Desde antes de las 3 de la tarde, la muchedumbre comenzó a congregarse. De a uno, o en pequeños grupos, llegaron hasta el centro del bosque artificial de torres y bambú que conforman el Parque de las Luces. Casi todos portaban globos, flores, camisetas y banderas blancas alusivas a la paz. Esa que perdieron los colombianos hace más de cinco décadas, cuando empezó la lucha por justicia social.
Tan pronto llegaban al lugar de encuentro, justo al frente de La Alpujarra –edificación de los gobiernos de Medellín y Antioquia–, se unían a las actividades del plantón #AcordemosYa. Este fue liderado por jóvenes y organizaciones sociales que integran #PazALaCalle Antioquia, un espacio de diálogo y participación que surgió en la actual coyuntura política que atraviesa el país para aportar a la construcción de paz.
Mientras las personas iban de un lado a otro y el viento arrastraba pétalos de flores y hojas de papel, una joven tomó el micrófono. Resguardada bajo una carpa de techo blanco, mencionó los objetivos del plantón. Eran tres, a saber: pedir “que se firme ya” el acuerdo de paz entre el Gobierno y las FARC-EP, rechazar la posibilidad de que “vuelva el conflicto” si se rompe el cese al fuego, y abrazar a las víctimas como forma de decirles que “no están solas”.
Entre tanto, sentadas dentro de un círculo formado con flores, una decena de mujeres tejían sobre trozos de tela blanca. Todas ellas, madres, esposas e hijas que han recorrido caminos y movido montañas para buscar a sus familiares detenidos-desaparecidos en el conflicto. Concentradas en cada puntada, trazaban palabras –vida, memoria, paz– y figuras con hilos de colores, para exhibirlas allí mismo, en su costurero al aire libre.
También desde la carpa, una joven cantaba. “Rondan mil historias del ayer…”, pronunciaba con una voz dulce y aguda, acompasada por las notas de su guitarra. Los curiosos se acercaban para escucharla con los ojos; ver su interpretación. Otros, más fiesteros, prestaban atención a la algarabía de una comparsa de personajes con pitos y tambores que le cantaban a la diversidad, a “los pueblos de colores”.
Cerca de ahí, dentro de otro círculo y entre mujeres que pintaban con vinilos, un hombre adulto escribía una carta. Con letra menuda y cursiva, similar a la de los manuscritos de siglo pasado, enviaba un mensaje dirigido, quizás, a una víctima o a uno de los guerrilleros que espera la aprobación del acuerdo de paz para su reintegración. Cuando terminó de escribirla, la sujetó con un gancho a una cuerda, junto a otras que estaban tendidas como ropas al sol.
Todo estuvo en calma hasta que llegaron los universitarios de la Nacional y la de Antioquia. Abandonaron las aulas para marchar desde el Parque de los Deseos hasta el de las Luces. Trajeron, además de arengas pacifistas pero apasionadas, el bullicio de las gaitas y tambores. Y sumadas a sus voces, pancartas con mensajes como: “Por todas las víctimas, defendamos los acuerdos ¡YA!”.
Con mensajes así, terminaron de rellenar un mapa de Colombia. Quienes llegaron primero, lo habían dibujado con tizas de colores sobre las baldosas que equivalían al suelo de ese bosque artificial. Visto desde arriba, parecía un collage de rectángulos de cartulina y papel periódico rayados con marcadores. En uno de ellos, quizás escrito por un joven, podía leerse: “El futuro se escribe con PAZ”.
Después, sobre todo y sobre todos, la lluvia.
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A las 6 de la tarde, todavía llovía levemente y casi había anochecido por culpa, en parte, de los nubarrones que parchaban el firmamento. En los desniveles de la calle San Juan se habían formado pequeños charcos en los que se reflejaban las luces de las velas de los cientos de marchantes. Algunos llevaban antorchas, de las mismas de que dos matronas negras y robustas llevaron en la tarde hasta el lugar del plantón.
Por poco, podría decirse que todos iban en silencio. Y esa era la idea, según dijeron los organizadores: marchar en silencio por una causa común: la paz. Así evitarían que algunos esgrimieran consignas a favor o en contra de algunos políticos y sus partidos. Eso hubiera generado más polarización entre quienes votaron “Sí” o “No” en el plebiscito a través del cual se refrendó el pasado 2 de octubre el acuerdo entre el Gobierno y las FARC-EP.
A la altura de la avenida Oriental, muchos –los que no llevaban sombrillas o capas impermeables– ya iban mojados. Las gotas de agua les habían desbaratado los peinados y pegado las camisetas a la piel. Aun así, sus rostros lucían esperanzados y sus ojos brillaban. En parte por la convicción de la causa que los movilizaba; en parte por efecto de la luz de las velas, a las que intentaban proteger del agua y el viento, ya fuera con las manos o metiéndolas dentro de vasos plásticos.
Desde las azoteas, hasta donde llegaron los fotógrafos, la marcha parecía un río de luces pequeñitas fluyendo por el cauce que eran las calles y flanqueado por los edificios del centro de Medellín. Quizás si un niño hubiera visto la marcha desde una ventana o un balcón –o si la vio hoy a través de las docenas de fotografías que han circulado por las redes sociales–, la habría confundido con una procesión de luciérnagas.
De la avenida Oriental, la marcha se desprendió hacia la avenida La Playa. Ahí, el río de marchantes quizás notó que estaba caminando sobre el pavimento que cubre la quebrada Santa Elena, pero en sentido contrario. Y ahí, a pocos metros de que finalizara la ruta, revivieron las consignas del plantón. Una de ellas: “Ni un hombre, ni una mujer, ni un centavo para la guerra”. La más precisa y sincera: “¡Queremos paz… queremos paz!”.
En la glorieta del Teatro Pablo Tobón Uribe concluyó a eso de las 7:30 la marcha de silencios y de luces. Entonces sobraron los agradecimientos, principalmente para los jóvenes, porque facilitaron el diálogo y la articulación con las organizaciones sociales y movimientos políticos. Y fueron ellos, una generación de la esperanza, quienes expresaron con sus palabras aquello que a todos unía.
Sin importar las banderas ni los partidismos, estaban –estábamos– ahí porque no permitirán que los dirigentes políticos “sigan organizando nuestros sueños al antojo de su voluntad”; porque han asumido la responsabilidad histórica que les heredaron las generaciones de sus padres y abuelos: reconstruir el –nuestro– país sobre las bases de la paz y la reconciliación. Eso dijeron.
Luego, respondieron esas generaciones que han padecido en sus cuerpos, familias y territorios los horrores de la guerra; generaciones que, también debe reconocérseles, han resistido. “Nosotras las víctimas nos sentimos reivindicadas por ustedes”, dijo una mujer en condición de vocera, y les recordó a todos que ningún colombiano merece –ni mereció– vivir en un país en guerra.
Finalmente, después de cerca de una hora y media de caminar lento y en silencio, se pudieron decir y abrazar. Escucharon el himno nacional y, conmovidos, se empezaron a dispersar. Algunos, quizás muchos, se comprometieron a asistir hoy a una Asamblea Ciudadana por la Paz que se realizó en el Museo Casa de la Memoria. Allá definieron cómo darle continuidad a esta gran movilización por la paz.