Por: Carlos Mario Palacio y Edison García – Comunicadores y Periodistas
Luchas compartidas
Mario Palomino y Julián Ochoa “Kutamba” compartían la misma lucha, pero desde diferentes rincones: su amor por la tierra, por la siembra y por el agua. El primero se distinguía por enseñarle a sus alumnos la importancia de cultivar conscientemente la tierra en el colegio Monseñor Ramón Arcila Ramírez, en la vereda La Chapa de El Carmen de Viboral. El segundo, también era conocido por ser líder en el corregimiento de Santa Ana y por insistir en “comprar tierras para sembrar bosques”.
A ambos los movilizaba la idea de un territorio autónomo, ese que debía construirse desde abajo hacia arriba. Y el ejemplo fue la mayor virtud que habló por ellos, aunque la forma de sus cabellos tipo rasta y la personalidad jocosa parecieran ajenas a la identidad campesina; el amor y el arraigo por las montañas hizo eco en sus corazones para quedarse definitivamente viviendo en aquellos territorios rurales que necesitaban de sus voces, de sus sabidurías y de sus transformaciones sociales.
Palomino, de 35 años, era licenciado en Educación Básica con énfasis en Ciencias Naturales y Educación Ambiental de la Universidad de Antioquia. Era padre de un niño y una niña, se destacaba por su forma de enseñar. Sus hijos, alumnos y comunidad lo reconocían como una persona que entregaba sus conocimientos sin pretensiones, y que luchaba por infundir una cultura consciente por el respeto y cuidado del medio ambiente.
Por su parte Ochoa, de 29 años, estaba estudiando Agroecología en el Instituto Tecnológico de Antioquia (ITM) y había llegado hace más de diez años a Santa Ana, cuando apenas los campesinos volvían luego de desplazarse a causa de un intenso conflicto que los obligó abandonar sus tierras. Recientemente había sido padre por segunda vez y convivía con la madre de su segunda hija en una finca que él había destinado a la siembra de productos orgánicos.
“En el caso de Julián Ochoa. quien decidió bautizarse por medio de la luna como Kutamba Kizirimbembe, que significa ‘danzante de la vida’, vivía en su casa en el centro poblado del corregimiento, donde nos recibía siempre que llegábamos a Santa Ana y también tenía otra finca junto con otros amigos en la vereda La María, cerca al río Calderas. Las propuestas de Kutamba siempre eran que compráramos tierra y sembráramos bosques, incluso, hay una montaña de varios amigos que la han cuidado de los cazadores. Una vez me contó que le gustaría exportar algunos productos que se cultivan en Granada. La verdad, lo recuerdo como un hombre muy alegre, prospectivo, inquieto y amoroso”, así lo describió Alejandra Vélez Giraldo, quien compartió con él varias de sus luchas.
A Mario, como a Kutamba, los movía la defensa del territorio. Cada uno tenía dos hijos que quedaron con el valor del respeto por la vida y ver la naturaleza con ojos espirituales. El 17 de enero y el 28 de junio de este 2022 apagaron sus vidas con armas de fuego en medio de la oscuridad, vivieron la horrible noche para siempre, mientras que los homicidas se esfumaron sin dejar rastro alguno. Cuando ellos menos lo esperaban y cuando tenían pendiente seguir dejando huella en un mundo donde los hombres más necesarios son borrados del mapa, porque su presencia incomoda, molesta, irrita e indispone y pone intranquilos a muchas personas por el hecho de ser, pensar y actuar diferente.
“Lamentablemente, luego del asesinato de Julián y Palomino se han dado algunas amenazas contra integrantes de sus comunidades, lo que ha encendido de nuevo las alarmas a los protectores de DDHH. Hemos recibido información de la presencia de grupos armados en la zona urbana y rural de Granada”, manifestó Óscar Yesid Zapata, miembro de la fundación Sumapaz de Medellín.
La Mesa de Derechos Humanos del Oriente ha estado en constante trabajo para proteger y ayudar a los líderes de la región, en alianza con instituciones como la Procuraduría Provincial, la Defensoría del Pueblo y organizaciones sociales. Algunas veces las instituciones civiles, policiales y militares no atienden con prontitud los casos de urgencias y las súplicas de muchos líderes que reportan estar amenazados.
Kutamba, un hombre carismático y prospectivo
Según sus amigos, “Kutamba Kizirimbembe” nunca dejó de ser una persona alegre, prospectiva y, sobre todo, crítica del sistema económico actual. Hablaba sin titubear de temas coyunturales que para muchos merecían silencio.
Desde su llegada a Santa Ana, “Kutamba” creó un grupo minoritario integrado por personas simpatizantes de la cultura de origen jamaicano Rastafari, donde se dieron a la tarea de cultivar la “ganja”, una yerba emblemática y popular de esta cultura que es usada de forma sacramental y que, a su vez, pudo darle otro enfoque al campo desligado de esa mirada deforestadora y dependiente de químicos que se le ha dado a la tierra.
