hijo y agobiados por la idea de que estuviera muerto.
“Al otro día, a eso de las 9 de la mañana, nos llamaron de la estación de policía y nos dijeron que no nos preocupáramos porque Jorge Mario había aparecido y estaba bien. Mi hermana, que contestó el teléfono, les preguntó que dónde estaba para ir a recogerlo, y le comunicaron que ellos mismos lo llevaría a la casa”.
Pero las horas pasaron y el joven no llegaba. Cansada de esperar, Gladys decidió ir a la estación de policía y verificar qué había pasado.
“Hablé personalmente con el policía que nos llamó y me remitió a un teniente de
La voz, de nuevo, se le quiebra a Gladys y sus ojos revelan la profunda tristeza. De nuevo guarda silencio. Espera. Suspira otra vez, y continúa:
“Varios vecinos míos del barrio El Salado me dijeron que el Ejército pasó con mi hijo, encapuchado, “dando dedo” dicen ellos y participando en allanamientos. Lo utilizaron como informante. Pero mi pregunta es qué hicieron con él. Nadie me da razón de Jorge Mario en todos estos años”.
La familia de Jorge Mario recibió varias llamadas durante algunos días. Un hombre insistía en advertirles que lo dejaran de buscar, que “dejaran las cosas así”, como se dice. Gladys asegura, esta vez con voz segura, que su hijo no estaba involucrado en asuntos ilegales, pero algunos de sus amigos tal vez sí. Para ella, el crimen del menor fue vivir en un barrio agobiado por la violencia.
Gladys asistió a este seminario no sólo para exponer su caso, sino para buscar allí una luz, como dice ella, que le ayude a saber dónde está su hijo. No pretende ninguna reparación económica, sino la verdad.
“Yo necesito saber de mi hijo. Las personas que se lo llevaron deben tener información. Si, supuestamente,
La verdad aún no llega a
Ni siquiera el fulminante ataque al corazón que ocasionó su muerte pudo apagar esa pequeña luz de esperanza que María Engracia Hernández albergó hasta último momento de ver de nuevo a sus dos hijos y su yerno o, por lo menos, saber que fue lo que pasó con ellos.
“No fue una muerte en paz. Se quedó esperando verdad y justicia”, dice Flor Gallego, su hija, quien la acompañó hasta sus últimos días. Ahora, le tocará a ella continuar con esa lucha por la verdad y contra la impunidad que libró junto a su madre María Engracia desde el mismo día en que los hombres de las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio, al mando de Ramón Isaza, ingresaron a la vereda
“Las desapariciones comenzaron un 7 de julio”, recuerda Flor con pasmosa precisión. A partir de ese momento comenzó una de las mayores tragedias para su familia. Lo que ella nunca imaginó es que, semanas después, su drama lo vivirían familias enteras de esa misma vereda.
Ese día, paramilitares al mando de Ramón Isaza ingresaron a
Tan sólo dos días después,
Ese fatídico 9 de julio fue el último día en que la comunidad tuvo noticias de Jaime Alonso Mejía. Pero la situación no pararía allí. El 26 de julio se llevaron a María Cedima Gallego y un 27 de diciembre del mismo año fue desaparecido Leonidas Cardona.
En un lapso de seis meses fueron desaparecidas forzosamente 19 personas de
“El señor Jesús es el que me ha ayudado a soportar todo esto”, agrega. Y no es para menos. A pesar de la fuerte presión de los paramilitares, Flor alentó a la comunidad a denunciar, incluso con nombres propios. Nadie se amilanó, pero las amenazas no se hicieron esperar.
“En el año 2000 Ramón Isaza desplazó a todos los pueblos ubicados a la orilla de la autopista Medellín-Bogotá, entre ellos
Hoy, 13 años después de estos hechos, la comunidad de