*Por Juan Camilo Maldonado Tovar
I La herida
El abrazo con el que comienza esta historia ocurrió hace seis meses en el Centro de Fe y Culturas de Medellín. Sentada en una mesa, frente a un puñado de sus víctimas, Elda Neyis Mosquera, alias ‘Karina’, probablemente la mujer más temida, buscada y odiada de la guerra, agachó la cabeza y con un sollozo se tragó sus palabras.
“Esta señora tan frágil se me va a desmayar y no nos va a seguir diciendo la verdad…”, pensó Marleny Vélez, una campesina que ha tenido la vida suspendida desde que su hijo adolescente fue reclutado por las Farc hace más de dos décadas. Fue un impulso casi maternal el que la llevó a pararse de su puesto en la mesa y rodear a la exguerrillera por la espalda. “Tranquila, tranquila… ¿cómo se siente?”, la consoló mientras la abrazaba.
El gesto de Marleny con Elda Neyis no fue bien recibido por los habitantes de su municipio, Argelia, un pequeño pueblo escondido en las montañas más altas del Oriente Antioqueño, convertido a finales de los noventa en una de las retaguardias esenciales de las Farc, desde la que controlaron, con inmensa violencia, el corredor que comunica a Medellín con el Magdalena Medio, Tolima y Caldas.
¿Cómo se atrevía Marleny a perdonar a esa tal por cuál?, le reclamaron varios de sus conocidos. ‘Karina’ había comandado el Frente 47 de las Farc durante un corto periodo de tiempo, entre 2000 y 2004, pero para los argelinos era la principal responsable de todas las desgracias que la guerra trajo a esta zona de páramos. En las veredas de Argelia y otros municipios conexos donde ejerció su poder, se dice que ‘Karina’ hizo un pacto con el diablo, que no es un ser humano sino un demonio, que violaba hombres y enseñaba a matar con obras de teatro. Un monstruo.
Con ese tipo de versiones, que oscilan entre la exageración y el mito, se encontró Irene Piedrahita a finales de 2019, cuando viajó a Sonsón y Argelia como parte del Equipo de Reconocimiento de la Comisión de la Verdad. Su misión: entrevistar a víctimas de la guerra en la zona de páramos y comenzar la preparación de una serie de encuentros en los que excombatientes de las Farc, firmantes del Acuerdo de La Habana, escucharían los reclamos de las víctimas, reconocerían su responsabilidad, pedirían perdón y ofrecerían su verdad a modo de reparación.
“Nuestra experiencia en Argelia fue un desmadre”, recuerda Irene. “Las mujeres tenían mucha necesidad de hablar sobre las victimizaciones de las Farc, en especial las de ‘Karina’, que incluían reclutamientos forzados a menores de edad, homicidios selectivos, desplazamientos, desapariciones…. Yo salí ese día muy cargada, y mi compañera, con ganas de vomitar”.
El problema es que la mujer a la que reclamaban en Argelia llevaba desde 2008 sometida al sistema de Justicia y Paz, creado durante el gobierno de Álvaro Uribe para procesar a paramilitares y guerrilleros desmovilizados. ‘Karina’ se había entregado dos meses después de que el entonces presidente le ofreciera, a través de una entrevista en un medio de comunicación, “todas las garantías” para que se desmovilizara.
Durante los dos años que precedieron a su desmovilización, ‘Karina’ se había ganado en la guerrilla el apodo de ‘la caliente’, pues adonde iba, llegaba el Ejército. “Yo estaba aburrida porque mis comandantes me habían dejado sola. Me propusieron que construyera un túnel y me metiera con seis hombres hasta que acabara el mandato de Uribe. Fue ahí que mi compañero sentimental me convenció de desmovilizarme”, recuerda ella.
En Argelia el rencor es tan grande que no toleran que Elda Neyis enuncie esa palabra. “Ninguna desmovilización. ‘Karina’, viéndose cogida, se entregó”, dice Nelly Cifuentes, otra madre buscadora, otras dos décadas de vida suspendidas.
Poco antes del día de la madre de 2000, un guerrillero llegó en la noche a la casa de Nelly y le dijo que necesitaban a la niña “para hacer una vueltecita”. La niña tenía 14 años y no se quería ir para el monte. Se llamaba Dora Cecilia Ocampo, era muy avispada, especialmente para las matemáticas. Al día siguiente volvieron los guerrilleros a decir que su hermano tenía que subir por la niña. Tenía 17 años, se llamaba Roveiro Antonio. Ninguno de los dos regresó.