Adicional a esto, “Kutamba” comercializó el Sacha Inchi, un aceite que previene enfermedades cardiovasculares, fermentó la tradicional chicha de panela y participó en varios colectivos sociales. Su lucha fue por la dignidad, libertad y memoria de la gente. Aunque muchos lo conocieron por su liderazgo ambiental, comunitario, juvenil y cultural, la mejor definición que encaja en “Kutamba” es que fue un hacedor y líder de la vida.
Vida que le daba al agua cuando cuidaba los ríos y las quebradas para un uso comunitario responsable. Vida que le daba a las montañas cuando hablaba con los campesinos y les pedía que no quemaran más los bosques. Vida que le daba a las propias personas por medio del ejemplo al construir una huerta casera, con métodos conscientes y semillas orgánicas.
Ese fue Julián Ochoa, un hombre que, con su pelo largo, voluminoso y en forma de rasta, demostró que la palabra dulce y reflexiva puede cambiar esquemas en una región enraizada en una cultura tradicional, conservadora y compleja.
¿Por qué los matan?
Tanto Yesid Zapata, miembro de Sumapaz en Antioquia, como Fabián Restrepo, politólogo de la Universidad de Antioquia y magíster en Estudios Contemporáneos de América Latina, coinciden en que estos dos asesinatos por ahora no tienen relación con la defensa del territorio ni tampoco con la oposición a la construcción de hidroeléctricas en el Oriente antioqueño. En cambio, la Mesa de Derechos Humanos del Oriente antioqueño dijo en su momento que las amenazas que sufrieron los líderes Sebastián Agudelo de Cocorná, Flor Gallego de El Carmen de Viboral, y Fredy Morales y Miguel Gutiérrez de San Rafael sí corresponden a la defensa ambiental en sus territorios.
Lo que hay de fondo en esta situación, según organizaciones sociales y defensores de DDHH, es una disputa continua por el territorio en dos frentes: el primero, por el auge en la solicitud de licencias ambientales en la Zona Bosques (que integran los municipios Cocorná, San Luis y San Francisco), y el segundo, por el aumento del microtráfico, especialmente en la Zona Páramo y Altiplano (conformado por los municipios más poblados y cercanos a Medellín).
“Por ahora es pronto para tener claridad de los presuntos responsables que asesinaron a Mario Palomino y a Julián Ochoa. Un Fiscal Especializado tomó los dos casos para darle celeridad a las investigaciones y lograr esclarecer estos crímenes para que no queden en la impunidad”, concluyó Yesid.
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La desgracia de ser líder social en esta región
En el Oriente antioqueño, hace dos décadas atrás, en la época más difícil del conflicto armado, quien intentara el cambio era señalado de guerrillero o colaborador de un grupo armado, pues el recrudecimiento del conflicto impidió todo intento de desarrollo y condenó a todo un país a una guerra innecesaria que afectó en mayor medida a los campesinos. Y entonces, los secuestros, las amenazas, las desapariciones, las masacres y los asesinatos fueron el factor común. Pero, tal parece que la violencia no se ha ido por completo.
Del remanso de paz que dicen llamar a la región hoy, queda poco. Ahora la desgracia se ha encarnado nuevamente en contra de las y los líderes sociales que buscan un territorio en condiciones dignas y justas para sus habitantes; desligados de la esfera institucional y cansados de ver al Estado como un actor pasivo que sigue teniendo deudas con la protección de los derechos humanos.
A Mario y Julián la violencia no les dio una segunda oportunidad. La muerte pisó con fuerza en un momento donde, según Fabián Restrepo, se está dando un reacomodamiento de grupos armados en la región, “desde el 2007 hasta hoy se han venido generando unas presencias de grupos que no considero que sean nuevas, sino que más bien son reinvenciones de presencias antiguas. Al día de hoy, en el Oriente antioqueño se identifican cuatro presencias importantes: Clan Oriente, el Mesa, Oficina de Envigado y Clan del Golfo. Esas estructuras están particularmente dedicadas al narcotráfico”.
Yesid Zapata agrega que “las violencias que ocurren a líderes se han dado principalmente por la presencia de grupos armados, algunos de ellos de orden paramilitar y otros locales. Creen tener el poder ante la sociedad al imponer sus propias leyes”.
Mario y Julián murieron de manera violenta cerca de sus hogares. Según información dada por Indepaz, Palomino fue asesinado con arma de fuego cuando se trasladaba en su motocicleta. Al siguiente día, encontraron su cuerpo al lado de la carretera con un tiro de gracia en la cabeza, hecho que inmediatamente generó desazón en el Oriente antioqueño. Mientras tanto, “Kutamba” fue asesinado con un arma tipo escopeta cuando se dirigía a su vivienda en el corregimiento de Santa Ana, en Granada, hecho en el que también resultó lesionada con arma cortopunzante, tipo machete, su compañera permanente, con quién tenía una hija, y su padre.
Indepaz incluyó a Mario y a Julián entre los 1.318 defensores de derechos humanos asesinados desde la firma del Acuerdo de Paz en 2016, de los cuales 140 han sido en Antioquia. Son cifras escandalosas en un país que debería cuidar y dar garantías a la labor de los defensores.
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