“Desde ese día tengo una tristeza que me está matando lentamente y nadie cree. Ella se recogió lo más bonito que había en Argelia… ”, dice Nelly, con la mirada nublada y hacia ningún lugar, sentada en un ranchito maltrecho amenazado por la falda de una montaña que hace un tiempo se tragó la alcoba principal tras un deslizamiento.
En la base de datos que tiene sobre el Oriente Antioqueño, la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas (UBPD) registra 3.100 nombres. Solo en Argelia, la comunidad estima que hay 800 desaparecidos mayores de edad y 200 niños, niñas y adolescentes, entre ellos el hijo de Marleny y los dos hijos de Nelly. Muchas madres han depositado en ellas los nombres de sus hijos. Por eso es que la búsqueda infatigable de estas mujeres es representativa, detrás de Marleny y Nelly hay decenas de madres que esperan en vilo.
La primera vez que Marleny supo que su hijo se quería ir para las Farc arrancó “hecha un toro bravo” hacia el campamento guerrillero para rogarle a ‘Karina’ que no se lo llevara. “Está bien”, recuerda Marleny que le dijo la comandante, “pero cuando ellos dan el sí, se van”. Y el muchacho se fue.
Lo mismo hizo Nelly cuando logró ubicar el sitio donde estaba la temida comandante con sus dos hijos. “Yo me le arrodillé a ‘Karina’ y le supliqué por mi niña, le dije que se quedara con el mayor, pero nada, ella tenía el corazón de piedra: ‘Váyase señora, porque si no, quién sabe qué”. Nelly se despidió de su hija, que repetidamente le dijo que quería irse con ella, y se fue “como un perrito regañado”. Nunca más los volvió a ver.
Desde entonces, la vida de estas mujeres se convirtió en un eterno llenar de formularios, dar una y otra vez la misma información, recontar su historia, llorar sobre los hombros de otras madres, descargar el odio y la rabia en sus abrazos. Han sido tantas las veces que les prometieron la verdad que han olvidado el nombre de quienes hicieron las promesas. Para estas mujeres la búsqueda ha sido una eterna sucesión de esperanzas desteñidas.
Pero algo de particular tiene lo que ocurrió en octubre pasado en el Centro de Fe y Culturas. Algo que podría cambiar el carácter de esa espera. Esa tarde en Medellín llovía y tronaba, la luz era gris, las velas iluminaban un altar hechizo con los rostros de los desaparecidos, unos 40 testigos rodeábamos la mesa central en la que Elda Neyis Mosquera se encontró con algunas de sus víctimas.
Esa tarde la excomandante reconoció el reclutamiento forzado de 41 menores del municipio de Argelia.
Leyó en voz alta sus nombres.
Prometió ayudar a encontrarlos.
II. El odio
La psicóloga Leonor Restrepo dice que no tiene ninguna neurona en la cabeza. Las suyas se encuentran en el estómago y en los ovarios, bromea. Para Leonor, el acompañamiento psicológico depende mucho del nivel intuitivo. Su arte se basa en el ritual y el simbolismo como mecanismos para facilitar procesos de encuentro y sanación.
Durante buena parte de 2020 y 2021 las madres de Argelia y Elda Neyis Mosquera emprendieron procesos separados, facilitados por Leonor. En ambos participó también el equipo de reconocimiento de la Comisión de la Verdad en Antioquia, un equipo mayoritariamente femenino, lo que de inmediato le imprimió un carácter único: se trataba de un proceso entre mujeres atravesadas por la guerra.
En la primera sesión que sostuvieron con la exguerrillera, Leonor tomó un libro de Débora Arango y lo abrió en la pintura de una mujer adulta que observa concentrada al bebé que está pariendo, solitaria, sudorosa, en cuclillas. Según el libro, la obra tiene dos títulos: Madona del silencio y Maternidad en la cárcel. Acto seguido le lanzó preguntas que ella nunca había escuchado ni en la guerra ni en los tribunales ni en la cárcel:
¿Cuántas mujeres te habitan?
¿Qué roles has ocupado en tu vida al ser madre, hija, guerrera?
¿Qué tiene para decirle Elda a ‘Karina’?
¿Y ‘Karina’ a Elda?
La provocación inicial abrió un diálogo que se extendió por meses. Elda reconoció de entrada que a ella la habitan una envidiosa y una celosa, pero le costó mucho más trabajo responder las últimas preguntas, pues como ella misma reconoce, nunca había “enfrentado a esas dos mujeres”. Cuando finalmente se animó a hacerlo, ‘Karina’ le preguntó a Elda por qué se había ido para el monte y por qué había hecho tanto daño en la guerra.
“Me encontré con que ‘Karina’ suele siempre responder a estas preguntas tratando de justificarse, culpando al Estado”, reconoce Elda Neyis. “Pero si hay algo que me quedó después de todo este proceso es que la violencia no soluciona nada. Elda se fue para la guerra que dizque a solucionar un problema nacional. Allá se convirtió en ‘Karina’ y lo único que le trajo fue problemas judiciales a Elda y mucho dolor a la sociedad colombiana”.
Irene Piedrahita quedó intrigada por la capacidad de Elda Neyis para “pensarse a sí misma” y en el almuerzo le preguntó si alguna vez había ido a terapia. Leonor y todas en el equipo de la Comisión de la Verdad se sorprendieron al escuchar que la exguerrillera nunca en su vida lo había hecho. Más de once años de reclusión en casi absoluta soledad, entregada con devoción a la práctica cristiana a la que un pastor la introdujo en la cárcel, había sido el único camino de desarrollo personal experimentado por la exguerrillera.
Un camino muy distinto al que han recorrido sus víctimas, obligadas a acompañarse para procesar, durante miles de horas de su vida, el odio y el vacío. En especial Marleny Vélez, que un año después de lograr que ‘Karina’ aceptara no llevarse a su hijo a la guerra, supo en mayo de 2003 que el muchacho se había ido de todos modos con unos guerrilleros.
‘Karina’ se lo llevó.
‘Karina’ se lo llevó.
‘Karina’ se lo llevó.
La frase se repitió en su mente durante los 6.710 días que demoró en volver a ver a ‘Karina’ a los ojos, verificar que no fuera un demonio, descargar en ella lo que quedaba de odio en su cuerpo y hacerle las preguntas que nunca nadie le respondió:
¿Por qué se lo llevó?
¿Qué fue de él?
¿Dónde está ahora?
Marleny habla rápido, se interrumpe cada dos o tres frases, en minutos pasa de la excitación al llanto, del llanto a la risa, de la risa a la seriedad y de vuelta al llanto… Su relato cambia de curso como el agua de una quebrada que se abre paso entre las piedras. Entre la piedra. Porque es odio lo que se instaló en Marleny el día en que dos guerrilleros se llevaron a su hijo, Germán Alberto Vélez. Un odio que nombra de tantas formas y que ha exorcizado de tantas otras: el que le hinchó el cuerpo y le manchó la cara; el que le dio los miomas en la matriz y le quitó las ganas de levantarse en la mañana. Por meses no se bañó, no se vistió, se deschavetó. Dejó de cocinar para el marido y de estar pendiente de las niñas cuando volvían de la escuela. Descreyó de los vecinos. Descreyó de Dios. Descreyó de todo. Se la llevaron esposada a la estación de Policía, luego de amenazar con un palo de escoba a una vecina que la confrontó. Caminó como un zombi por la plaza. Anheló tener un arma para darle de a tiro a cada guerrillero que se encontrara, así la mataran, y se atrevió a comprar un frasco de Matasiete para envenenar a los dos guerrilleros que se habían llevado a su hijo.
Yo quise ser mala.
Yo era líder, yo era activa, yo quería ser la que era antes…
Muchas veces me pregunté:¿qué hago, Dios mío, con este odio?
Y desee cambiar odio por amor.
Marleny toma desde hace muchos años drogas psiquiátricas para controlar la ira y mitigar la depresión, que ella nombra con ese eufemismo tan nuestro: el desaliento. Sin embargo, el alivio más profundo le llegó a través de un grupo de “promotores de vida y salud mental”, que en el pueblo conocen por su acrónimo: “los provísame”.
En la época más dura de la guerra en Argelia, cuando las desapariciones y homicidios eran tan frecuentes como un nubarrón, “los provísame” crearon un grupo de apoyo para madres y padres de personas desaparecidas. Marleny se refiere a ese espacio como “Los abrazos”, porque fue allí donde descubrió que no era la única con el corazón envenenado por el odio y la espera, y que llorar, solo llorar, sobre los hombros de otras como ella, “era medicina”.
No obstante, cuando Marleny y el resto de madres se encontraron con Leonor Restrepo y el equipo de la Comisión de la Verdad para emprender la larga preparación para encarar a ‘Karina’, el odio seguía latente. Tan presente estaba, que Leonor le pidió a cada una de las mujeres que tomaran una piedra y proyectaran en ella todo el odio contenido.
En cada sesión que tuvieron de ahí en adelante, Leonor se colgó la suya en el cuello.
Su pecho comenzó a llenarse de moretones.
III. La verdad
Elda Neyis Mosquera dice estar comprometida con sus víctimas y por eso aceptó hablar para este reportaje. Los casi doce años que pasó en pabellones de alta seguridad en los que por lo general estuvo recluida en soledad, le han servido para revisar reiteradamente los “errores” que cometió en la guerra.
Elda Neyis también cree que la reconciliación es posible. Dice que lo ha vivido en carne propia. Hace unos años, a instancias de una fiscal de Justicia y Paz, tuvo la oportunidad de reunirse en los juzgados de La Alpujarra, centro de Medellín, con Raúl Hasbún, alias ‘Pedro Bonito’, excomandante paramilitar que a mediados de los noventa secuestró a su pequeña hija, usándola como carnada para que abandonara a las Farc y se uniera a su ejército en el Urabá. La niña, que no tenía más de cinco años, duró 15 días secuestrada, vigilada por un lugarteniente de Hasbún. ‘Karina’ andaba en una misión por Santa Fe de Antioquia y nunca se enteró de nada. Tampoco supo que Hasbún, en vista de que su plan no había funcionado, había dado la orden de matar a la niña y sentar el precedente para el resto de la guerrilla. Pero el captor de su hija se había encariñado tanto con ella que, como el leñador de Blancanieves, terminó propiciando las condiciones para que la niña escapara sana y salva.
En La Alpujarra, Raúl le confesó que si él se hubiera dado cuenta en esa época que su subalterno había planeado la fuga de la niña, lo habría mandado fusilar. También le pidió perdón. “Fue un acto de reconciliación, realmente. Todo el mundo lloró viéndonos abrazados. Por eso digo yo que la reconciliación es posible, porque hoy en día vivo en el mismo lugar con esa persona que me hizo tanto daño y a la que yo perdoné, los dos con proyectos de vida colectivos, conjuntos”, reconoce Elda Neyis.
Fue el inicio de una relación de amistad que continúa hasta hoy. Hasbún la invitó a vivir en su finca a un par de horas de Medellín, donde Elda construyó su casa. Juntos han emprendido proyectos agrícolas que no han despegado, y ahora ella busca hacer algo de dinero confeccionando carteras que aprendió a fabricar tras tomar un curso en el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA).
Pero una cosa es la reconciliación entre dos comandantes de ejércitos enemigos y otra la reconciliación de uno de estos comandantes con las campesinas, indefensas y vulneradas, que sufrieron las peores consecuencias de sus decisiones en la guerra.
Por eso el proceso de acercamiento entre las madres de Argelia y ‘Karina’ implicó más de un año de fases y cuidados. Horas de entrevistas a profundidad, talleres de construcción colectiva de memoria. Un mensaje en video en el que Elda Neyis invitó a las madres buscadoras a encontrarse con ella. Varios rituales independientes facilitados por Leonor y la Comisión de la Verdad, para que las mujeres transformaran su piedra en preguntas concretas, mientras que Elda Neyis comprendía su dolor a través de sus propias heridas —de niña, hija, mujer y madre—, y a su vez reconocía que no había forma de dejar atrás a ‘Karina’ mientras existiera una deuda tan grande con sus víctimas. Y finalmente, dos encuentros presenciales. El primero en El Carmen de Viboral, el 24 de septiembre de 2021, en el que las mujeres de Argelia le entregaron un pliego de preguntas construido colectivamente. Y el segundo, en el Centro de Fe y Culturas, en Medellín, donde ‘Karina’ les ofreció algunas respuestas.
El de El Carmen de Viboral fue primero que todo un encuentro de miradas, muy atípico en la vida de Elda Neyis, que hasta entonces se había encontrado con sus víctimas de espaldas o mediada por una pantalla, en los tribunales de Justicia y Paz.
Marleny quiso que “le sentaran” a Elda “bien enfrente” para poder verla a los ojos, confirmar “que era una persona humana”, decirle mentalmente todo lo malo que había querido hacerle por años y luego expresarle todo el dolor que había soportado. Momentos más tarde, ‘Karina’ le dijo que no había sido ella ni su frente quien se llevó a su hijo, desactivando el odio que por 20 años mantuvo Marleny en su contra.
Elda Neyis, a su vez, asegura que la mirada triste y cansada de Nelly, le recordó de inmediato a la de su propia madre. Una mirada que tuvo que sostener al tiempo que le reconocía que sí había sido su frente el que se llevó a su hija y a su hijo. Que ella no les permitió volver “al seno de su familia”. Que Dora Cecilia murió en combate el 7 de diciembre del año 2000, un día después de la toma de Granada. Que su cuerpo probablemente quedó en manos de los soldados del batallón Juan del Corral. Y que de Roveiro Antonio sabe muy poco, porque el muchacho se enamoró de una guerrillera del frente Aurelio Rodríguez y ella autorizó el traslado.
Ese día, Elda Neyis le pidió permiso a Nelly para abrazarla y se hundió entre sus hombros, ahogada en llanto. Fue el primero de dos abrazos de los que habla este reportaje, y representa las complejidades que tiene el perdón en un país como Colombia. Volveremos a él más adelante.
IV. La relatividad del perdón
Un mes más tarde, el 22 de octubre de 2021, Elda Neyis se volvió a encontrar con las víctimas en el Centro de Fe y Culturas en Medellín, para darle respuesta a las preguntas que le habían entregado en El Carmen de Viboral. De entrada, la exguerrillera le explicó a las mujeres que mucha de la información que quisiera brindarles hace parte de la reserva del sumario en los procesos que se le adelantan en los tribunales de Justicia y Paz. Por esta razón, no podría entregarles los croquis de los lugares dónde fueron enterrados los chicos y las chicas que murieron bajo su mando. Tampoco pudo dar mayores detalles sobre los más de 30 homicidios y 25 secuestros que está dispuesta a reconocer, así como los desplazamientos forzados que provocó durante los años que estuvo al mando del Frente 47.
Trece años después de haberse entregado a las autoridades y tras cientos de horas dedicadas a rendir testimonio en los juzgados, Elda Neyis tuvo que reconocer, de entrada, que su verdad no le pertenece: “La Fiscal 73 de Justicia y Paz tiene el proceso. Los croquis los tiene la Unidad de Exhumaciones. Yo asumo, hasta que Dios y la justicia me lo permitan, de reconstruir los hechos de mi vida guerrillera”, le dijo a las víctimas.
El resto, le corresponde a otros.
Esa tarde de octubre, durante más de tres horas, Elda Neyis Mosquera le contó a Marleny y a un pequeño grupo de víctimas cómo fue que Elda se convirtió en ‘Karina’ y por qué la guerrilla ejerció tanta violencia sobre los habitantes de un pueblo pacífico como Argelia. Un relato complementó tres meses, durante dos horas de entrevista que concedió para este reportaje.
Dijo que nació en Puerto Boyacá, pero a los tres años se mudó al Urabá, donde fue criada por su abuela en medio de mucha escasez económica. A los 16 años se fue a la guerra, el 3 de septiembre de 1984, influenciada por el discurso del Partido Comunista y su trabajo con las juventudes en el Urabá, que desde entonces le enseñaron a odiar al Estado colombiano, discurso que continuó al interior de las Farc. Su padre, que no estaba de acuerdo con la decisión, le dijo llorando al despedirse que si se iba tenía que ser una “buena guerrillera”, petición que influyó siempre en su camino, incluyendo los momentos en que hizo cumplir las disposiciones más férreas del reglamento de las Farc, como el fusilamiento de desertores. Contó que decidió ser madre en la guerra y que al negarse a abortar la sancionaron enviándola a la primera línea de combate hasta con seis meses de embarazo y enferma de paludismo. Que aún así, solo entendió el “dolor de madre” de las madres de los chicos que reclutaba, cuando en 2005 su comandante le ofreció un lugar para su hija de 15 años en el frente, como única forma para resguardarla de los seguimientos que por entonces adelantaban los organismos de inteligencia. “Ese día me prometí que no volvería a traerme a nadie para la guerrilla”, asegura.
También contó que en el 2000, el Secretariado de las Farc estableció una “misión de crecimiento”, con la meta de llegar, en una década, a 80 frentes con 400 guerrilleros cada uno. La exigencia por llenar la cuota afectó las dinámicas de reclutamiento y generó “el afán de los comandantes por recoger la gente”. Aceptó que “permitió que a esos niños se los llevaran para la guerra sin el consentimiento de sus padres” y que todo reclutamiento en la guerrilla era forzado, porque así los muchachos se fueran voluntariamente, nunca podían regresar a casa. “Si una persona ingresa a las Farc y no sirve para la guerra, mejor se fusila”, le dijo alguna vez el comandante Marcos, un hombre igual o más poderoso que ella en la estructura de las Farc en Argelia, pero que como otros comandantes en la región, supieron posicionar a ‘Karina’, una mujer negra y foránea, como el rostro de las Farc en la zona.
Y luego leyó sus nombres, 41 nombres con sus respectivos alias en la guerra, 41 menores de edad que estuvieron bajo su mando:
Elkin Darío Isaza Ciro, alias ‘Nolberto’…
Luz Marleny Carmona Vásquez, alias ‘Dayana’…
Dora Cecilia Ocampo Cifuentes, alias ‘Yurani’….
Marleny, que durante todo el tiempo tuvo a Leonor a su lado, sobándole los brazos y sosteniéndole la mano, como un amoroso lazarillo, dice que fue tanta la agitación que olvidó tomar nota de los nombres y ahora a duras penas los recuerda. “Era la emoción de saber que algunas de las madres iban a tener un poco más de verdad por sus hijos”, cuenta. “Yo solo pensaba: ¿será que ahora sí vamos a poder encontrar algunos de ellos?”.
La emoción de Marleny ha sido compartida por otros miembros de la comunidad, incluyendo a Robinson de Jesús Arango, cofundador del grupo de “provísame” que ha acompañado a estas mujeres, y que ese día en Medellín expresó su satisfacción por el nivel de información compartido por Elda Neyis.
Pero el optimismo es escaso, sobre todo cuando a la Comisión de la Verdad le quedan dos meses de vida. Nelly, que no pudo asistir al evento en Medellín por cuestiones de salud, asegura que “apenas empezamos la sopa”, y que para ella nada tiene mucho sentido si no le entregan el cuerpo de sus dos hijos. “‘Karina’ me pidió un abrazo en El Carmen de Viboral, pero yo no la perdoné. Falta mucho. Además, ¿de qué sirve que llore sobre mis hombros si cuando fui a rogarle por mi hija me mandó a perderme? ¿Por qué no me abrazó entonces?”.
La frustración de Nelly es la otra cara de una moneda que pareciera girar en el aire de la historia de nuestra guerra. ¿Qué pasará con las muchas madres que hoy siguen esperando que les devuelvan los restos de sus hijos? ¿Qué hacer con las expectativas creadas luego de estos años de trabajo y diálogo social propiciado por la Comisión de la Verdad? ¿Cómo enfrentará la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas el choque de trenes con Justicia y Paz, donde está hoy la información suministrada por ‘Karina’?
Elda Neyis asegura que ha aportado información a Justicia y Paz para la localización de unos 40 muertos en Argelia y Nariño. A las víctimas les ha prometido que viajaría cuantas veces fuera necesario a la zona para ubicarlos, si las autoridades lo permiten. Los muertos podrían ser muchos más si la búsqueda se realizara en conjunto con otros comandantes y otros guerrilleros, lo que implica gestiones más complejas, entre otras, porque Elda Neyis es, para las Farc, una de sus más imperdonables desertoras.
La responsabilidad de encontrar esos muertos recae hoy en la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas (UBPD), que tiene 15 años para cumplir su misión, ubicar a los 120 mil desaparecidos que ha dejado la guerra en Colombia, cifra que además no deja de aumentar. Elda Neyis Mosquera tiene la voluntad de reunirse con la UBPD, pero de nada servirá esa reunión si entidades como la Fiscalía y el Ministerio de Defensa, no comienzan a cooperar en el proceso y liberan la información que tienen sobre el paradero de estos muertos.
La incomunicación y falta de cooperación entre estas entidades es un elemento preocupante que viene alertando la directora de la UBPD, Luz Marina Monzón. De continuar, podría constituirse en un nuevo ciclo de decepciones para mujeres como Nelly Cifuentes y el resto de familiares de los nombres que fueron mencionados por Elda Neyis Mosquera.
Por eso no hay que tomarse a la ligera las palabras de Elda Neyis, cuando asegura: “Yo llevo 13 años en este proceso y todavía no veo resultados ni para las víctimas ni para mí misma”.
Marleny, ahora que tiene el corazón más ligero, suele fantasear con que en un futuro no muy lejano, Elda Neyis pueda visitar Argelia. En su sueño, la gente del municipio serviría de escudo de protección para la exguerrillera, que recorrería vereda a vereda, señalando los lugares de entierro de sus muertos y recogiendo a nuevas personas para continuar la búsqueda y el camino.